CULTURA › SE PUBLICO LA ANTOLOGIA EL AMOR Y OTROS CUENTOS
Una docena de escritores argentinos, la gran mayoría inéditos, abordaron el discurso amoroso desde las más diversas ópticas y con distintas estrategias narrativas. Pero en casi todos los relatos anda rondando el desencanto. ¿Síntoma generacional?
› Por Silvina Friera
“Cortá con la dulzura.” Este latiguillo que instaló en el imaginario colectivo la propaganda de una gaseosa –quién no recuerda la imagen de ese chico que roba el “beso volador”– podría devenir en el grito de batalla de una docena de escritores argentinos, la gran mayoría inéditos, en las horas previas a la celebración del Día de los Enamorados. En los relatos reunidos en El amor y otros cuentos (Mondadori), seleccionados por Mariano Blatt y Damián Ríos, hay más perspectivas para analizar que el mero “lado B” de ese romanticismo empalagoso, imposible de digerir para ciertos estómagos curtidos en la acidez. A años luz de la sobredosis de optimismo afectivo, los cuentos de Majo Mairón, Carlos Castagna, Fernanda Nicolini, Christian Broemmel,
Inés Acevedo, Flor Monfort, Florencia Angilletta, Magalí Etchebarne, Fernando Callero, Marina Alessio, Marina Kogan (ver aparte) y Lucas Videla comparten un “humus generacional”: el desencanto. Como si la sustancia química de la palabra amor fuera inasible o estuviera amenazada por la depreciación. En las órbitas de estas ficciones –algunas tan crudas que se desplazan al umbral del nihilismo–, emergen cicatrices que más que responder a los intricados mecanismos de la pasión amorosa se remontan a dificultades vitales de larga data.
En “Una mujer sola parece superhéroe”, Marina Kogan explora el sentimiento de la pérdida con una lucidez excepcional. Ani, la narradora, camina por las calles de Nueva York en busca de los regalos de Navidad. Su novio no pudo esperar a que pasaran las fiestas. La dejó en inglés: “I’m leaving”. La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda. “Ahora empieza a correr para mí todo lo que hizo con sus ex, los mecanismos del olvido y de la supervivencia, no poder soportar el presente si se enciende la luz del pasado –cuenta Ani–. Nunca entendió que mientras él vacía sobrecarga al otro, ahora lo tengo yo, el sillón, las fotos, los libros, los CD, los amigos en común y la fiesta de Navidad. Ok. Me puse quejosa. Me quejo, sí. Me quejo. Soy la mujer abandonada más triste de la historia. La protagonista de una novela decimonónica. El destino de la tragedia griega. Ahora empezará el temor de que nunca más nadie se enamore de mí o, peor, que nunca más me enamore de nadie. La maldición del desamor convertida en una espada brillante clavada en mi pecho.”
Aunque no lo afirme, Ani intuye cuál es la condición de su supervivencia: el olvido. No da más, pero le gana a la angustia. Tal vez exista en este cuento un eco lejano de Roland Barthes y sus Fragmentos de un discurso amoroso. “¿Qué quiere decir ‘pensar en alguien’? –interpelaba el filósofo francés–. Quiere decir: olvidarlo (sin olvido no hay vida posible).” Duele y da mucha rabia usar el imperfecto al escribir un par de líneas sobre la breve pero intensa vida de Kogan. Marina, Maru o Lolamaar, como cada lector prefiera llamarla, murió el mismo día que el libro salió de la imprenta: el 18 de enero pasado. Tenía 28 años; en noviembre se recibió de licenciada en Letras, trabajaba como docente universitaria, había sido integrante del consejo editorial de la revista El Interpretador, y algunos de sus cuentos se pueden leer en antologías como In Fraganti o Nuevas Narrativas.
Otra mujer abandonada, pero con una mirada más cínica, es la protagonista de “La reelección”, de la inédita Majo Moirón (Buenos Aires, 1985). Una joven de 22 años que no tiene ganas de hacerse cargo de nada encuentra la vuelta para “rehabilitarse del corazón”. El novio la sustituyó “a la velocidad de la luz por su ex” en 1999. Más allá de la desesperación violenta –encerrarse en su habitación, llorar, fumar para “ennegrecer mis pulmones jovencitos”– y del “circo de la tristeza” amalgamado con los malos augurios del fin de milenio, pronto conocerá a un chico en una fiesta. “Puse el antiguo encima del nuevo como si tratase de una hoja de calcar”, subraya la narradora con un dejo de sarcasmo, como reescribiendo en esa efímera aventura de sus vacaciones el refrán “un clavo saca a otro clavo”. Carlos Castagna (Buenos Aires, 1975), también inédito, bucea por los pliegues de un malentendido. “En un momento, él cometió la torpeza de hablarle de amor. Y ella se crispó de golpe, y lo fulminó con la mirada –revela el narrador–. Como si hubiera dicho una barbaridad. Yo nunca me voy a enamorar de vos, le contestó, furiosa.”
Dos mujeres merodean a Ariel, el protagonista de “La tierra pura”, de Christian Broemmel (Buenos Aires, 1972), otro autor inédito que trabaja como realizador audiovisual. Nina, la vestuarista que conoció cuando estaba por filmar una publicidad, de pies muy grandes en comparación con el resto del cuerpo. Y Amelia: “Una boba linda como cualquier otra”. Quizá sea el más disparatado de los relatos, el que cultiva altas dosis de humor y malicia, como si el lugar más absurdo estuviera bajo la lámpara de los discursos new age. “El problema de las personas hoy en día (...) es que están incapacitadas para ser espontáneas, son demasiado cerebrales, no se abren como la flor de loto; somos... somos raíces abajo del agua”, plantea Amelia. Tal vez los autores nucleados en esta antología, convocados por Blatt y Ríos para escribir sobre el amor, tengan apenas una mínima certeza: intuyen que no podrán atrapar el concepto más que “por la cola”, por destellos y hallazgos de expresión en el torrente de existencias en espejo o contrapunto, según los gustos, estilos, preferencias y obsesiones de cada escritor.
Los autores que se animaron a entrarle al tema “de frente”, como Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 1983), no se quedan en el mero acto de rumiar sus dolores. En “Un juego que me volvía loca”, una joven reflexiona ante la foto de su madre. El marido-padre es la “sombra” de esa imagen congelada en un tiempo y lugar: Quilmes, 1957. “No puedo imaginarme esta historia de amor. Nunca los vi besarse pero sí cumplir cuarenta años de casados. Eso es lo fantástico de las familias como la nuestra, que hayan durado así.” Hay un esfuerzo de esta joven por “poner la mente en blanco” al mismo tiempo que rebobina la película de su vida y transita por el “borrón y cuenta nueva” que implica una separación. El efecto más alucinógeno del amor es “cuando creo en el otro”. Cuando el amor se acaba, “tiene el efecto de una droga dura que se extraña hasta que duele”. “Los primeros días son de asfixia y de no entender nada –confiesa la protagonista–. Después pasa, pasa y lo que queda es un resto hermoso y desolador, saber que en el mundo alguien hizo el esfuerzo sobrenatural por querer verte del lado de adentro.”
Las tensiones en el campo, donde “nada es de nadie”, se despliegan bajo ópticas bien diferenciadas en dos cuentos: “Los genios”, de Flor Monfort (Buenos Aires, 1976), y “La Baguala”, de Lucas Videla (Buenos Aires, 1973). En una línea más experimental, entre el diario y escrituras próximas a las nuevas tecnologías, se mueve la crónica de una amistad titulada “Después de esto vamos a parar un poco”, de Marina Alessio (Buenos Aires, 1980). “Vos me agarrabas de la mano frente al espejo y decías que hacíamos relinda pareja, te probabas tu ropa y a mí. Me usabas como si yo fuera una cartera o un accesorio más. Yo te quedaba bien”, admite la narradora. Perfecto y de una belleza inquietante es el cuento “Visibilidad: diez metros”, de Fernanda Nicolini (Buenos Aires, 1979). La pérdida amorosa adquiere un viraje “dramático” y obsesivo. La joven desesperada apenas puede balbucear sus razones: “Voy a esperar que me abras la puerta y me mires, me veas así, que te acuerdes de cómo éramos juntos, que se te anude el estómago, que me abraces y me abraces más cuando te diga que te extraño, que quiero dormir con vos (...), y que me perdones, yo no quería dejarte, fue una pavada, dije cosas sin pensar, no es verdad que ya no te amo, no es que...”.
El amor y otros cuentos anticipa el panorama de una generación en formación, en algunos casos con proyectos literarios más articulados, como Inés Acevedo (Tandil, 1982), autora de la novela Una idea genial y del relato redondo “Música country”. Otro texto con recovecos para ahondar es “Plumerito”, de Florencia Angilletta (Buenos Aires, 1986), autora inédita que participa en el blog La Maquiladora. Para rematar se impone citar una frase del relato “El bañista”, de Fernando Callero (Concordia, Entre Ríos, 1971): “¡Claro que te dije que ya ‘no te quiero con locura’!, pero hay más de una manera de interpretar eso. ¿O no?”.
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