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Lunes, 7 de marzo de 2011

CULTURA › GUSTAVO TARRIO Y SU ESPECTACULO NUMERO VIVO PRESENTA

Original diálogo de música e imagen

El cineasta y director teatral ideó una experiencia en la que hay lugar para canciones y la proyección de una película sobre la ansiedad previa a un cumpleaños de 15. Puede verse los sábados a las 21 en el Teatro del Abasto.

 Por Carolina Prieto

Ver una película en una sala de teatro, proyectada en una pantalla grande y prologada por un puñado de canciones sutiles que a su vez contienen una delicada puesta en escena: de eso se trata Número vivo presenta, la nueva creación de Gustavo Tarrío, un realizador y director de teatro que hace tiempo viene explorando los cruces entre teatro, cine y música en montajes como 3 ex, Decidí canción y Salir lastimado. Su nueva experiencia puede verse los sábados a las 21 en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549). Se trata de una propuesta que deja una sensación muy placentera, similar a la que depara un cuento aparentemente leve pero emotivo, que sin grandilocuencias ni pretensiones toca algunas fibras íntimas del lector y lo deja empapado de imágenes bellas o dolorosas.

Me transpiran las manos más poco es el título de la película en cuestión, dirigida por Tarrío, pero también es una frase que desliza su protagonista, Yanina, una adolescente de Rafaela (Santa Fe) que espera en su cuarto el momento en que abandonará ese refugio para ir al encuentro de sus familiares, amigos y novio en un salón, donde festejará sus 15 años. Tarrío registró esa previa a la manera de un documental, casi sin intervenciones, capturando la intimidad de una chica devenida princesa con vestido, peinado y maquillaje para la ocasión, dispuesta a mostrarse como una mujer ante la mirada de los otros, como una novia que esperó y soñó ese momento durante años. Antes de la proyección y tras ella se suceden canciones acústicas interpretadas por el mismo director y por tres músicos; melodías con letras sobre el paso del tiempo y los primeros amores. No son meras interpretaciones: hay un trabajo de luces y de puesta con plataformas móviles en las que se disponen los músicos, instalaciones de plantas, algún mueble y hasta una bicicleta que se mueve en la oscuridad. Así, se genera un microclima irreal, una ensoñación. El espectáculo, que redondea la hora entre música y película, se cierra con una canción cantada por una mujer que por momentos parece duplicar a la protagonista del film, como si ésta cobrara vida fuera de la pantalla. No hay conexiones explícitas entre música y audiovisual; el espectador podrá hacer los puentes que su imaginación le sugiera o simplemente disfrutarlas como un aperitivo y un postre.

“Conocí a Yanina cuando fui con mi equipo a Sunchales, en Santa Fe, para hacer el documental Foto Bonaudi, sobre el estudio fotográfico de ese pueblo. Ella estuvo en el estudio para una sesión de fotos y se armó una relación particular. Tenía 11 años, era muy tímida y muy linda. Más tarde, cuando vio el documental terminado, debe haberse sentido contenida, porque durante un año nos mandó mensajes para que volvamos y le grabemos el cumpleaños de 15”, cuenta Tarrío a Página/12. Así fue como el director viajó nuevamente a Santa Fe, esta vez a Rafaela, donde entonces vivía la ya adolescente, y cumplió con su pedido. “Grabé la fiesta de 15 pero también la previa, el momento en que está en su cuarto, cambiándose, acompañada de a ratos por familiares. Dejé la cámara sola dentro del cuarto. Es como un documental abandonado –agrega–. En un momento me pide que entre y aparezco.” Más tarde, al ver todo el material registrado, decidió regalarle el video de la fiesta y sintió que había algo más, que las imágenes de la espera de Yanina tenían una lógica propia: “Se había armado un relato con suspenso, con humor, por momentos un poco angustiante por los nervios de Yani, por las ganas de que llegara el momento y por el temor. Le dije que tenía ganas de hacer algo con ese material y ella aceptó”.

Ahora bien, ¿cómo mostrar esa película de unos cuarenta minutos de duración? La opción fue reeditar los antiguos números vivos que hace medio siglo animaban los intervalos de las funciones de cine, en las que se proyectaban tres películas seguidas. Algo que, en realidad, rondaba en la cabeza del director desde hacía tiempo. “Es una manera de poder exhibir esa mezcla de cosas que me interesan: la imagen, la música, los actores en vivo, los artistas de variedades”, comenta el creador que hacia mitad de año estrenará en el Teatro Argentino de La Plata otro proyecto multimedia, una ópera experimental junto al músico Matías Giuliani y el artista visual Leandro Tartaglia.

–¿Cómo aparecieron las canciones?

–El recorrido que plantea la película es más bien emocional y nos pareció que, más que palabras, pedía un clima. Es lo que intentamos lograr. Canto un clásico de Alberto Cortez, “Distancia”; y los cuatro músicos son compositores, así que tocan sus propios temas. Todos somos padres y creo que las canciones transmiten cierta perplejidad por el paso del tiempo. Como padre, cuando tu hijo deja de ser un nene y es adolescente, hay un cimbronazo por ese cambio, hasta de furia, más que de melancolía o nostalgia.

–Sin embargo, predomina un tono suave en las canciones y en la puesta...

–Es que siempre tuvimos la sensación de que la película era algo muy frágil y que le va bien ese colchón de sonidos tranquilos, camperos. No pretendimos intervenirla ni ponerle música encima, sólo abrir y cerrar con música y dejar que las imágenes dialoguen con las canciones. La música es como una forma de acompañar o de presentar lo que viene después, como en los festivales de cine cuando antes de la proyección alguien habla y presentan la peli. Acá cantamos. Y toda la parafernalia que acompaña las canciones está pensada para seguir trabajando en próximos números vivos. En la segunda mitad del año queremos mostrar otro documental con este formato.

–¿Por qué exhibir la película en un teatro?

–Por un lado, como casi todo sucede dentro del cuarto de Yanina, esa unidad de espacio tiene mucho de teatral. Por otro, porque para los que hacemos un cine no industrial no hay muchos espacios. Y ésta es una manera de mostrar que en un teatro se puede hacer y que se puede hacer mucho más. Pensemos en la cantidad de teatros de Buenos Aires, en la cantidad de horas diarias que esas salas no se usan y que podrían usarse para pasar el material de tanta gente que hace cine. Como lo que está pasando en el Camarín de las Musas, que ya tiene su sala de cine... Espacios ya equipados con luces, sonido, escenografías que muchas veces no se usan. Son un buen lugar no sólo para mostrar películas, también para que actores y directores se junten, prueben y experimenten.

–Hay un momento del film que se vuelve exasperante: con cortes muy seguidos, la pantalla a negro y la imagen que vuelve a ser la misma una y otra vez.

–Es algo medio provocador, casi anticinematográfico. Una manera de contagiar la exasperación, la impaciencia de Yanina. Reflejar su punto de vista tratando de manipular lo mínimo posible, casi nada, salvo el encuadre, aunque hay uno solo preponderante. Casi es como borrar el lugar del director. Con este trabajo me di cuenta de que hace falta muy poco para que se configure un relato. De alguna manera, fue como ir hacia algo esencial del cine: pintar un espacio con las personas que lo habitan. Y punto.

–Y aparece una forma de hablar particular.

–Muy rica y muy distinta a la nuestra. “Más poco”, por ejemplo, quiere decir “mucho”. En Sunchales hay muchas expresiones que significan su opuesto. En un momento, Yani dice: “Chico grito pegué yo”. Y pegó flor de grito.

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Yanina, la cumpleañera de la película que se ve durante el espectáculo.
 
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