CULTURA › ENTREVISTA A LA MEXICANA ATENEA ACEVEDO
Se define como “traductora activista”. En el V Congreso Latinoamericano de Traducción e Interpretación, que terminó ayer, fue una de las principales oradoras. Acevedo tiene como objetivo existencial difundir voces que están ocultas o silenciadas.
› Por Silvina Friera
Ojos brillantes. Ese es el epíteto homérico más común para Atenea, que en la mitología griega es la Diosa de la Sabiduría. En el nombre de Atenea Acevedo se podría cifrar toda su existencia. Su intensidad para llevar una “doble vida”. Su convicción por conjugar las “malas palabras” que la rodean y arrojarlas, resignificadas, desde la periferia hasta el centro del sistema. La traductora activista mexicana de ojos homéricamente brillantes agradece ahora, tasa de té con leche mediante, que sus padres se hayan empeñado en fijarle el inglés, “una puerta que me ha llevado a otros mundos”. En un apresurado viaje por el interior de sí misma, hubo una primera escala: su formación en Relaciones Internacionales y el trabajo en Naciones Unidas. Pero pronto llegó el desencanto con el “orden mundial”. La muchacha de espíritu contestatario y retador emprendería un nuevo rumbo, lejos de la trayectoria profesional que había empezado a trazar. Volvió a estudiar, esta vez para especializarse en traducción e interpretación. “A partir de ahí, me lancé de lleno”, resume a Página/12. Desde entonces contribuye a difundir voces que están ocultas o silenciadas; ha participado en el Foro Social Mundial y colabora como miembro y coordinadora de la asociación de intérpretes voluntarios Babels y en los colectivos Tlaxcala y Rebelión.
“Siempre hubo en mí un espíritu contestatario y retador”, dice Acevedo en el Hotel Panamericano. Ayer terminó el V Congreso Latinoamericano de Traducción e Interpretación que la tuvo entre sus principales oradoras. “Crecí leyendo a Mafalda, que mi padre me regaló, y me convertí en una especie de Mafaldita mexicana que iba preguntando absolutamente todo. Mi papá, en su juventud y hasta cierta edad, fue un tipo bastante cuestionador del sistema; era de una generación que quería cambiar el mundo. Y eso también me influyó.”
–¿Cómo llegó a definirse como “traductora activista”?
–Las palabras también son armas, en el mejor sentido; ahora tenemos tan satanizadas las armas... Pero en mi visión depende de quién las use y para qué. Cuando me desencanté de las Relaciones Internacionales, me tocó ver el inicio de Internet. Me di cuenta de que había muchos discursos que se quedaban en el olvido por diferentes razones. Y fui testigo de cómo en estos últimos años los medios se fueron transformando en grandes corporaciones que obedecen a determinados intereses. En un primer momento no articulaba necesariamente un discurso propio, pero sí contribuía a que se difundieran mensajes y voces que estaban ocultos. Yo navegaba por Internet y veía que había medios alternativos, pero no sabía cómo integrarme. Pero hubo un congreso de traducción e interpretación activista en Granada (España), al que le cambiaron el nombre por “traducción e interpretación social” porque la palabra activista parecía demasiado beligerante. Fui a ese congreso como participante y pude conocer a Manuel Talens, un escritor, médico, traductor y activista español. El forma parte de Rebelión, el medio hispano con mayor repercusión en lo que es información alternativa, y también creó una red de traductores por la diversidad lingüística, Tlaxcala. Entré a la red y a Rebelión como traductora con una idea clara de cuáles eran las voces que a mí me interesaban, que tienen que ver con la desigualdad de mujeres, derechos sexuales y reproductivos, diversidad sexual. Fui encontrando un canal donde había cabida para todas estas voces.
–¿Le pasó de tener que hacer una traducción de un libro con el que discrepaba desde lo ideológico?
–El otro día tuve una charla con estudiantes recién egresados de la carrera de traducción y yo les decía que una de las primeras cosas que hay que hacer siempre es mirar el texto antes de aceptarlo, por infinidad de razones. De entrada hay corporaciones con las que no trabajo por una cuestión de principios, independientemente del ingreso que pudiera obtener con ellas. Y echar una mirada, por más somera que sea antes de decir “sí”, me ha ayudado a evitar encontrarme en una situación incómoda. Ahora puedo decir que me doy el lujo de elegir. Siempre digo que tengo un poco una “doble vida” porque estoy inmersa, como todos, en un sistema que funciona como un mercado y tengo que vivir; entonces hago mi trabajo, que siempre trato de que vaya en línea con las cosas que creo. Pero tengo que asegurarme de que se me pague lo suficientemente bien para tener tiempo para hacer trabajo voluntario sobre cuestiones que me pueden interesar un poco más.
–¿El traductor es más consciente hoy del papel que tiene?
–Siempre hemos tenido conciencia del papel, lo que va cambiando es la percepción social del traductor. Es una profesión clave para el funcionamiento de toda la sociedad, para la difusión de la cultura, de las ideas, pero que tiende a borrarse, como si no existiera. De hecho hay toda una cultura dentro de la misma profesión que plantea que “el mejor traductor es el que no se ve”. Yo estoy de acuerdo con eso, en el sentido de que no se ve porque hace un trabajo tan bueno que parece un original. Pero también creo que nos falta asumir más la dignidad de la profesión y hacernos visibles. A mí me encantaría que todas las obras llevaran el nombre de quien las tradujo también en la portada de los libros, porque soy autora de mis traducciones. En los últimos tiempos, con las nuevas tecnologías prevalece la idea de que si Google traduce, por qué no va a traducir cualquiera con un diccionario, ¿no? Entonces se está perdiendo un poco la filigrana del trabajo. Quizás en este aspecto, por defendernos, nos estamos volviendo un poco más conscientes del papel que tenemos.
–El hecho de que Google traduzca, ¿representa una amenaza real?
–Mi postura es que no, al menos no todavía. No sé si se va alcanzar un proceso sofisticado de traducción a través de las tecnologías. Al menos en mi área, las ciencias sociales, lo veo complicado por todos los matices de la lengua. Las opiniones están muy divididas; hay algunos que dicen que la traducción ya se acabó y empiezan a buscar el plan B, C, y quienes dicen que nunca va a pasar. Yo estaría en el medio, creo que “nunca” es una palabra muy fuerte; puede suceder, pero en las ciencias sociales tardará más porque el código social es múltiple y cambiante, y es difícil seguirle el paso. No sé si la tecnología va a llegar ahí, pero que está, está. Y hay que prestarle atención.
Acevedo prefiere hablar de “momentos de mucha satisfacción” cuando repasa su labor como traductora e intérprete activista. “Trabajé para un grupo de extranjeros que se entrevistó con las madres de las mujeres asesinadas en Juárez. Fue muy duro porque las madres, con el proceso de duelo de años, hablaban con mucha soltura de lo que habían vivido. Una madre contaba que un día la llamó la policía para decirle que estaban los restos de su hija. Le mostraron un zapato, una prenda, los dientes, pero sabía que no era su hija. Yo tenía que morderme un dedo para no echarme a llorar y traducir lo que la señora estaba diciendo –recuerda–. Pero cuando veía cómo el mensaje llegaba y la repercusión que podía tener, me emocionaba. Hay voces que están calladas, ya sea porque a nadie le interesa o porque nadie se entera siquiera que existen. Poder llevar esas voces y lanzarlas al mundo para mí es el principio: por lo menos comienza a saberse que existen esas voces.”
–¿Cómo definiría la traducción activista?
–Creo que es tender puentes donde normalmente lo que hay es un abismo de desconocimiento, de desinformación, de manipulación informativa. La traducción activista es subversiva, por supuesto, porque cuestiona al sistema y despierta reacciones. Encima yo soy feminista, ¡estoy rodeada de malas palabras! (risas). Desde adentro también se pueden hacer muchas cosas, aun en la periferia. Es como ser un vaso comunicante; me gusta esa metáfora que tiene que ver también con el puente: articular a gente que de otra manera estaría muy aislada. Porque también vas articulando luchas en los foros sociales y en diferentes espacios. A mí me interesan los movimientos de base, todo lo que viene de las bases. Hay grandes pensadores dentro del altermundismo, como Chomsky, Petras, Pascual Serrano, que son faros. Los admiro y los leo con mucha atención. Pero me gusta traducir a gente que es totalmente desconocida y tiene algo que decir.
–¿La traducción activista opera desde la periferia, pero golpeando el centro?
–Bueno, no sé si siempre llegamos a golpear... Cada vez más gente está recurriendo a Internet para buscar informaciones distintas de las que encuentran en los diarios. En la medida en que más gente se interesa por estas cuestiones alternativas, creo que podemos golpear un poco y abrir una ventana.
–La pregunta por el sentido del arte, la filosofía, la historia, la literatura, parece un lugar común. Escarbando sobre este cliché, ¿encuentra algo para rescatar sobre el sentido de la traducción en el siglo XXI?
–Para mí, el sentido de la traducción sigue siendo el vehículo de la comunicación. Es una pregunta con un montón de entresijos, porque la traducción también está ligada a un mercado específico, el mercado editorial, donde por cierto la traducción está devaluadísima en términos de dinero. Y sin embargo es fundamental para todo. La traducción tiene que comunicar con conciencia.
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