CULTURA › TERCER CONGRESO ARGENTINO DE CULTURA, EN SAN JUAN
Los prejuicios de las clases medias y altas sobre lo que significa “ser culto”, las herramientas de la acción política para el arte y el desafío a la existencia de una “alta cultura” opuesta a la “cultura popular” marcaron el pulso de una nueva jornada del encuentro.
› Por Facundo García
Desde San Juan
Hay quienes aseguran que es imposible alterar “la realidad” desde las artes o el pensamiento. Contra ese pesimismo no siempre justificado afilaron argumentos varios participantes del Tercer Congreso Argentino de Cultura, que arrancó el jueves y que sigue convocando a cientos de personas, aunque muchos grandes medios se empeñen en ocultarlo. No importa: en los últimos días varias mesas demostraron que a mediano plazo será difícil seguir ignorando a la red de intelectuales y activistas que están convergiendo en la certeza de que la inteligencia puede ser uno de los motores del avance popular.
El jueves por la noche, el escritor Juan Sasturain, el pianista Miguel Angel Estrella y la doctora en Artes Carlota Beltrame se dieron cita en el Centro de Convenciones de la capital sanjuanina. Conversaron sobre “La acción política en la cultura” y sobre todo desafiaron a coro la existencia de una “alta cultura” opuesta a la “cultura popular”. “Eso, más que una diferencia estética, es un prejuicio de clase”, acusó Estrella, que se hizo un tiempo para hablar del programa “La voz de los sin voz”. Se trata de una iniciativa ideada por el músico –que fue secuestrado por la dictadura y es delegado permanente de la Argentina ante la Unesco–, con el objetivo de resguardar y difundir fenómenos que pertenezcan a la raíz cultural de la región y se hallen en peligro. “¿Qué me llevó a sentir amor por los habitantes de América involucrados en este proyecto? Precisamente su cultura, que no se manifiesta únicamente en obras puntuales, sino en la forma en que estos pueblos cocinan, te ceban un mate o reciben a los amigos.”
El enfoque coincide con buena parte de lo que se ha oído recientemente en tierras cuyanas. Y es que podría arriesgarse que los antagonistas tácitos que ha elegido este congreso son los prejuicios que tienen las clases medias y altas sobre lo que significa “ser culto”. En efecto, Sasturain contribuyó a seguir minando el estereotipo al confesar que “la sospecha de que la cultura era un poquito más que lo que estaba en la biblioteca” lo había acompañado “durante décadas y en prácticas concretas de lectura, docencia, escritura, etcétera”. “De todas esas prácticas –añadió–, algunas tienen mayor visibilidad, y el hecho de que yo después de los sesenta pirulos termine hablando de libros en la tele (¡y que eso resulte novedoso!) es realmente para analizar. Te paran en la calle y te dicen ‘usted está haciendo algo muy bueno por la cultura’. Y la cosa no va por ahí. Si alguna virtud tiene Ver para leer no es que se habla de libros, sino que es un programa de televisión bien hecho que acerca la literatura a los espectadores. Es decir, hace un esfuerzo por poner a los libros como objetos que pueden integrarse de la experiencia de cada uno. Eso es lo fundamental: las prácticas.”
Se trata, en suma, de empezar a desmontar el andamiaje elitista que insiste en condenar las costumbres ajenas antes de comprenderlas. En un tramo, Beltrame arremetió contra las acusaciones que se hacen a los jóvenes. “Los chicos –declaró– tienen derecho a construir nuevas poéticas con las herramientas que encuentran a mano. Se suele desvalorizar lo que hacen partiendo de perspectivas anquilosadas, y la verdad es que es muy difícil interpretar problemas nuevos con herramientas viejas. Dado que ellos encuentran la compu en su paisaje diario, está muy bien que construyan su background aprovechando eso.” Al rato llegó Miguel Rep –que había tenido problemas con su vuelo– y entre preguntas y respuestas con la asistencia la charla se extendió otro buen rato.
Y el mismo Rep tuvo que levantarse temprano a la mañana siguiente para completar la mesa denominada “El poder transformador de la cultura a través del arte”, que se realizó en el Auditorio de la Facultad de Filosofía, a sala llena. El filósofo Eduardo Peñafort abrió la jornada diagnosticando que se está “ante una nueva crisis fundacional del arte”, en el sentido de que la antigua asociación automática entre arte y cultura está cada vez más resquebrajada. Si se comprende que la cultura afecta la vida social de un modo mucho más minucioso y “capilar” que lo que se pensaba, “hay que concebir el poder transformador de la cultura desde el campo del poder y sus resistencias”, sugirió el catedrático.
Lo escuchaban reconcentrados dos referentes del arte comunitario, Adhemar Bianchi –fundador del grupo de teatro El Galpón Catalinas Sur de La Boca– y Eduardo Balán, uno de los referentes del colectivo artístico Culebrón Timbal, ubicado al oeste del conurbano bonaerense. Juntos contagiaron entusiasmo refiriéndose a la cantidad de logros que un barrio puede alcanzar a partir de la capacidad aglutinadora del arte. Escuelas autogestionadas, cooperativas de diverso tipo y reconstrucción de los lazos sociales entran en la lista de lo conseguido en sus respectivos territorios. Por eso aprovecharon para promocionar el proyecto Pueblo hace Cultura (www.pueblohacecultura.org.ar), que tiene como fin afianzar una red de centros culturales comunitarios –es decir, no “estatales” ni “privados”–, basándose en la exitosa experiencia que está haciendo Brasil. Balán: “Nos ilusionamos con lograr que el 0,1 por ciento del presupuesto nacional se pueda destinar a más de tres mil organizaciones. Una medida así fortalecería a una democracia ampliada, más cercana a la participación que la mera representación a la que nos tienen acostumbrados”.
A su turno, Rep se metió en un camino complejo, el de asociar –o no– el humor con el cambio social. “Hablando de arte en términos un poco más generales, el único hecho transformador sobre la cultura que yo he visto fue aquella muestra de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta –recordó–. Quizá sea cuestión de cambiar eso de un Arte con ‘A’ mayúscula, que viene a alterar a la Cultura con ‘C’ mayúscula. Por lo general el artista quiere arrasar con todo, pero no arrasa ni con la cultura ni con casi nada. La cultura se arrasa de otra manera, desde el artista lámpara pero también desde las organizaciones, ladrillo a ladrillo. Y el humor por lo general sólo acompaña. Los humoristas que llegan al arte suelen ser los desubicados de su época, viejos que vuelven a la carga o jóvenes que viven en el futuro.”
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