Lunes, 6 de junio de 2011 | Hoy
CULTURA › JOOST SMIERS Y PABLO WEGBRAIT DEBATEN SOBRE EL COPYRIGHT
Uno es holandés, doctor en Ciencias Políticas y autor de Un mundo sin copyright. El otro, argentino y asesor en derecho de marcas y otras áreas de la propiedad intelectual. Y si bien sus dos visiones no son exactamente opuestas, sí entran en fricción.
Por Facundo García
“Levante la mano el que jamás se bajó películas o discos de Internet.” En los foros que reúnen a los sectores del mercado de contenidos, la respuesta casi siempre es unánime y mentirosa. Supuestamente nadie “piratea”; y si lo hace no lo admite, porque la defensa de las leyes de propiedad intelectual sigue siendo un santo y seña en esos ámbitos. Ahora bien, en el primer Mercado de Industrias Culturales Argentinas (MICA), la tendencia sufrió algunas variaciones. Así fue como el doctor en Ciencias Políticas Joost Smiers –autor del libro Un mundo sin copyright (Gedisa)– y el abogado Pablo Wegbrait –otro especialista en el tema– llegaron a la entrevista todavía enganchados con las discusiones que se suscitaron en un seminario internacional sobre derechos de autor.
Representan dos perspectivas en fricción. No porque sus visiones sean exactamente opuestas, sino porque cada uno tiene formaciones e intereses diversos. “En realidad –abre el juego Smiers–, lo mío es un diagnóstico sobre el mercado. Creo que no es aceptable que existan las fuerzas dominantes que padecemos.” Para el holandés, una de esas fuerzas es el copyright, “que es nada menos que el control monopólico de los contenidos creativos”. Otra variable corresponde a las corporaciones que concentran la distribución, el marketing y las ventas. “También ellas impiden la competencia. Manipulan los discursos que recibimos y, en alguna medida, las cosas en que pensamos.”
Wegbrait opta por un estilo sin espinas. Para él, es más realista pensar en una “solución intermedia”: “El problema es que nadie sabe cómo darles continuidad a las industrias culturales en este contexto. Personalmente, siento que hay cosas que los autores no podrán hacer por sí mismos. Por ejemplo, promocionar una obra mediante el marketing. Claro que mientras tanto, el esfuerzo de los empresarios está más dirigido a perseguir a los ‘infractores’ que en descubrir nuevos modelos”.
–Es decir que hay una especie de estancamiento. ¿Cuál sería la salida?
Joost Smiers: –Lo que propongo no se agota en abolir el copyright. Hay que desmontar las corporaciones, para que no puedan ejercer su posición dominante. De hacer eso, a lo mejor se acabarían las grandes estrellas y los blockbusters. Y probablemente sería un alivio, dado que dejaría espacio para miles de artistas. Ustedes, los argentinos, saben de la homogeneización y las miserias que trae el neoliberalismo. El plano de los bienes culturales no está fuera de esa lógica.
De a ratos –y aunque el académico no conoce la coyuntura local–, Smiers lanza ideas que se acercan a las que sostuvieron los promotores de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Esa atracción invita a preguntarse si no habrá llegado el momento de ampliar los ejes que se defendieron en el Congreso –importancia de lo público, valorización de las organizaciones civiles y garantía de acceso para todos– a la circulación de cultura a través de las tecnologías digitales. Claro, es difícil arriesgar una respuesta con las elecciones tan cerca. Por lo pronto, como asesor en derecho de marcas y otras áreas de la propiedad intelectual, Wegbrait mantiene su tono pedestre. “Probablemente vayamos hacia lo freemium –anticipa–. Esto es, a la oferta de servicios básicos gratuitos con la opción de ampliarlos pagando un precio. Ya hay modelos exitosos, como Spotify, una aplicación que permite reproducir música y mejorar la experiencia si uno abona una cuota.”
–Uno de los argumentos que plantean los que defienden al régimen de propiedad intelectual vigente es que si se modificara la legislación en favor de los usuarios, los creadores perderían la motivación para seguir produciendo.
Pablo Wegbrait: –Si hoy abolieras el derecho de autor, la gente seguiría creando. El inconveniente es que para concretar cierto tipo de proyectos necesitás inversiones importantes. Estos inversores, comprensiblemente, pretenden recuperar la plata que pusieron. Y si bien es cierto que las compañías suelen tener aspiraciones abusivas, como la extensión de los derechos sobre grabaciones musicales durante décadas y décadas, me cuesta pensar en un Lost con “modelo abierto”...
J. S.: –Yo no creo que sean indispensables esas superproducciones. ¿O no encontramos artistas que sin usar tanto dinero nos ofrecen propuestas igual o más inteligentes? Los peces gordos te van a repetir lo que Mubarak le decía a los egipcios: “O me obedecen, o será el caos”.
–Otra justificación muy difundida afirma que si no se defiende el copyright, las compañías colapsarán y se perderán miles de puestos laborales.
J. S.: –¡Es una gran mentira! Pongámonos a analizar, sin hipocresía, en qué condiciones se trabaja dentro del ámbito de las industrias culturales. En los rubros del cine, la música o la televisión hay una gran mayoría que está en negro, sin cobertura médica, vacaciones, ni ninguna garantía de tener empleo en el mediano plazo. ¿No habrá llegado la hora de estimular a otro tipo de empresas, de menor tamaño y un criterio social nuevo?
A su turno, Wegbrait afirma que habría que arrancar revisando la ley de propiedad intelectual argentina o Ley Noble (en referencia a Roberto Noble, fundador de Clarín y principal impulsor de la medida). La norma data de 1933, por lo que está completamente desfasada. Wegbrait: “El Estado debe actualizarse. Conversando te das cuenta de que hay muchos funcionarios que no se han detenido en estos puntos. Es una lástima, porque hoy Internet podría hacer que un chico en Formosa acceda a materiales educativos con la misma calidad que los que usa un alumno de clase alta en Suiza o en Alemania. Ojalá que el MICA sea un puntapié inicial para establecer una política cultural a largo plazo en este sentido”.
Smiers se despide con un llamado militante: “No te preocupes –responde–. La historia nos enseña que lo que esperabas que no ocurriera puede desatarse de la noche a la mañana. Lo nuevo llegará. No necesitamos esperar. Sí es preciso, en cambio, poner manos a la obra para enfrentarlo de la mejor manera”.
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