CULTURA › UNA RECORRIDA POR LA FERIA DEL LIBRO INFANTIL Y JUVENIL
El viaje comienza apenas se traspasa el umbral de entrada del Centro de Exposiciones. Bajo el lema “Aires de Buenos Libros”, la muestra es una invitación al disfrute: hay talleres, juegos y actividades varias, con la lectura como eje.
› Por Silvina Friera
Un viaje iniciático a través de un puñado de historias, labradas con nervaduras de letras, páginas tras páginas, que enciende a quienes las leen. El libro como un talismán, una piedra preciosa a la que se le atribuye un poder especial, un objeto que protege del mal, además de ser una compañía imperecedera. Los adultos confían en domesticar a sus pequeñas fieras insatisfechas ante el excedente del tiempo libre. Por más débiles intuiciones que profesen, quizá sientan, mientras observan el entusiasmo de sus hijos, sobrinos o nietos, que están ante un lector, escritor o dibujante in pectore, dotado de un vigor y una destreza inesperados para su edad. Aunque los invitados principales de la fiesta sean más los chicos que sus padres, el disfrute inflado y promovido en estos días de vacaciones de invierno no está reñido con anhelos de largo aliento. Más bien se diría, al recorrer la 21ª edición de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, que a veces se dan la mano.
El viaje comienza apenas se traspasa el umbral de entrada del Centro de Exposiciones. El lema, “Aires de Buenos Libros”, se ensambla con la visión prolongada de un paisaje poblado de libros. En el hall central, el rostro de la queridísima María Elena Walsh, capturado para siempre por su compañera Sara Facio, se multiplica en la exhibición permanente organizada por la Biblioteca La Nube. María Elena sonríe en una de las fotos. Beba, una abuela de 59 años que parece de cuarenta y pico, también sonríe mientras se acomoda en la tercera fila de la sala principal de la Feria, bautizada con el nombre de la creadora de El reino del revés. Está con sus dos nietas mellizas de 4 años, Amira y Nasira. “Ni la madre las reconoce”, se disculpa porque le cuesta distinguir quién es quién. Pulseando contra la timidez, Nasira levanta en cámara lenta su mano izquierda para identificarse y ayudar a la abuela. “Soy fanática de María Elena, me gusta la calidez y el mensaje que tiene. Yo disfruté de sus canciones, mis hijos también y ahora les toca a mis nietas”, enumera Beba esa cadena generacional inoxidable. Amira interrumpe y dice, al borde del susurro, que le gusta Manuelita. El homenaje a cargo de la narradora Diana Tarnofky y Miguel Podestá en la interpretación de las canciones está por comenzar. María Fernanda Maquieira, editora de Alfaguara Infantil y Juvenil, confirma que desde la reedición de las obras completas de Walsh se han vendido más de un millón de ejemplares sólo en Argentina. “Este año, con la triste noticia de su muerte, volvió a circular mucho más en los colegios. Los maestros que se han criado con sus obras han querido volver a leerla ahora con sus alumnos. Esto se ve mucho en estos últimos meses en los que colegios enteros están pidiendo sus libros.”
Los átomos de una escena; contar instantes en que la vista y el oído quieren apresar hasta las más mínimas vibraciones y detalles. Adriana, de Junín de los Andes (Neuquén), logró por primera vez que sus vacaciones en Buenos Aires coincidan con la feria. Tiene a upa a Abril, de 2 años. Valentín, en cambio, está abducido por los libros de Luis María Pescetti. Está en el planeta Pescetti. En eso anda, decidiendo qué título se llevará, porque Valentín, con sus 9 años, es un lector soberano. Su madre oficia de médium: apura las lecturas de las solapas. Adriana manotea Chat Natacha chat y lee. Pero Valentín todavía duda, aunque cuenta que quiere alguno de la saga de Natacha. No hay urgencias. El viento y la lluvia escriben con sus dislexias una tarde tartamuda. El tiempo es otro en este predio, como si reposara sobre sí mismo. Bituín bituín Natacha resulta el elegido.
–Me atrapó que Natacha no quiere hacer la tarea y empieza a discutir con su mamá –explica Valentín a Página/12.
–¿Discutís con tu mamá?
–A veces...
Difícil calcular cuántas personas circulan por el predio. Como el ingreso es gratuito hasta los 18 años, sólo se contabilizan las entradas vendidas. Pero no se puede precisar con cuántos chicos ingresa cada adulto. Gabriela Adamo, directora ejecutiva de la Fundación El Libro, informa que el promedio diario de visitantes oscila entre las 6000 y 7000 personas. “Entiendo que tengamos que tener una oferta competitiva con lo que se ofrece en las vacaciones de invierno –los espectáculos, los famosos y el ruido tienen que estar–, pero sin perder de vista en ningún momento que el eje es el libro y la lectura. Sin que suene a pedagogía barata, tenemos que tratar de que los padres cumplan su parte en acercarles el libro a los chicos”, subraya Adamo. “Piedra libre a la palabra”, un taller de poesía que es la novedad de la programación de esta edición, sigue suscitando expectativas. “Hay un malentendido en esto de que hay que ofrecer lo mismo que se ofrece en otros lados –plantea Adamo–. Si uno viene a la Feria del Libro, quiere encontrarse con libros, con letras. Los chicos que participaron del primer taller de poesía estaban fascinados y recuerdo a un varón que no paró un minuto. Primero jugaron con las palabras, asociaron palabras con sonidos hasta llegar a la rima, y terminaron haciendo pequeños versitos. En el espacio de la biblioteca, están todos los libros clasificados por edad y los chicos pueden entrar, agarrar el libro que quieran y quedarse todo lo que necesiten. La biblioteca y el taller de poesía es lo más íntimo que podemos proveer. El desafío es encontrar actividades que estén ligadas al libro y a la lectura dentro de un contexto muy ruidoso y festivo.”
El stand del Ministerio de Educación convoca multitudes de pibes que hacen cola para encontrar el “cuento escondido”, un puñado de historias que esperan ser descubiertas. En el espacio del canal Pakapaka los chicos pintan junto a los ilustradores un mural interactivo. Una abuela vaticina que su nieto será un gran dibujante. A Matías –el nieto de 7 años– poco le importan su futuro, los mandatos y expectativas familiares. Ajeno al relato de su abuela, que aclara que cuando sea más grande lo llevarán a clases de dibujo, Matías está entretenido, ultimando los trazos del famoso erizo azul, Sonic. Es cierto: dibuja muy bien. “Sonic va rápido como una bolita”, revela mientras se lleva las manos a la cabeza y se acurruca, imitando el gesto del popular dibujo animado japonés. A pocos metros del cartel de “Pakapaka para todos”, en otro stand, dos hermanos tironean de un libro que hace “ruido”. El padre les promete que ya se los compra, que se calmen.
–Manolo: cuidala a Mora –pide el padre al más chiquito.
Mora es la beba de la familia. Está en su cochecito. Mientras el padre apura el paso hacia la caja, los chicos no pierden el tiempo. En vez de cumplir la orden de cuidar a su hermanita, agarran un ejemplar de Los tres chanchitos, de Charles Perrault, y se tiran sobre la alfombra a jugar.
–Papi, éste también –dice Manolo zarandeando el libro de los chanchitos.
El padre, resignado y solo, tiene la impresión de estar siempre en el mismo sitio. Otra vez repite el caminito que lo lleva hasta la caja.
–Guarda, que la roban a Mora –amenaza el padre, intentando asustar a Manolo y a su hermano. No hay modo de amedrentarlos. Los hermanitos ya están de nuevo peleándose por otro libro que hace “ruido”.
Ruth Kaufman, creadora del sello Pequeño editor, esboza una hipótesis del rol que cumple el libro. “La poesía y la ficción hoy nos llegan también, a chicos y grandes, a través de otros medios como los audiovisuales o las canciones. Sobre todo la ficción para muchos viene en formato película o serie de tevé. Si se trata de obras de calidad, entonces la ficción cumplirá sus funciones humanas, mostrará su poder. Pero para mí que siempre la recibí primero en libros, hay grandes diferencias. El libro literario crea una intimidad con la voz de otro y da lugar a una libertad especial; el libro ilustrado le permite al chico ir y venir entre la interacción de dos lenguajes distintos pero que se complementan; el libro informativo y de opinión le permite estudiar, leer a su ritmo, conectar con un autor. Los libros, a diferencia de la web, tienen, por decirlo de algún modo, integridad. Si no existieran los libros para chicos, nos quedaríamos sin mediadores que propicien el momento inicial de la lectura; valiosos papeles que siguen cumpliendo los libros de papel.”
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