CULTURA › CON UN SHOW SORPRESA DE DIVIDIDOS, TERMINó EL FESTIVAL CIUDAD EMERGENTE
A la tercera edición del encuentro asistieron 130 mil personas, que vieron shows de unos cuarenta artistas under y no tanto, escucharon a poetas, vieron películas sobre cultura rock y muestras de fotos, leyeron y se metieron en un videoclip.
› Por Matías Córdoba
El under muestra lo que tiene. A falta de uno, éste podría haber sido un slogan posible para la tercera edición del Festival Ciudad Emergente, al que asistieron casi 130 mil personas, repartidas desde el miércoles hasta el domingo en el Centro Cultural Recoleta. Del encuentro participaron alrededor de cuarenta grupos musicales y quince poetas de la nueva generación de escritores; además, se proyectaron doce películas de cultura rock, se desarrolló un desfile de moda con la producción de los nuevos diseñadores y hubo un cierre de lujo a cargo de Divididos.
Figurativamente, emerger quiere decir manifestarse, brotar, darse a conocer. “De los sótanos y pequeños tablados a las luces de dos grandes escenarios”, postulaba un texto breve en el programa oficial del evento. Y ése es un posible resumen de lo que fueron los cinco días de presentaciones de artistas en estado de continua producción, casi toda independiente. Y si bien bajo la bandera de la independencia puede encolumnarse un indefinido grupo de artistas de cualquier género o actitud, el festival supo unirlos bajo una cálida respuesta de la multitud que se hizo presente, treinta mil más que la edición 2009.
Los ganadores morales del festival fueron los Babasónicos. Dos actividades los mostraron casi como protagonistas. Una fue Fotorragia, la exposición de fotografías de Martín Bonetto (“Una hemorragia fotográfica entre el sexo, la droga, el rock and roll, la ciudad, amigos y familia”, dijo el autor), donde además de retratos de la banda que lidera Adrián Dárgelos había otros de Skay Beilinson, Juanse y Cristian “Pity” Alvarez. La otra actividad babasónica fue la dedicada al arte digital interactivo, donde cualquier persona podía modificar el contenido del video de la canción “Cuello rojo” en tiempo real y a su vez interactuar con él mediante una cámara web instalada dentro de la pantalla touch screen. Cualquiera podía aparecer en el video de la cuarta canción de Mucho, el último disco de Babasónicos.
De las películas que se proyectaron en el Espacio Bafici, sobresalió Buen día, día, una respetuosa versión de la vida de Miguel Abuelo, dirigida por Sergio Constantino y Eduardo Pinto. También anduvieron bien Oasis: Lord Don’t Slow me Down, de Baillie Walsh, y The Devil and Daniel Johnston, dirigida por Jeff Feuerzeig. En el plano musical hubo sorpresas. Los Reyes del Falsete atrajeron buena cantidad de personas y su poderoso formato de tres integrantes fue muy bien recibido por el público (que se quedó esperando más canciones, pero el horario –estricto y puntual– se los impidió). En los dos escenarios disponibles (uno en la terraza del Recoleta y otro en la sala Villa Villa), y entre grupo y grupo, se reproducía la música del La fiesta de la forma, debut de Los Reyes, una de las verdaderas promesas del circuito.
Otras presentaciones que hicieron ruido fueron las de No Lo Soporto (el sábado, y con nueva formación), Suspensivos Inflamables (tandilenses, influidos por el re-ggae inglés de los ’80, que también tocaron el sábado), Lucas Martí (el domingo), Les Mentettes Orchestra (el miércoles, en la jornada de inauguración, y con más de 30 músicos en escena) y la banda española Marlango (el miércoles) en la que participó como invitado Fito Páez. También fueron de la partida artistas internacionales como Los Odio (México), Superguidis (Brasil) y Mad Professor, este último en un emocionante show a puro dub con los argentinos Nairobi. De lo más sobresaliente fue el encuentro entre la música y la poesía. Por allí pasaron Antolín (músico, referente de la movida platense), Javi Punga (un autor de canciones de amor) y varios poetas jóvenes como Mercedes Halfon, Alejandro Berón Díaz, Alejandro Méndez, Sebastián Morfes, Jonás Gómez y Ana Laura Rivara.
Por primera vez, el festival presentó “Música Plástica”, un espacio para la difusión de “la otra cara de los músicos”, en una sala acondicionada para la exhibición de las pinturas de Lucas Martí, María Fernanda Aldana y Florencia Ciliberti (Hana), y varios músicos más. Otro de los puntos fuertes del evento fueron las danzas callejeras, “una celebración de la cultura de la calle”, rezaba el programa. La participación permanente de los graffiteros, que pintaron las paredes de la terraza del Centro Cultural Recoleta, fue el paisaje que se podía observar en la recorrida de un escenario a otro, en donde una multitud, todos los días, luchaba codo a codo para conseguir un lugar. El espacio Escucha! se destinó para el descubrimiento de decenas de artistas nuevos de la escena under porteña. Otra de las salas estaba destinada al relax. En ella había varias publicaciones para leer y se podía escuchar música que era seleccionada por los sellos independientes Laptra, Triple RRR Discos, Ultrapop, Estamos Felices, Oui Oui Records y Mamushka Dogs.
El cierre sorpresa (tan sorpresa que la gente se enteró cinco minutos antes del show) estuvo a cargo de Divididos, la banda que la semana pasada había presentado en el Luna Park su demorado último disco, Amapola del 66. Y como una extensión de aquellos recitales en el palacio de boxeo, la Aplanadora del Rock continuó tocando canciones de ese disco (“Hombre en U”, “Buscando un ángel”, “Mantecoso” y “Perro funk”), entre otros, además de una versión del clásico de Pappo’s Blues, “Sucio y desprolijo”, y “Nextweek”, de Sumo, en (auto)homenaje a los 25 años de la salida de Divididos por la felicidad. Al promediar ese show de una hora, la frase de Ricardo Mollo en agradecimiento al Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad por “abrir lugares” despertó cierto murmullo en ese público en el que había varios músicos y artistas que habían participado del festival. Eran esos mismos artistas que palpan el under día a día y noche a noche y que tienen claro que, cada vez más, las puertas no se abren sino que se cierran.
Estuvo ahí, quizás, una de las falencias del festival, que no se permitió (como sí sucedió en las ediciones anteriores) una discusión sobre la situación que viven los lugares en donde se practica arte y cultura emergente. Para ese under que vivió cinco días a pleno sol, pero que trabaja sobre pésimas condiciones durante los otros 360 días del año, es necesaria una profunda reflexión sobre el momento que atraviesa la cultura de Buenos Aires. Si bien lo que se mostró durante el festival no es todo lo que existe en los “sótanos”, al menos el under pudo exhibir algo de lo que tiene.
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