Domingo, 5 de junio de 2011 | Hoy
CULTURA › ENTREVISTA A LA INVESTIGADORA MARIA DOLORES BEJAR
Aunque un título como Historia del siglo XX puede sonar a un intento excesivo de abarcarlo todo, la historiadora apunta a hechos centrales y efectos en la periferia, bajo el enfoque de nunca presentar verdades reveladas o pensamientos ya cocinados.
Por Cristian Vitale
María Dolores Béjar es investigadora. Se doctoró en Historia en la Universidad de La Plata y cumple ese rol como miembro del Instituto de Investigaciones en las facultades de Humanidades y Ciencias Sociales de esa ciudad. Ha dejado, bajo ese rubro, libros que aportan data intensa para intentar descifrar dos períodos clave del derrotero argentino durante el siglo que pasó. Uno, sola (El régimen fraudulento. La política en la provincia de Buenos Aires, 1930-1943) y otro como parte de un equipo: La última dictadura militar en Argentina, entre el pasado y el presente. Pero es, sobre todo, una docente que dio clases en todas las instancias: fue maestra de grado, profesora de secundaria; ayudante, adjunta y titular en la universidad, y master de posgrado en la Flacso. “Hace 40 años que estoy dando clases. Es lo que más me fascina”, introduce ella, con un capuchino enfrentado a su nariz. Es la forma más provechosa de entrarle al libro que acaba de publicar a través de la editorial Siglo Veintiuno, una historia holística, muy pedagógica, descriptiva y concienzuda que llamó Historia del siglo XX. “La verdad es que yo hice mi formación trabajando y este libro, a diferencia de mis anteriores trabajos basados en la investigación, es el resultado de tantas clases que di..., una reflexión y reorganización de los años que llevo en la docencia”, explica, en un intento por enmarcar las coordenadas base que dieron origen al ambicioso proyecto.
El “abstract” centra esta historia del siglo XX –resuelta en 464 páginas– en un propósito que la historiadora, abriendo un paréntesis a las problematizaciones típicas de la disciplina tomó como principio motor: captar los hilos entrecruzados del espacio mundial en el que los países centrales se vinculan con una periferia de múltiples singularidades. Dicho de otro modo, una lupa puesta con la misma intensidad tanto en los principales hechos políticos y económicos que prendieron fuego el siglo en Europa y Estados Unidos, como en sus causas y efectos en Asia, Africa, Oceanía y América latina. Una atención pareja, habitualmente inhabitual entre los historiadores, para la Primera Guerra Mundial, el impacto en las innumerables tribus tras el “reparto” de Africa durante la era del imperialismo, la experiencia soviética, la lucha entre hin- dúes y musulmanes en la India, el Movimiento de Países No Alineados o el milagro japonés. El tejido global, al cabo, que fue tornando el mundo en algo cada vez más ensamblado y complejo. “El logro del libro, para mí, no es que cuando terminás de leerlo sabés toda la historia del siglo XX ni mucho menos, sino que, con todas sus limitaciones, ofrece una especie de cuadro en el que podés mirar el mundo en sus articulaciones a lo largo de un período que va de fines del XIX casi hasta nuestros días, donde se distinguen distintas etapas y momentos, y en cada etapa y momento se van articulando esos distintos espacios. Podés hacer una lectura a lo largo del tiempo, y otra en cada etapa, articulando los distintos espacios..., fue muy costoso esto”, explica Béjar.
–Se intuye, porque si fuera al fino, si problematizara “recortes” del siglo como el caso Sacco y Vanzetti, el comunismo chino o la Guerra Civil Española, no le alcanzarían mil hojas. Por otro, la necesidad de describir procesos más que de interpretarlos o la de cerrar el lápiz a la hora de bajar línea..., el siglo es un mar de fuentes y también de posturas ideológicas en tensión permanente. ¿Cómo hizo para abstraerse?
–Ahí opera el foco en lo docente: yo siempre les cuento a mis alumnos dónde estoy parada políticamente, pero que voy a tratar de abstenerme de ello cuando veamos la historia. A ver: lo central es cómo ejercitamos nuestras cabezas para pensar históricamente. A veces doy charlas y me dicen “qué impresionante que no bajó línea”, y la verdad es que mi objetivo es ofrecer al escucha la mayor cantidad de herramientas para que se dispare a hacerse la mayor cantidad de preguntas posibles. Es fascinante ayudar al otro a hacerse preguntas, es mágico.
–¿Por qué decidió empezar la historia del siglo XX a fines del XIX, la etapa que Hobsbawm llamó “era del imperialismo”?
–Porque aquí emergen muchos de los elementos, procesos y actores que se pueden seguir en el XX. La idea de una economía global, el proceso de democratización, los partidos políticos, el afianzamiento del socialismo o la aparición de una nueva derecha radical son hechos que recorren el siglo XX y yo decidí verlos cuando emergen. Claro, también podés empezar con la Primera Guerra Mundial, la época de los derrumbes o la pérdida del sentido de la historia que, hasta ese momento, era entendida como un avance hacia un escalón superior..., son elecciones.
–La historia como evolución, paradigma que se puso en duda tras las guerras fratricidas del siglo pasado en Occidente.
–Una evolución pero no lineal, porque aquella concepción también aceptaba tensiones y contradicciones, aunque existía la factibilidad de que se podía construir cada vez más civilización. Hoy no se puede decir eso. Desde el análisis no hay muchos elementos para ser optimistas.
–¿Qué factores explican ese escepticismo, según su mirada?
–Que podemos asistir a enormes tragedias pasando livianamente por ellas. Que haya habido desde los años ’80 un brutal aumento de la desigualdad en el mundo y que tomemos eso con naturalidad. Que veamos una superpotencia como Estados Unidos que entra en países y ataca a sus poblaciones civiles con un armamento impresionante y lo miremos con indiferencia es muy estremecedor. Pongo el caso Dreyfus ¿no?, el judío francés militar que es acusado de ser un espía para Alemania y mucha gente reacciona porque la Justicia pudo haber cometido un acto injusto cuando lo castigó. Hoy, ni la desigualdad social ni los crímenes nos hacen reaccionar. Hay un escepticismo muy grande cuando ves que un estadista como Berlusconi rige los destinos de Italia, por ejemplo, después de ver lo que pasó con el fascismo, la resistencia y la reconstrucción de posguerra. Además de la economía, se globalizó también una exacerbación del individualismo en el sentido de que si el sector al que pertenezco está ubicado en un espacio donde encuentro posibilidades de estar bien, pierdo conciencia de que el objetivo nunca es individual. Eso lleva a una despreocupación de lo que pasa en lo social, en un sentido más amplio, y eso alimenta algo muy peligroso que es la disgregación de las sociedades. La conciencia de ser parte de la sociedad está muy debilitada.
–¿Cuál es el rol que tendría que tener un historiador en este sentido, hay una “militancia”, algo que se pueda hacer, o es sólo mirar, comprender y dejar?
–Bueno, en mi caso, yo soy militante como docente, pero no en el sentido “hay una historia que es verdadera, o procesos que quiero que se entiendan en determinado sentido”... no me preocupa tanto eso, sino más bien en el hecho de que la historia es una disciplina fantástica para organizar las cabezas. Cuando se trabajan los procesos históricos, lo que busco es que los alumnos se hagan preguntas clave sobre cómo pensar lo social.
–¿Cuáles, específicamente?
–Que la realidad social no se puede recortar, es compleja, que está compuesta por distintas caras: lo político, lo social, lo económico, lo cultural, las vidas privadas, en fin, y la clave que te enseña la historia es que todas se articulan entre sí y que cuando vos analizás cualquier tema tenés que pensar cómo lo político, lo económico o lo cultural se articulan. Y la otra pregunta es qué pasa entre la estructura y los actores, entre lo que viene dado, condiciona y determina, y lo que el sujeto puede hacer.
–La tensión irresoluta entre estructuras y acción “transformadora” del hombre, que en su libro aparece en forma sutil.
–Ahí va: ¿Por qué hay gente que explica el nazismo poniendo el acento en Hitler y otra que lo pone en los grupos dominantes, y otra que enfoca en la clase media u obrera alemana? Desde esas distintas ventanas podés recortar dimensiones diferentes, y decidís hacer un recorte, sin negar que pueda haber otro, ¿no?, otras visiones, porque si no caemos en eso de “la culpa la tienen o las elites del poder o la sociedades homogéneas”. Se ponen acentos parciales, reducidos, que no nos permiten entender la complejidad de los procesos históricos. Posiblemente, uno no pueda dar cuenta de todo. Yo siempre les digo a mis alumnos..., no vamos a llegar a una verdad, pero vamos a abrir la cabeza para poder pensar cada vez más ricamente, sabiendo que la tensión hacia la verdad es fantástica, si somos conscientes de las limitaciones que eso conlleva. Se trata de escuchar al otro y abrirse al debate.
–Esto podría ser tomado como una negación de conflicto, también, y siempre hay conflicto...
–Claro, yo no creo en los consensos permanentes. Yo creo que hay conflicto y, aunque no entra dentro de mi caja efectiva, la violencia es parte de la historia. Es inevitable que se diriman determinados conflictos a través de la violencia.
–La partera de la historia, decía Marx...
–Es parte constitutiva. Hoy decimos libertad, igualdad, fraternidad, pero eso fue parte de una revolución sangrienta, tremendamente sangrienta. Muchos legados que reivindicamos fueron a costa de mucha sangre, pero simultáneamente apuesto al debate donde, si bien no terminan de dirimirse las diferencias, se abren caminos más anchos en el sentido de “bueno, acepto ceder parte de la mío para que tenga cabida parte de lo tuyo”.
–Aunque contemplando las limitaciones, también, porque los proyectos políticos o económicos siempre se legitiman en el pasado, eso se ve claro hoy en Argentina, ¿no? Un proyecto que se legitima en determinadas banderas del pasado, y otro que, aunque se diga independiente, está haciendo exactamente lo mismo, pero con menos honestidad.
–Todos, en cada momento, se legitiman en el pasado, pero también todos se apropian de ese pasado reconstruyéndolo, porque el pasado no está inmutable para ser recordado, siempre tomás partes, le conferís sentidos y lo articulas con elementos del presente que hacen que ese pasado pueda ser leído de diez maneras diferentes. Y esto pasa con todas las tradiciones políticas..., no hay un único peronismo, ni un único socialismo, ni un único radicalismo, por eso se pueden hacer diferentes alianzas entre tales partidos, y todos aludiendo a una identidad. Por eso, los historiadores podemos escribir cientos de historias sobre un mismo proceso y seguir preguntándonos sobre el mismo, de otras maneras. Yo hoy puedo escribir sobre el Holocausto de una manera que durante las primeras historias sobre el nazismo no podía ser posible.
–O sobre el Gulag en la Unión Soviética durante la época stalinista..., poco se supo de eso hasta las denuncias públicas de Kruschev.
–Tal cual, y las preguntas que te hacés sobre el Gulag y el Holocausto. Primero, la pregunta es quién fue el culpable, después cómo esto fue posible, y así. Hay veces que para poder hacerte una pregunta tenés que tener un cúmulo de investigaciones para que la pregunta pueda empezar a sostenerse.
–¿Por qué pone el foco en lo docente y no en la investigación, además de, como ya dijo, aprovecharlo como un método útil para condensar períodos extensos?
–Desde la investigación del siglo XX no tengo ninguna razón para estar esperanzada, me da mucho temor estudiarlo, en cambio mi profesión como docente me genera algo vital. Es como darse cuenta de que la vida continúa y que pueden pasar cosas que uno no imagina...
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.