CULTURA › FINALIZó EL SIMPOSIO INTERNACIONAL DEDICADO A LA ARGENTINA
Con la presencia de intelectuales argentinos, alemanes y españoles, las mesas presentadas como complemento de la Feria de Frankfurt buscaron investigar el rol de las artes, los monumentos y la literatura en la construcción de la memoria.
› Por Juan Ignacio Boido
Desde Bruselas
Es raro: en algún lugar de Bruselas, en alguno de los edificios espejados que hacen de cuartel general de la Comunidad, se están tomando decisiones que afectarán las vidas de millones de personas. En otro, un edificio de cemento, más bajo y viejo, como un bunker, se discute el modo en que la Historia ya afectó a otros millones. Los invitados participan del último día del Simposio sobre Argentina, organizado como aparte reflexivo de la Feria de Frankfurt que en octubre tendrá al país como invitado. El tema es “La cultura de la memoria”, y si las mesas del primer día abordaron las políticas de Estado, las del segundo se escurrirán por las grietas que esas políticas dejan, por la manera en que el arte muchas veces suple su ausencia o las completa, por el modo en que las experiencias de Argentina, Alemania y España iluminan limitaciones y esfuerzos de sus sociedades para lidiar y reconstruir su pasado.
La primera mesa prometía abordar los traumas del pasado en Argentina, Alemania y España, y lo hizo, aunque de modos disímiles y hasta provocadores. Hubertus Knabe era la elección más curiosa: como historiador y director del Memorial de Berlín ubicado en una ex prisión de la Stasi, está dispuesto a equiparar los crímenes del nazismo con los del comunismo en la RDA. “La memoria está demasiado romantizada y hay poca formación –empezó–. Alemania padeció dos dictaduras. La nazi, que es un proceso largo y probablemente no termine nunca de procesar. Con el comunismo, recién comenzó en 1989. Se abrieron los archivos, se removió a funcionarios, pero la Justicia, todavía bajo la jurisprudencia de la RDA, encarceló a unos pocos. Incluso se dieron pequeñas compensaciones, con la ironía de que los detenidos bajo el comunismo recibían la mitad de dinero que los detenidos injustamente en Alemania occidental. Por otro lado, muchos funcionarios no investigados recibieron excelentes pensiones. Hoy, quien fue víctima está en peor situación que quien fue colaboracionista.” Esto, por supuesto, tiene un motivo. Para Knabe, preciso pero apasionado, la memoria de la RDA es un fantasma real que asedia a Alemania tanto como los brotes de nazismo que no la abandonan: “El año pasado, el 41 por ciento de la población afirmó que la RDA no fue una dictadura. Creo que se debe a una nostalgia extraña y triste: añoran lo que creen es un sistema más seguro, sin crimen, sin prostitución, sin drogas”. La legislación, según Knabe, no ayuda: “Hoy ni siquiera está prohibido negar las catástrofes del régimen comunista”. Esto, sin embargo, no debería ser un impedimento: “Hace poco la BBC emitió a un negador del Holocausto. Algunas víctimas llamaron diciendo que se sentían dolidas de escuchar eso. Pero la BBC dijo que, por equivocado que estuviera alguien, la democracia no puede prohibir la opinión”. ¿Y cuáles son las soluciones, entonces? Knabe conoce la agenda internacional, los puntos conflictivos. Parecen sus preferidos. “Nosotros no hacemos un museo del centro de detención, sino que los ex prisioneros ofician de guías, como sucede en Robin Island en Sudáfrica. Esto abre la mente y el corazón de los visitantes. No hay que ceder a la nostalgia. Se puede hacer mucho, pero defender la democracia requiere dinero. Espero que algún día el régimen comunista sea tan despreciado como el nazi.”
El español Jordi Ibáñez es por motivos diferentes igual de idiosincrático en su abordaje del tema. El caso español es la prima donna del Simposio, del que todos quieren oír. Ibáñez, autor de Antígona y el duelo, un ensayo sobre las tensiones entre la memoria pública y el duelo privado, es un crítico acérrimo de la Memoria Histórica, la legislación pasada en 2007 y un tema recientemente reabierto por grupos a la izquierda del PSOE dadas las expectativas que generó y aún no cumple. El día anterior, en una intervención desde el público, había bosquejado las disputas internas, políticas y personales, llenas de intrigas, enemistades y contradicciones pendulares que la situación de Garzón encierra para quien conoce la trama política española, que nada tiene que envidiarle a la argentina. En este caso apuntó sobre la vaca sagrada: el rey. “Si bien todos los casos son únicos, el español presenta una especificidad. La RDA se funda sobre el derrumbe del Estado nazi, en el franquismo un Estado sucede al otro. Un lema español que lo resumió: De ley a ley. Un jefe de Estado nombra a su sucesor. El rey tiene el detalle de no ser franquista. Incluso se denomina republicano. Pero no considera de buen gusto que se hable mal de Franco en su presencia.” Difícil, en ese panorama, la tarea de abrir las causas por las fosas del franquismo. Algo en lo que coincidirá, en la siguiente mesa, el director José Luis Peñafuerte, belga hijo de exiliados españoles que estos días estrena en Europa Los caminos de la memoria, documental en colaboración con Jorge Semprún: “Todavía hay miedo de muchos familiares a desenterrar y dar sepultura a los muertos”.
La distancia o la ironía que cada expositor podía mantener con su tema era elocuente, también, de los diferentes procesos en cada país. Las palabras argentinas, a cargo de Estela de Carlotto y Eduardo Anguita, reprodujeron experiencias demasiado cercanas, personales, para esa distancia. Fue Anguita quien abrió el tema de la mesa siguiente: “La contribución de la literatura, los relatos y el arte son fundamentales, modos de recuperar para los jóvenes y el presente la oportunidad de tener su propia identidad. Y que después la verdad los haga libres”.
¿Qué papel juegan las obras de arte en la construcción de la memoria? ¿Deben ser pensadas como obras de arte las intervenciones que recuerdan y reclaman? ¿Son los libros cápsulas que crean memoria a la vez que la preservan, que construyen la memoria con la materia de la imaginación? La mesa siguiente abordó algunas respuestas. En lo que hace a los monumentos, para Estela Schindel, socióloga argentina que estudia el tema en Berlín, cada realidad política para a cada sociedad de manera diferente frente a ellos. “En Argentina, estos monumentos se apoyan en una larga alianza entre las organizaciones de DD.HH. y artistas, que disuelve la frontera entre arte y política. Casos como el Siluetazo a fines de la dictadura o León Ferrari y sus collages con recortes de diarios sobre cadáveres en la costa: ¿son arte o denuncia? Cuando el Grupo de Arte Callejero denuncia con señalética vial la casa de un asesino, ¿es arte o denuncia? Lo mismo sucede con las baldosas con que los vecinos señalan el lugar donde vivió un desaparecido: es un arte colectivo, mientras en Alemania se hace algo similar, pero hay que llamar a un artista y anotarse en la lista de espera.”
Katja Lange–Müller, escritora alemana de reputado sarcasmo, dijo que en alemán la palabra monumento suena imperativo. Debemos recordar, dijo. Pero ¿cuántas veces debe una persona ser recordada? En lugar de los monumentos, Müller hizo sentido homenaje al libro como el mejor de los monumentos: un monumento portátil cuyo poder es casi infinito y cuyo efecto va mucho más allá de su exposición a él. “La literatura no reacciona de inmediato, necesita tiempo y espacio para oír el eco del pasado. Los traumas de padres y abuelos que fueron soldados aparecen en la literatura de hijos y nietos. Eso hacen los libros: revivir a los muertos, reconstruir ciudades, prevenir contra el olvido. Los escritores aseguran que el pasado no de-saparece. Los autores leen, los lectores aprenden a escribir. El pasado sigue. La literatura y la memoria tienen eso en común.”
Para el escritor argentino Pablo Ramos, la función de la literatura es crucial: “Los hechos están desprovistos del alma de los hechos. No alcanza el lenguaje informativo para reconstruir la memoria. Cuando Gelman escribe el poema ‘Sentado al borde de una silla desfondada’, no es un poeta, es un hombre que perdió a su hijo, a su nuera, a su nieta, y no sabe qué hacer con su dolor. Así reconstruye toda una dictadura. Igual que Borges al pedir ‘Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche’, habla de la ceguera, y ambos, con belleza, con el hecho de escribir bien, hacen que su dolor, su angustia, su experiencia, se vuelva universal y pueda atravesar el tiempo –dijo a manera de cierre–. Por eso, la Historia mantiene vigente la memoria, pero la ficción la mantiene viva.”
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