CULTURA › EDICIONES TIRAMISù O LA LECTURA EN CáPSULAS
La editorial acaba de lanzar una cajita-plaqueta que cabe en la palma de la mano. El artefacto, pequeño y compacto, despliega tres libritos de diversos géneros, que van de la poesía a las narraciones mezcladas con imágenes.
› Por Silvina Friera
¿Quién dijo que todo está perdido y que la galaxia Gutenberg está en vías de extinción? Más allá de las respuestas posibles –aquí y ahora, en la era de la Web 2.0–, se podría observar, sin exagerar, que desde que el mundo es mundo han sobrado predicadores del Apocalipsis cada vez que un nuevo formato instaura la sospecha de que el libro, más temprano que tarde, será arrasado por el tsunami de las nuevas tecnologías. Los debates –según parece– se multiplicarán. Aunque las discusiones formuladas en términos binarios, tradición versus innovación, quizá sean estériles y aporten poco o nada para quienes creen que lo más importante no está tanto en el soporte como en el acto mismo de leer. Adriana Gómez, periodista, docente de Ciencias de la Comunicación, traductora y flamante editora que confiesa su devoción por los chanchos, y el diseñador gráfico Albert Caut encontraron el bálsamo perfecto para ese vicio caratulado como “el mal de la lectura compulsiva”. Como si intentaran epilogar la conjura del fin del libro impreso para dar inicio a una leyenda móvil, han encontrado en las cápsulas literarias el santo remedio. Ediciones Tiramisù acaba de lanzar una cajita-plaqueta que cabe en la palma de la mano, en el bolsillo del caballero o en la diminuta cartera de la dama. El artefacto –pequeño, compacto y portátil– despliega tres libritos suculentos de diversos géneros, que van de la poesía a las narraciones mezcladas con imágenes: Atomos, de Daniela Pasik; Amores coreografiados, de Andrea Fernández, y Helado en vasito, de Gómez.
Ediciones Tiramisù –esa cajita cuyos libros se pueden leer donde el capricho del lector mande– se fue armando sin mucha premeditación, en 2009. “Yo quería publicar un librito naranja de poemas con palabras dobles, que no salió –se llama, precisamente, Cortocircuitos pendientes–, y en el proceso de buscar editorial me di cuenta de que disfrutaba sobremanera meter mano en el formato, los colores, las tipografías, tomar esas decisiones glamorosas. Y así, en interminables desayunos en bares de Saavedra, fuimos dibujando el proyecto con mi amigo Albert Caut. Nos inspiramos en nuestro amor por lo minúsculo, intenso, breve y bonito, quisimos que fuera también un objeto de deseo, por eso los tres libritos saltan a la vista y vienen en una cajita portátil”, recuerda Gómez, la creadora de este sello que publica textos portátiles e intensos. Gómez cuenta que el nombre de la editorial es “muy antojadizo”. “Me encantan los postres, los ingredientes secretos, el sabor del capricho, darme gustos. Para plato principal ya hay muchos apologistas”, ironiza la autora del ensayo El dinero y las palabras. Conexiones insospechadas (Prometeo).
En italiano, tiramisù –vocablo apto para el paladar de los amantes del postre– quiere decir “levantame”, y por qué no –agrega Gómez– “sacudime”. “Esto tiene cierta energía que nos identifica, una apertura al contagio”. Además de Gómez y Caut (el diseñador gráfico), el “nosotras” contagioso incluye a dos mujeres que han aportado su granito de azúcar en el proyecto: Flavia Costa y Eva Grinstein. Algo muy lúdico irrumpe al final de la lectura de cada texto; en la última página de cada librito, en el colofón, el lector se topará con una desopilante declaración de principios: “Este libro podría haberse terminado de imprimir en Buenos Aires, en los Talleres Trama, en el mes de septiembre del año 2010, pero quién sabe”. Gómez plantea que el lenguaje es “un juego que apacigua el miedo”. Una cita de Clarice Lispector le viene como anillo al dedo para merodear el asunto: “escribo porque no entiendo”. “En Tiramisù partimos de la base de que nadie entiende nada, sólo sabemos, más o menos, jugar –subraya la editora–. Por otra parte, nos inspira la patafísica, esa anticiencia difusa de Alfred Jarry que postula el reinado de la excepción, el accidente, y que desafía todo intento de explicación. El colofón de los libritos tiene ese espíritu provocador, aspira a que lo lean, siembra una duda simpática en una zona donde normalmente se registra un hecho informativo. Nos agrada ocupar espacios tradicionales con segundas y terceras intenciones”.
La primera plaqueta incluye tres libros de exactas 29 páginas cada uno. “Quiero ser mi casa/ y cuando escapo/ vivo en la esquina de mí”, se lee en uno de los poemas de Helado en vasito, de Gómez; libro que nació de una frase que soltó al pasar una amiga, “no hay que estar a la altura de la extensión”, aludiendo a stilettos y mechones artificiales. “Me propuse no proponerme nada, y arrancar. Como me gusta jugar, el resultado es un conjunto de textos semiautomáticos, casi sin puntuación, sonoros, con muchas imágenes, ridículos, donde la disposición tipográfica le hace contrapunto al sinsentido”, explica la autora. “Hay dos dibujos, también, de mi hija Emma de 6 años, homenaje a su frescura; seré babosa, pero me encanta que una regadera riegue una tortuga”, admite la editora que promete más cajitas-libros para el segundo semestre del año.
Si una persona declara su devoción por los perros o los gatos, no se le suele preguntar por qué, como si hubiera un sobreentendido que funciona en piloto automático y anula instantáneamente la curiosidad. No habría, a priori, nada estrambótico en profesar el culto canino o felino. Pero Gómez adora a los chanchos y dice que son sus fetiches. “Con otra de las autoras de Tiramisù, Daniela Pasik, entablamos una polémica poética porque ella ama la vaca y yo tengo pasión por el cerdo, entonces cada una escribió una ‘oda a...’ –cuenta la editora–. Intento una explicación, que no agota el fenómeno, sobre mi puerca obsesión: el chancho es voluptuoso, caprichoso, nada divo; voraz, maleducado y simpático en su andar, tiene una redondez casi invertebrada, está embarrado, habla con esa erre aspirada y es culpable: ¡la culpa la tiene el chancho, claro! Para mí representa la fuerza del deseo puro. Es dionisíaco y está lleno de acción, la contemplación y el cálculo le son tan ajenos como el jabón de tocador.”
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