Viernes, 24 de diciembre de 2010 | Hoy
CULTURA › UNA EXPERIENCIA DIRECTA DEL PROGRAMA LIBROS Y CASAS
Página/12 compartió una jornada de entrega de textos en la Escuela Nº 69 de Florencio Varela. El programa de la Secretaría de Cultura ya lleva entregadas más de cien mil bibliotecas: en más de un caso, algunos libros significaron una revelación.
Por Facundo García
Lo único que había para leer en casa de Laura Niz eran unos libros que encontró dentro de un tacho de basura. “Estaban mojados por la lluvia, pero los rescaté para entretener a los chicos”, confiesa ella. Puso los papeles al sol para que se secaran y así consiguió salvarlos. Ahora Laura –veintitantos, morocha y flaca, cuatro hijos que se le cuelgan de la falda– camina hacia la Escuela Nº 69 de Florencio Varela para ver si consigue llevarse una segunda tanda de textos, esta vez sin agua ni hojas arrugadas. El salón de actos está repleto de padres y niños esperando que el Programa Libros y Casas de la Secretaría de Cultura de la Nación les otorgue alguna de las más de cien mil bibliotecas que ha distribuido desde 2007 a las familias que participan en planes de viviendas populares. La fila es un largo símbolo de aquellos que se aferran con uñas y dientes a las ilusiones de un futuro mejor.
Por supuesto que no se trata de romantizar la pobreza ni de disimular con cuentitos el problema habitacional del país. Pero sería igualmente necio restarle importancia al hecho de que más de un millón de libros ya han llegado a miles de hogares. Entre los dieciocho títulos que se reparten hay obras de historia y manuales prácticos sobre alimentación, búsqueda de empleo y primeros auxilios; además de antologías con relatos de autores emblemáticos. Y esa mañana le toca al Barrio Santa Rosa, que tras haber recibido hace meses una tanda de quinientas cajas está accediendo a otras mil. Daniela Allerbon, coordinadora del programa, anda a las corridas de acá para allá. “No nos preocupamos por responder a tal o cual canon literario. Elegimos pensando en que la mayor cantidad de personas pueda relacionarse con la lectura”, detalla en un respiro.
La experiencia indica que cuando la colección se integra a la cotidianidad de una familia pueden producirse cambios drásticos. Así lo demostró una encuesta que se hizo en 2008 para evaluar la recepción de Libros y Casas en 650 hogares de 14 provincias. El Manual de Primeros Auxilios Legales, por ejemplo, emergió como un aporte clave. Hubo mujeres que confesaron haber descubierto –en esas páginas– que tenían derecho a reclamarles a sus compañeros ayuda en las tareas del hogar y que podían recurrir a la Justicia en casos de maltrato. Dice Allerbon: “Hasta tuvimos una señora viuda a la que un juez le había dicho que no podía reclamar herencia ‘porque no se había casado’. Entonces ella fue al juzgado y lo refutó con el librito en la mano, mostrándole el capítulo donde se explica que al haber convivido con el hombre la ley sí la amparaba”.
Esa es la potencia de una palabra puesta donde se la necesita. Rosa Vallejos recibió la caja a principios de año y hoy se ha venido hasta la escuela para acompañar a su amiga Gisela. “Lo primero que hice con la colección que nos dieron –rememora– fue buscar en el diccionario y la enciclopedia las cosas que escuchaba en la radio y no entendía. Mis hijos ‘se contagiaron’, y al final tuve que conseguir más libros... ¡nos habíamos leído casi todos!”, recapitula. “Después fui a pedir a un centro cultural y me regalaron El diario de Ana Frank”, agrega. “No me lo vas a creer, pero tengo a mis cinco pibes reenganchados con eso.” ¿Y leen los adultos? “A mí nunca se me hubiera ocurrido, pero vamos a ver”, se atajan las señoras que van avanzando en la fila. Reciben el paquete y lo acomodan en los cochecitos, justo al lado de los bebés. Por la vereda se van mamás, bebés y libros, disparados hacia vaya a saber qué futuro.
Es posible que una parte del entusiasmo sea impostada, una afectación que responde al deseo de identificarse con el ámbito educativo y sus liturgias. El ansia de acercarse, no obstante, evidencia el vigor de ciertos valores que sobrevivieron a la catástrofe neoliberal. De hecho Bárbara Talazac –que coordina la gestión del Programa en la provincia de Buenos Aires– asegura que los principales obstáculos de su trabajo no están en las familias con pocos recursos, sino en los vecinos y funcionarios de clase media. “Muchas veces –admite– se me acercan y me preguntan: ‘¿Y para qué les dan libros a estos negros, si no los van a usar nunca?’”.
Al costado, ajeno al bullicio, se sienta Gustavo. Su cara transmite lo mismo cuando habla y cuando está callado: absolutamente nada. Como si toda la capacidad expresiva se hubiera mudado a los farolazos verdes con que mira al mundo la hijita que lleva en sus brazos, Zaira. Gustavo tiene otros dos pibes en la escuela primaria y está desocupado, pero le quedan fuerzas para cargarse a los nenes y dejarles, al menos, el recuerdo de un día diferente. “Lo que pasa es que el más chiquito va a segundo grado y ya lee. Es un fenómeno. Quiero que siga avanzando, ¿me entendés?”, dice el tipo, inmutable. Por las dudas, Zaira traduce con sus ojos. Y sí, uno entiende.
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