CULTURA › DANIEL SANTORO Y FRANCIS ESTRADA PRESENTAN EL LABERINTO DEL BICENTENARIO
El artista plástico y el cineasta abordan “la argentinidad” en una impactante instalación que interpela a partir de múltiples lenguajes: fotografías, material de archivo intervenido y proyecciones. La muestra gratuita se podrá ver en el Ministerio de Educación.
Ser argentino es adorar a Eva Perón o a Victoria Ocampo. Cualquier fanático de los Redondos debe ocultar que Soda se encuentra entre sus preferencias. Ser argentino es hacer un piquete o golpear una cacerola. Y, para colmo, está la opción de quedarse en el medio. A través del planteo de antinomias de lo más variadas, Daniel Santoro y Francis Estrada abordan ese concepto difícilmente atrapable que es la argentinidad. El artista plástico y el cineasta son los directores de El laberinto del Bicentenario, una enorme instalación que persigue la participación del espectador, a quien se intenta capturar a través de múltiples lenguajes: fotografías, maquetas, material de archivo intervenido y proyecciones son algunos de ellos. La sede del laberinto es el Salón Alfredo Bravo del Ministerio de Educación (Montevideo 950), cuyas puertas estarán abiertas de lunes a sábados de manera gratuita.
Organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación, el recorrido multimedia será inaugurado hoy a las 17.30 en el Salón Blanco del Palacio Pizzurno (Pizzurno 935), a través de un acto encabezado por la presidenta Cristina Fernández; el ministro de Educación, Alberto Sileoni, y el secretario de Cultura, Jorge Coscia. También se presentará el libro Argentina 1810-2010 Bicentenario, con textos de un grupo de intelectuales, como Horacio González, Ricardo Forster y Norberto Galasso.
El despliegue de El laberinto del Bicentenario es impactante. La propuesta consiste, literalmente, en un laberinto: 1500 metros cuadrados de historia argentina, desperdigada en pasillos y salones. Y es una historia distinta a la de los libros, manuales o seminarios. Porque no hay lugar para didacticismos, pero sí para el humor y la ironía, las sensaciones y los sentimientos. “No quisimos hacer algo ligado a las artes plásticas para un público tradicional, más reducido e instruido. Nos interesa que los sectores populares visiten esta muestra”, explica Estrada a Página/12. De ahí la interactividad de la propuesta –el espectador puede integrar videos, tomarse fotos y jugar a algún que otro juego–, lo cual permite caratularla como “parque temático”.
Con el asesoramiento de Javier Trimboli, la coordinación de Walter Peña y la colaboración de un equipo de veinte personas, Estrada y Santoro aprovecharon el Bicentenario para contar su visión sobre la historia. También participan un grupo de actores de la escuela de Mosquito Sancineto, encargados de acompañar a los espectadores. La fachada del laberinto es un primer índice de que la instalación versa sobre contrastes y oposiciones, con una imagen que reúne figuras y símbolos rivales. Y al ingresar, lo primero que se ve es un dispositivo que aglutina conceptos opuestos (civilización-barbarie, cabecita-oligarca, y más). “El tema de la muestra son las controversias, las disputas”, explica Santoro. “Hay algo de nuestra identidad que no termina de cerrar. Nuestra construcción identitaria está trazada por las antinomias. Eso nos afecta muchísimo.” Es llamativo: las oposiciones se plasman en grandes hechos históricos y en cosas de todos los días. Porque la argentinidad está en esa maqueta con luz y sonido que retrata la batalla de Caseros, así como también en un libro de Borges que se disputa la atención con un par de alpargatas en una vitrina. En el siguiente pabellón, el espectador se topa con una serie de retratos parlantes a los gritos. “La historia de la tiranía de Rosas es la más solemne...”, esgrime Sarmiento, y en simultáneo discursean Quiroga, Belgrano, Rosas y Moreno. Hasta que toma la palabra San Martín, “con un discurso más emotivo”, según Santoro, y el resto hace silencio. “Cualquier parecido de San Martín con alguien aquí presente no es casualidad”, bromea Santoro. Es que el actor en cuestión es su compañero Estrada.
Aunque la instalación respeta cierto orden cronológico, la intención fue contar por temas. “No respetamos secuencias estrictas. Es una expresión artística, no una exposición explicativa”, diferencia Estrada. Y el mismo sentido comporta la heterogeneidad de lenguajes, eso que hace que convivan piezas de museo expuestas en vitrinas con las últimas tecnologías. “La idea era combinar cierta libertad estética con rigor historiográfico.” Así lo demuestra lo que sigue, el “Espacio del conflicto identitario. Los pueblos originarios y la inmigración”, donde aguarda una réplica del cuadro La conquista del Desierto, de Juan Manuel Blanes. Roca habla a través de una pantalla incrustada en la cara de uno de los personajes retratados. Y un aborigen le responde con un poema. “Esperamos que la gente se quede ahí, atrapada en momentos como ése”, recalca Santoro. “Queremos que le pase algo parecido a lo que nos pasa a nosotros, que nos conmueven algunos discursos. La línea antinómica produce cierta reflexión, pero también emoción. Entonces, en lugar de mostrar eventos les buscamos una vuelta, una poética.” La instalación también es punzante desde el punto de vista sensorial, porque voces y sonidos inundan el paseo.
El radicalismo, el peronismo, la dictadura, la recuperación de la democracia y el neoliberalismo de los noventa constituyen la segunda mitad del recorrido. El humor deposita su sello en un videojuego denominado “Carrera al Primer Mundo” que tiene como protagonistas a Carlos Menem y Cecilia Bolocco y en una máquina expendedora –como las de peluches– en la que hay que colocar un peso para tener la posibilidad de hacerse acreedor de algún objeto representativo de la argentinidad (un mate, una Mafalda en miniatura, una mano que dice ser “la de Dios”). Ante una dualidad que bombardea hasta desde los pasillos, el laberinto pareciera no tener salida. Pero el último segmento es un llamado a la unidad.
Los tiempos que corren apenas asoman, en el rostro de Milagro Sala en una de las proyecciones o en un cartel que opone TN a 6, 7, 8. “Cómo representar la antinomia hoy es un trabajo pendiente para el público”, reflexiona Estrada. “Intentamos sacar una foto del estado de situación en el que estamos. Ninguna de estas antinomias está saldada realmente. Siempre hay un ‘negro de mierda’ a mano. La vieja oposición civilización-barbarie todavía no está saldada”, sostiene Santoro. Entonces, ¿tiene salida el laberinto? Quizás no sea tan fácil en la realidad, ya que Agustín Tosco y Susana Giménez nunca se subirían al mismo colectivo, como sí lo hacen en uno de los afiches del laberinto de Santoro y Estrada.
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