Estrictamente, fue bastante corto el período en el que tuve la fortuna de trabajar con Homero. Fue afortunado en más de un sentido: en 1987 Página/12 aparecía como el destino laboral soñado para la mayoría de los periodistas y sobre todo para quienes éramos jóvenes y dábamos los primeros pasos en la crítica cinematográfica. Antes de eso, compartimos la redacción de la calle Hornos de La Razón. HAT había entrado en 1984 como jefe de Espectáculos y al año siguiente lo despidieron “por desobediente”, según informa la cronología de las Obras Incompletas, pero yo todavía escribía en Información General. En el ’86 me inicié allí en la crítica y después de la quiebra del diario que dirigía Jacobo Timerman, pasé a Página. Durante todo el año en que Homero fue jefe de Espectáculos trabajé con él, que me enseñó todas las claves del oficio. Curiosamente y en simultáneo, también fuimos vecinos en San Cristóbal. A la distancia, ese tiempo entre 1987 y 1988 parece que hubiera sido mucho más medido en términos de aprendizaje. Generosa y didácticamente Homero nunca desautorizaba una crítica: lo suyo era indicar en detalle qué convenía colocar en el primer párrafo; cómo se podía hacer para enfatizar una opinión; especialmente recomendaba no contar jamás la película. Además, claro, de transmitir su obsesión por los datos. Más bien sarcástico, hacía equilibrio entre la ironía y su particular modo de demostrar afecto: enseñando, legando sus libros (los de su autoría y los de su biblioteca) cuando volvió a Montevideo en 1989, y produciendo silenciosa y cotidianamente innumerables gestos que lo convirtieron en un personaje inolvidable más allá de lo profesional. El 12 de diciembre de 2005 recibí la noticia de su muerte en la sala de prensa de Pantalla Pinamar, rodeada de colegas más jóvenes que no lo habían conocido; el vacío que dejó la partida del maestro se sintió más intensamente.

Q Periodista, integró la redacción de Página/12 entre 1987 y 1995.