CULTURA › LA NOCHE DE LAS LIBRERíAS CONVOCó A 40 MIL PERSONAS
Una multitud invadió las librerías, los bares y las calles de la ciudad en la IV edición de este encuentro. Hubo “desfile” de los mejores libreros porteños, recitales y un clima efervescente filtrado entre novelas de Umberto Eco, Vargas Llosa y Paul Auster.
› Por Silvina Friera
Las nubes incuban cierto desprecio que declina en el trampolín de la tarde del sábado. La tormenta pronosticada se llama a sosiego, como si hubiera renunciado a aguar la fiesta de miles de lectores que invaden las librerías, los bares y las calles de la ciudad en la IV edición de la Noche de las Librerías. El patriarca de los editores argentinos está moviendo los brazos al compás de una cumbia, “En mi cabeza”. Los hombres y mujeres que gritan a las chicas de las primeras filas que se sienten sobre el asfalto de la avenida Corrientes, en la cuadra que va de Talcahuano a Uruguay, se resignan. Hasta ellas y ellos, algunos muy pataduras, se entregan a una danza improvisada, revoleando las bolsitas de las librerías Cúspide, Hernández o Gandhi. Hasta Liniers –ese “monstruo” que una vez que lo subieron al escenario, dirá Kevin Johansen después, “nos roba a todas las groupies”— se retoba. Suspende los dibujos por unos segundos y se pone a bailar junto al cantante. En esa cabeza, la de Daniel Divinsky, dio vueltas la idea de Oops (Ediciones de la Flor), “un libro en el que nadie creía”, recuerda el patriarca, que es el principio de esta celebrada unión artística entre las canciones y las ilustraciones del dibujante.
El cantante pide un aplauso para las librerías que sostienen la calle Corrientes. “Aguante el libro”, dice. Todos aplauden. Comienza un juego con las ilustraciones que el creador de Macanudo dibuja en cada canción. Arma avioncitos para lanzarlos al público. “Liniers es un tipo garca que sólo tira aviones a la primera fila y favorece a los más pudientes, que pagan los mejores asientos”, bromea Kevin. Un muchacho captura el primer avioncito firmado para que “lo pueda vender en Mercado Libre”, ironiza un afiladísimo Johansen. Las casi dos horas del show vuelan –desde la apertura con “Road Movie”, pasando por “El palomo”, “Desde que te perdí” y “Cumbiera intelectual”, entre otras, hasta el cierre con “Guacamole”– para un público que quiere más. Cuando termina el primer plato fuerte de esta Noche de las Librerías –organizada por los ministerios de Cultura y Desarrollo Económico de la Ciudad–, Mónica, de 30 años, acomoda su metro ochenta sobre uno los sillones blancos de la avenida Corrientes para bajar los decibeles de tanta euforia. Antes del recital, intentó comprar en la librería Hernández un libro que le recomendó un amigo: Valientes, de Hernán Brienza. “No lo tenían”, cuenta Mónica que en un rato, anticipa, probará suerte en otras librerías. La muchacha se pierde entre la marea de personas que deambulan por la calle. En la librería Cúspide, los empleados no dan abasto. Pero algunos, amables a pesar de la emergencia, opinan que “hay más gente que el año pasado”.
“Qué absurdo –piensa Ecequiel Leder Kremer– estar sentados en este living de la calle Corrientes sin que te atropelle un colectivo.” Está por arrancar el desfile de los mejores libreros que tiene esta ciudad. Son modelos de lujo. Circulan las anécdotas del oficio, lanzadas más allá de ese cálido espacio por el ímpetu del viento. Hablan Andrés Rodríguez, de la librería De La Mancha; Natu Poblet, de Clásica y Moderna; y Roxana Parapugna, de la novísima Y su doble, especializada en Antonin Artaud y teoría teatral. Acompañan la movida los egresados de la primera Escuela de Libreros del país, organizada por la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines (Capla), la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Trabajo de la Nación. La ronda se va formando, de a poco. Los lectores se suman y toman nota de algunas recomendaciones. Poblet sugiere, con fervor, leer La virgen cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara; y El niño pez, de Lucía Puenzo; Lucio, uno de los egresados de la escuela, aconseja Marxismo y literatura, de Raymond Williams. Rodríguez comparte una ambición que le quita el sueño, en el mejor sentido de la palabra: su proyecto de lectura anda transitando, en esta etapa de su vida, por la ruta de la Eneida. En la rayuela que juega la memoria de cada uno, alguien recuerda una frase del ministro de Cultura, Hernán Lombardi: “El oficio de librero podrá cambiar, pero será insustituible a la hora de recomendar a otro un libro”.
El deseo de libreros e integrantes de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP) y la Cámara Argentina del Libro (CAL) de que para estas fiestas el libro sea el obsequio más importante para las familias estuvo a punto de concretarse. Leder Kremer, ahora en la librería Hernández –abierta hasta las 2.30 de la madrugada– dice que los lectores compraron para leer ellos mismos más que para regalar. “La gente estaba con todo el tiempo del mundo para recorrer; vi a muchos de pie, revisando libros sin apuro. Cuando alguien viene a comprar regalos, lo resuelve rápido o pide consejos.” Leder Kremer confirma, extenuado por el trajín de una noche agitada en sus ojeras, que vendió “casi el triple de un día normal”. El cementerio de Praga, de Umberto Eco, encabeza el ranking de los más vendidos. Le muerde los talones el flamante Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, con El sueño del celta; Mario Pacho O’Donnell con La gran epopeya, y un poco más lejos, pero con una muy buena performance, se ubican La física en la vida cotidiana, de Alberto Rojo; el último de Henning Mankell, Tea-Bag; Paul Auster con Sunset Park; Agua viva, de Clarice Lispector; y los Cuentos completos, de Fogwill.
“Hay gente que vino a pedir libros de Anatole France como La isla de los pingüinos”, aclara el librero para graficar lo que a priori, con repasar ese listado de los más vendidos de Hernández, se percibe: una heterogeneidad que da cuenta de lectores sofisticados y exigentes que no se dejan llevar de las narices por el marketing editorial. No hay descuentos en el precio final de los libros, pero algunas librerías optan por promociones especiales. En Hernández, los ejemplares que integran la suculenta y prohibitiva Biblioteca Clásica de la Editorial Gredos a 30 pesos promedio tientan a unos cuantos que cabecean, asombrados, y sacan cuentas para no fundir anticipadamente la tarjeta de crédito. “El libro no tiene eventos tan masivos –subraya Leder Kremer–. Está la Feria del libro, las ventas para las fiestas y ahora se suma esta Noche. Comprar libros es un hábito que para muchos puede resultar anacrónico.” Más allá de las cifras provisorias y las oficiales –el Gobierno de la Ciudad calcula unas 40 mil personas–, los miles de hombres y mujeres que sacuden las bolsas con libros –”el ícono más poderoso de la cultura”, según Lombardi– parecen ratificar la buena salud de hábito tan anacrónico.
Las postales de esta Noche concurrida son múltiples y antojadizas. Si se rebobina la película hasta llegar al comienzo, en una de las mesas inaugurales el editor Martín Casanova –creador de + iNfO Editorial, publicaciones de corte masivo y pop– tranquiliza a quienes temen que en un horizonte cercano el libro impreso sea una pieza de museo. “El libro no va a desaparecer jamás, no tengo ninguna duda. Habrá campañas cruzadas: cosas que se publicarán en papel y en formato digital. Pero no veo en el futuro la desaparición del libro.” La voz de Pedro Aznar silabeando “La abeja y la araña” adelanta la película del segundo plato fuerte. “Los días pasan lento/no sé dónde empezar/que sienta lo que siento/ al tiempo le da igual”. Para el epílogo se impone volver a una de las reflexiones del patriarca de la edición argentina. “Más que la cantidad de ejemplares que se venden –plantea Divinsky–, lo que importa es la actitud positiva que se genera hacia el libro.”
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