CULTURA › SE REEDITA, ACTUALIZADO, EL LIBRO LA PATRIA FUSILADA
El trabajo registra la entrevista que Paco Urondo les hizo el 24 de mayo de 1973 –un día antes de la asunción de Cámpora– en la cárcel de Devoto a los sobrevivientes de la masacre de Trelew. La reedición se presentará este jueves en el Archivo Nacional de la Memoria.
› Por Facundo García
María Antonia Berger tenía un balazo en el estómago y otro en la mandíbula. A su alrededor los marinos inspeccionaban a los prisioneros que acababan de fusilar, y si los veían respirar los remataban. “Pero entonces agarro, y con el dedo y con la sangre –me acuerdo que mojo el dedo– empiezo a escribir en las paredes (...) ‘L.O.M.J.E’, es decir, ‘libres o muertos, jamás esclavos’. Y había escrito ‘papá, mamá’, y no sé qué más”, le contaría luego al poeta, periodista y escritor Paco Urondo. Su relato, como los de los otros dos sobrevivientes de la masacre de Trelew, fue transcripto por Urondo en La Patria fusilada, obra que acaba de reeditar Libros del Náufrago y que se presentará el próximo jueves a las 19, en el Archivo Nacional de la Memoria (Av. del Libertador 8151), con la presencia de Javier Urondo, Raquel Camps, Horacio Verbitsky y Daniel Riera.
La charla que dio forma al texto se produjo el 24 de mayo de 1973, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la presidencia y decretara la libertad de los presos políticos. El entrevistador –que también estaba detenido– se reunió en una celda de Devoto con Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los únicos que habían logrado escapar de los crímenes del sur. Urondo quería que describieran cómo había sido la fuga del penal de Rawson, de qué manera los habían atrapado y quiénes habían asesinado a los cautivos en la base Almirante Zar.
El intercambio con los “fusilados que viven” –parafraseando una expresión de Rodolfo Walsh– se extendió a lo largo de la noche. Es que en Devoto se vivía un clima especial: con la llegada de la democracia, se suponía que las cosas iban a dar un vuelco; de modo que los militantes pudieron explayarse hasta las cuatro o cinco de la mañana sin que nadie los molestara. Repasaron cuáles habían sido los preparativos para reducir a los guardias de la cárcel patagónica, el mecanismo para tomar el lugar y el plan que –en teoría– iba a permitir el escape masivo. De hecho, en aquella jornada del 15 de agosto de 1972 hubo seis dirigentes que consiguieron copar un avión y llegar a Chile. Pero en el aeropuerto quedaron, sin chance de resistir, veintidós fugitivos que fueron conducidos a una base naval. A los pocos días los acribillaron.
Todos los que habían ido a parar a la base eran ahora cadáveres. Todos, excepto esos tres que conversaban con Urondo en la madrugada de Devoto, enlazando de a pedazos la versión no oficial de lo ocurrido. Así, las preguntas y respuestas articularon una crónica que mantiene al lector de hoy agarrado de las vísceras. Si el documental Trelew (Mariana Arruti, 2004) recuperaba los acontecimientos a partir de un registro polifónico, La Patria fusilada se anticipó desde una multiplicidad cruzada por el género –los informantes son dos hombres y una mujer–, la posición política –Camps y Berger eran de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Haidar de Montoneros– y las biografías personales. En los tramos más duros, se adivina el germen de una violencia militar masivamente desbocada. Tanto es así que treinta y ocho años más tarde no queda ni uno solo de los que hablaron aquella vez. A Urondo y a Camps los mataron. Berger y Haidar están desaparecidos. Quedan sólo los lectores, los compañeros de lucha y las familias.
Consultada por este diario, Angela –que es hija de Paco y está peleando porque se le reconozca el apellido– confiesa haber descubierto el libro “de grande”. “Me enteré cuando ya era adulta. La familia que me adoptó me decía que mi viejo había sido economista”, comenta la mujer, que es ilustradora y puso su granito de arena en el arte de tapa para la nueva edición. En cambio Raquel Camps, hija de Alberto, afirma que el contacto fue en su adolescencia. “Era chica y leía buscando datos sobre mis padres, que se conocieron justamente en el penal de Rawson. Más adelante entendí que aquello era el testimonio de un tiempo clave, a medio camino entre una tragedia que terminaba y otra que estaba por empezar”, sostiene. Camps admite que le daba tristeza que el libro no se reeditara. “Me generaba bronca que los pibes no pudieran estudiarlo. Esperemos que ahora se solucione. Por lo pronto, fue conmovedor haber visitado la base y la cárcel con este documento en la mano, y sentir que la verdad se abre camino.”
El volumen es el primero de la colección Crónicas del Continente, que dirige Daniel Riera. Se ha respetado la edición original de Crisis de principios de los setenta, con dos poemas de Juan Gelman, la desgrabación de la conferencia de prensa que los rebeldes dieron cuando los acorralaron y una entrevista que hizo in situ el periodista Daniel Carreras. Se han añadido notas al pie para dar detalles del contexto, y al capítulo Los caídos –que mostraba la nómina de fusilados– se sumó Los caídos 2, que brinda datos acerca de las cuatro personas que intervienen en el diálogo. El último apartado se denomina Los Juicios y da cuenta de las acciones judiciales que se están llevando a cabo contra los asesinos de Urondo y los autores de la masacre de Trelew.
“Estábamos en una celda pequeña, de ésas donde caben apenas dos camas dobles, un wáter, una piletita, con una reja arriba, alta, grande. Yo estaba sentado en una mesa, frente a los tres. No me moví para nada. Sentados, delante de mí, estaban Alberto Camps y María Antonia Berger. En una cama, al costado, el ‘turco’ Haidar, acuclillado. Hablábamos todos muy bajito, lentamente. Nadie se movía, casi. Como si estuviéramos pegados, como si estuviéramos amarrados por algo. El recuerdo de todo eso nos amarró. Los tres hablaban tranquilamente, serenamente, sin gestos dramáticos. Claro, había cosas. En algunos momentos, la mirada de María Antonia. O la de Alberto. Muy significativas. El gesto más enfático, el ademán más dramático, lo produjo Haidar. Fue cuando María Antonia relataba cómo se sentía después de que la balearon en Trelew. Cuando siente que se va a morir y piensa que no es tan duro, y dice que siempre ha estado preocupada por cómo se sintió su compañero cuando murió y que se alegraba mucho pensando que no lo habría pasado tan mal, dentro de todo, que no era tan espantoso. Lo único que hizo Haidar, el gesto más ‘ampuloso’, digamos, fue taparse la cara con las dos manos. Eso fue todo y, evidentemente, no era un ademán enfático. Había una gran contención y yo sentía que debía ser muy delicado con ellos, como si ellos, en ese momento, fueran muy frágiles.”
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