CULTURA › ALEJANDRO SESELOVSKY PUBLICó TRASH: RETRATOS DE LA ARGENTINA MEDIáTICA
El escritor y periodista sostiene que hoy sirve de poco describir sólo lo que pasa en las pantallas. dice que la tele basura se está superponiendo con lo real, y para demostrarlo ofrece postales de personajes como Ricardo Fort, Luli Salazar y el Facha Martel, entre otros.
› Por Facundo García
Esta nota está siendo escrita en un bar. Eso no tendría importancia si no fuera porque en un rincón hay dos viejitos que polemizan sobre la última temporada de Bailando por un sueño. Encima, el mozo se les acerca y pide permiso para expresar su opinión. La escena parece compuesta para darle la razón a Alejandro Seselovsky, que acaba de publicar Trash: retratos de la Argentina mediática (Norma). El escritor y periodista cree que hoy sirve de poco describir sólo lo que pasa en las pantallas: la tele basura –o trash– se está superponiendo con lo real, y entenderla mejor es fabricarse una brújula para andar por el presente o, por lo menos, para comprender qué cuernos está pasando por la mente de los que discuten a los gritos en la mesa de al lado.
En su rol de ciruja, Seselovsky extrajo del magma farandulero diez crónicas/entrevistas que no tienen desperdicio. Textos salvajes –“mostráme las tetas”, le pidió a Luli Salazar–; vertiginosos relatos donde la palanca del prejuicio siempre está en off. Y ésta es la parte donde suenan las sirenas de la policía progre. Porque los oficiales de la bienpensancia dicen que elegir a ciertos personajes como tema de un libro es un acto ilegítimo. A lo sumo, se autorizará a algún barthesiano de Palermo para que aplique uno que otro concepto mientras toma un helado de los más caros. Pero pensar con osadía, eso sí que no. Por eso ésta es una obra irreverente. Lo aclara Jorge Dorio en el prólogo, cuando afirma que uno de los méritos del autor está en “insinuar desvíos atractivos para alentar la deriva reflexiva del que lee”. “En este mismo sentido –agrega–, vale la pena destacar la prudencia del que escribe a la hora de usar los adjetivos.”
En el kiosquito que propone Trash se ofrecen postales con gran poder de síntesis. Una: Ricardo Fort mirando la TV, obsesionado con los datos del rating que le pasa minuto a minuto un tipo por celular. Otra: una noche con el Facha Martel, consultándole acerca de las mejores técnicas para levantar y aprendiendo que cuando uno es un galán no puede arriesgarse a que lo reboten. Por el mismo precio, el lector se lleva dudosos arrepentimientos de Chiche Gelblung a propósito de su pasado periodístico, la confesión de una vedette abusada por su novio y, por supuesto, una descripción de la rutina oculta que tienen las tetas y los culos más deseados de este bendito país. Entre esa jungla de vanidades, Seselovsky es un Philip Marlowe que anda por ahí sin casos para resolver, investigando por pura curiosidad.
–¿Por qué se metió con la basura televisiva? ¿Se aburrió del cine iraní y el teatro independiente?
–Me aburrí. Hoy se pueden averiguar más cosas de la sociedad argentina mirando a Fort que indagando en esos espacios donde existe el mandato de ir a buscar respuestas. Hay una intelligentzia con una mirada que es excesivamente...
–¿Masturbatoria?
–Iba a decir perezosa, pero a lo mejor su palabra es mejor. Al evaluar el entretenimiento popular, el discurso progresista se adelanta, tropieza consigo mismo y condena de antemano. En ese apresuramiento hay vagancia. Uno puede quedarse en que Bailando por un sueño es una mierda, ok. Pero yo no puedo irme a dormir sin explicarme por qué existe el fenómeno Fort, y en qué medida se sintoniza con pedazos de la Argentina. Nos guste o no, millones están pendientes de su inclinación sexual, sus novias o sus autos. El, a cambio, nos trae Miami al living de casa. Es cierto que esto no es lo que muchos estaban esperando. Sin embargo, la tragedia, en todo caso, somos nosotros como sociedad. Es demasiado fácil depositar en un solo individuo –o en un grupo de diez personas– la responsabilidad por la tilinguería colectiva.
Puesto a clasificar a los “mediáticos”, Seselovsky reconoce diferentes especies (“aunque para mí, cuanto más grasa mejor”, admite). Johnny Allon no es lo mismo que Fort, y Fort no es lo mismo que Salazar. “Fort es un chiste, una deformación de la realidad. Nadie es así. De última, detrás hay un muchacho que en su escasez me da una gran pena. Pero Luli se reivindica como canon de belleza y vara de la realidad. Es más jodida, porque aunque ella es igual a un comic, implícitamente te está diciendo que los deformes son los otros.”
El análisis deriva en una cartografía oral de los pechos salazarianos ¿Cómo fue que la conversación desembocó ahí? O mejor, ¿en qué descuido fue que la frivolidad terminó salpicando al noventa por ciento de las charlas cotidianas? El periodismo “de mediáticos” se gestó como subgénero de la prensa de espectáculos. En un proceso inverso al que mostraba The Truman Show (Peter Weir, 1998), no fue el sujeto hipermediatizado el que quiso asomarse a la verdad cual cavernícola platónico. Por el contrario, fueron los programas de TV los que se largaron a colonizar lo real. “La galaxia mediática –reformula Seselovsky– se ha vuelto un tumor de la industria y se ha lanzado a una metástasis imparable (...). El escándalo es la gramática con la que se escribe el trash televisado.”
–No hay escape, entonces.
–Cuando Pampita se agarra de las mechas con otra mina en la puerta de una disco, no está eligiendo si entra o no a este universo: ya la metieron. Tampoco no- sotros podemos elegir si Fort va a ser parte o no de nuestro temario. Nos lo vamos a encontrar en la radio, en un comentario de la vecina, en una vidriera. Hemos perdido la libertad de elegir si queríamos verlo o no. Es un big bang: el trash se está derramando sobre el resto de las parcelas de la realidad.
–Si se sigue el razonamiento, entender el trash sería una forma de entender el presente.
–A ver: hoy, luego de una larga batalla, nuestra sociedad se ha dado la ley de matrimonio igualitario. ¿Usted cree que en eso no influyó la figura de Gastón Trezeguet, a principios de la década? Gracias a él, el debate sobre las minorías llegó a millones que no tienen acceso a Página/12 o a Perfil. ¿Cómo les explica a las clases medias empobrecidas y mataputos del conurbano que cada uno tiene que ser libre de vivir como quiera? ¿Sabe cómo? Con Gastón Trezeguet ganando Gran Hermano. Si condena de entrada a lo mediático, se pierde esa posibilidad.
–¿Hay un trash progre?
–¿Un bolche trash, digamos? Seguro. Por momentos, 6, 7, 8 roza eso. No es el caso de todas sus voces, pero a veces siento que el programa es una falta de respeto a los que votamos y vamos a volver a votar K. Cuando te ponen en un zócalo “Macri es malo”, siento que me tratan de pelotudo. ¡Como si yo no supiera que Macri es un forro! Ojo, reconozco que a lo mejor la coyuntura política está necesitando de un 6, 7, 8, pero por favor ¡no me pidan que lo mire!
–Esa impronta de “lo mediático” se verifica en una gran variedad de contextos. Muchos escritores argentinos, a su manera, también “bailan por un sueño”, se pelean para la tribuna y responden a un jurado que puntúa a los demás desde un espacio de Verdad...
–Seguro que sí. Habría que ver quién hace el papel de Graciela Alfano, Nazarena Vélez, Aníbal Pachano... Es interesante mirarlos desde ahí, aunque algunos escriben muy bien.
–¿Y qué hay detrás de todos estos sujetos trash?
–Plebeyos angustiados. Gente que tiene ese tris de estar ante una cámara y la necesita como un cocainómano necesita de la merca.
–Trash de derecha, trash de izquierda, trash de brutos y de intelectuales... ¿Es ideológicamente indefinido el trash?
–No es casualidad que la gran mayoría de los famosos resbalen groseramente cuando hablan de política. Incluso Moria Casán, que es la más inteligente, se manda cualquiera. Ni hablemos de Cacho Castaña o Rocío Marengo. Transpiran lugares comunes del fascismo.
–Pero los progres también suelen recurrir a sus lugares comunes. A lo mejor no son tan nocivos, pero vaya si los usan.
–Claro. El progresismo tiene sus tópicos. Me hacen acordar a esos SMS predeterminados que vienen en el celular. Son mensajes típicos, aunque no tienen nada que ver con la forma de hablar que tenemos no-sotros. “Hola cariño”, “estoy retrasado, discúlpame”, esas boludeces. Bueno: es como si la izquierda utilizara esas plantillas. Quiero decir que esos moldes prefabricados conducen a un lugar falso. Uno nunca saludaría con un “hola, cariño”. De hecho, creo que la condena inmediata a las figuras que incluí acá no es más que eso, una plantilla predeterminada. Si condenás de antemano, te perdés lo mejor.
Y lo que viene es más basura. “No sé adónde irá a parar este cohete –duda Seselovsky–. Quizá siga una trayectoria elíptica, y veamos un regreso a lógicas anteriores. O tal vez ya sea demasiado tarde para volver atrás. Por ahora el sentido del vector es evidente: el trash nos está envolviendo.”
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