Domingo, 21 de agosto de 2011 | Hoy
CULTURA › CLAUDIA PIÑEIRO CERRO EL 16º FORO INTERNACIONAL POR EL FOMENTO DEL LIBRO Y LA LECTURA
Entre gestos de satisfacción por el encuentro chaqueño, la autora de Las viudas de los jueves puso el foco en la posibilidad de convertirse en hombres y mujeres diferentes a través de la lectura y en cómo “ya no volvemos a ser aquel que fuimos antes de leer”.
Por Silvina Friera
Desde Resistencia
La ola de frío polar estuvo paseando por las callecitas de Resistencia. El fresquete obligaba a estar bien abrigados en el Domo del Centenario. La satisfacción bailaba por las mejillas de Mempo Giardinelli, “don Mempo”, como lo llaman por estos pagos al gran hacedor chaqueño. “Las lecturas que nos acompañan a lo largo de nuestra vida nos permiten algo tan deslumbrante como la ilusión de ser otro”, subrayó Claudia Piñeiro durante el cierre del 16º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura. La escritora fue tejiendo su experiencia lectora como si estuviera alrededor de un fogón, en una ronda entre amigos. Pronto consiguió que la sensación térmica aumentara, cuando evocó a un gran prestidigitador: “El cuentista” de Saki, ese hombre joven que intentaba calmar con sus cuentos inquietantes a unos niños molestos y preguntones que viajaban en el tren con su aburrida tía. Jugar al juego de ser otros; entrar en un mundo construido palabra sobre palabra, como los niños de ese relato de Saki. Piñeiro lo hizo: docentes, escritores y periodistas, desde sus butacas, recapitularon las pieles que adoptaron según pasan los años. “En el juego de ser otro que propone la ficción, la moral no cuenta”, aclaró. “Nadie juzga, nadie condena.”
Piñeiro fue otra cuando su abuela le contó una historia sobre una nena que debía ir a la farmacia a comprar un remedio para su hermano menor, que tenía tos. “La abuela del cuento no quería que su nieta saliera bajo la lluvia y se enfermara también. Por eso le pidió que sólo fuera si se ponía las botas de lluvia para asegurarse de que no se mojaría los pies”, explicó la autora de Betibú. “La niña buscó por toda la casa y no encontró las botas. Pero decidió que tenía que ir igual, que la tos de su hermano empeoraba y ella debía conseguir ese jarabe. Convenció por cansancio a su abuela, que seguía dudando. Y cuando en la puerta de su casa abrió el paraguas para aventurarse debajo del chaparrón, de adentro del paraguas cayeron las botas de lluvia”, sintetizó la escritora. “Nunca vi una imagen de esa niña, ni una foto, ni siquiera un garabato hecho por mi abuela. Pero yo sabía cómo era, qué ropa llevaba, de qué color eran sus botas y su paraguas. Lo sabía porque las palabras de mi abuela me permitieron no sólo verla, sino ser ella.”
Después de ser la niña de las botitas de lluvia, Piñeiro vivió muchas vidas. Fue la niña que tenía la mancha de humedad de Chico Carlo, de Juana de Ibarbourou; la Jo de Mujercitas, aquella a la que le gustaba la escritura y se cortaba el pelo como un varón para enfrentar al mundo; se subió al bote de Relatos de un náufrago, de Gabriel García Márquez; fue el hermano varón del cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar; se puso en la piel de Don Luis, el tipógrafo jubilado que protagoniza la novela Copsi, de Pacho O’Donnell; recitó versos como Cordelia, hija de Rey Lear, de Shakespeare; soñó con ir a la luna en la estirpe de Tom Wingfield del Zoo de Cristal, de Tennessee Williams; fue una de las visitadoras de Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa; el niño en su cama sin poder dormir en Por el camino de Swann, de Marcel Proust; Olga, la mujer que en el cuento “La cigarra”, de Chéjov, deja a su buen marido para pasear en barco con amantes artistas; y el poeta chaqueño Aledo Meloni, despidiendo al cantor en “Luto”. Además le escribió cartas a Doña Leonor cuando se metió en la piel de Nené, en Boquitas pintadas, de Manuel Puig; como Rosa de Miami, de Belgrano Rawson, transmitió por una radio clandestina en la época de la Revolución Cubana; encarnó a la solterona que espiaba a su cuñado mientras él se bañaba, en “Sombra sobre vidrio esmerilado”, de Juan José Saer; fue Cátulo Rodríguez, un hombre al que le metieron un cadáver en el baúl de su auto en Teoría del desamparo, de Orlando Van Bredam; y la Muchacha Punk, de Fogwill, entre tantas otras.
“Somos los cuerpos que vemos con nuestros ojos, pero también todos esos otros personajes que fuimos, somos y seremos”, planteó Piñeiro. “Es como si en cada uno de nosotros uno pudiera ir al interior capa por capa y encontrar esos distintos hombres y mujeres que jugamos a ser; muñecas rusas de nuestras tantas lecturas.” La escritora no sabe quién será la próxima semana o el mes que viene; cuántos, de qué edades, si hombres o mujeres. “El camino de la lectura que más me atrae es aleatorio, lo dibuja un azar en el que confío, tiene muchas otras paradas y no tiene fin. Hoy soy quien soy, somos quienes somos, gracias a todos esos que fuimos en palabras hilvanadas; aquellas con las que un escritor inventó un mundo y nos prestó el cuerpo de sus personajes para que nos metamos dentro”, confesó la autora de Las viudas de los jueves. “La ilusión de ser otro que nos promete la lectura nunca defrauda, porque terminamos siéndolo. No un personaje u otro, sino un hombre o una mujer distintos. En algún punto del camino nos encontramos con una versión más acabada y rica de nosotros mismos. Y ya no volvemos a ser aquel que fuimos antes de leer.”
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