Sáb 03.09.2011
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CULTURA › ALEJANDRO JODOROWSKY DESLUMBRó EN SU PASO POR BUENOS AIRES

El increíble show del poeta neochamán

“Yo debería estar acá para referirme a mis lanzamientos editoriales. Pero no tengo por qué ponerme a vender nada, así que voy a darles una conferencia sobre cualquier cosa”, desafió el artista al subir al escenario.

› Por Facundo García

Alejandro Jodorowsky pasó por Buenos Aires para presentar dos de sus libros, Poesía sin fin y Metagenealogía (Sudamericana). Esa podría ser la versión racional del hecho. Hay otra, obviamente. Se trata de Jodorowsky, y frente al dramaturgo, poeta, cineasta y místico chileno la descripción a secas queda corta. Lo sabían cientos de personas que en la mañana del jueves hacían cola para verlo en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). “Yo debería estar acá para referirme a estos lanzamientos editoriales. Pero no tengo por qué ponerme a vender nada, así que voy a darles una conferencia sobre cualquier cosa”, desafió el artista al subir al escenario.

Y fue como un conjuro. El principio de un mediodía salpicado de chistes, poemas y corazones que iban a bajar del espacio. ¿Bizarro? Quizá. Por las dudas, hay que considerar que hace décadas que el tipo hace lo que se le canta, en el sentido más simpático que pueda tener la expresión. No es un oportunista. De entrada, Jodorowsky pidió a los espectadores que se tomaran de los meñiques y pronunciaran las dos sílabas de la palabra “amor”. Quien no estuviera acostumbrado a esos contactos podía sentir cómo se le retorcía por adentro el gusanito de la vergüenza propia y ajena. No obstante, a los pocos segundos el desparpajo del guía espiritual había conquistado todos los aplausos.

“Los chistes son sagrados para mí –siguió él–. Voy a contarles uno. Es una llanura: a lo lejos, un oso viene persiguiendo a un conejito blanco. Lo quiere comer o destruir. Llegan a un bosque y aparece una rana mágica. ‘Basta de peleas’ –les dice la rana–. ‘Para que se calmen, les voy a dar la oportunidad de pedirme tres deseos.’ ‘Bueno –responde el oso–, yo quiero que todos los osos de este bosque sean hembras ¡Todas para mí!’ Plum, concedido. El conejo pide: ‘Quiero una pequeña moto roja’. Concedido. Viene el segundo deseo del oso. ‘Quiero que todos los osos del país sean hembras ¡Todas para mí!’ Y, a su turno, el conejo: ‘Yo quiero un casco rojo, con dos agujeros para sacar mis orejitas’. Les queda sólo un deseo. El oso pide que ‘todos los osos del planeta sean hembras’, y que todas sean para él. Entonces el conejito, ya con la moto en marcha y el caso puesto, termina su lista de deseos pidiendo que el oso se vuelva homosexual.”

Hubo risas y ovación. Como si se hubiera inyectado con un mismo jeringazo la sangre de Luis Landriscina y Carl Jung, Jodorowsky procedió a un entretenido análisis del cuento. “El oso es el ego, que todo lo quiere para sí. El conejito es la inteligencia, un ser interno que todos tenemos y que sólo quiere existir sin aplastar a nadie ni pedir nada. Cuando el oso queda preso de lo que ambiciona, su existencia pierde sentido. La solución, por lo tanto, es que aprendan a convivir. ¿Y la rana mágica? Es nuestro dios interior, la energía indefinible que dirige nuestra vida y que está hablando a través de mí en este momento.”

El conferencista –él lo admite– representa más que un hombre o una doctrina. Anuda en el mismo paquete a las sesiones de arte-terapia que concreta hace años en su Cabaret Místico, y las pone en conexión con las liturgias religiosas, las cosmovisiones orientales y su sudamericana capacidad para no tener pudores en el trato con la fantasía. Vagamente antipolítico –“si la revolución política no es posible, la re-evolución poética sí lo es”– @alejodorowsky tiene casi doscientos setenta mil seguidores en twitter, y a través de su trayectoria se ha convertido en referente para personalidades como John Lennon, Peter Gabriel y Marilyn Manson, entre otros. De hecho, el film La montaña sagrada (1973) acaba de inspirar al último videoclip de Manson, Born Villain. (link: http://www.youtube.com/watch?v=C4zSpPeZI5s&skipcontrinter=1.)

A pesar de esos blasones, a Jodorowsky le gusta mantener una línea despojada. Conquistó miradas y oídos durante una hora y media sin otra escenografía que un par de sillas y una mesita. “Pasé cinco años aprendiendo con un maestro zen. El no tenía casa y comía muy bien con los desperdicios que recogía en los mercados”, explicó. Acaso sea ese mismo despojo –o, más bien, las lecciones derivadas de ese despojo– lo que le permite al neochamán elaborar teorías seductoras desde lo más simple (ver recuadro).

Cerca de las dos de la tarde el auditorio seguía cautivado. El “terapeuta” invitó a alguien de la multitud “que se sintiera mal” para curarlo en vivo con psicomagia, esto es, con el método dramático y “medicinal” que Jodorowsky ideó inspirándose en tradiciones ancestrales. Desde una mirada cínica era imposible distinguir ese cuadro del clásico mercachifle que llega al pueblo vendiendo pociones de la vida eterna. Y, sin embargo, ahí estaba el célebre actor-sanador, con convicción inquebrantable y décadas de actividad a cuestas. El rey de las trampas sagradas. “Atención con lo que voy a hacer, porque Freud se va a retorcer en la tumba”, advirtió, al tiempo que un joven con cara de yo no fui se levantaba de su butaca, subía al escenario y confesaba sus penas micrófono en mano. “Vamos a hacer lo siguiente. Voy a cambiarte el corazón. Abriré tu pecho, sacaré tu órgano y desde la inmensidad te pondré un corazón nuevo.”

No volaba una mosca. La mano del terapeuta trazó líneas en el esternón del paciente como si fuera un cuchillo. Luego le agarró los testículos. “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!”, gritaba el cirujano espiritual. Creer o reventar: cuando terminó el acto el pibe juraba sentirse mejor. “De esto el psicoanálisis se ha olvidado, ¿eh?”, bromeó Jodorowsky entre la algarabía.

Bajó el “paciente” y llegó el turno de la pura poesía. El mago pidió que su esposa, Pascale Montandon, subiera a escena para que él le leyera algunos textos. “Mientras te acaricio/te veo envejecer/Amo a las dos/a ti y a tu muerte... ¿Tú qué opinas de ésto, Pascale?”, soltó. La esposa hizo lo posible para retener las lágrimas. “Nada, que te amo”, balbuceó ella. La situación producía una mezcla de incomodidad, voyeurismo y ternura. Después, el abrazo de ambos se llevó puestos los pruritos de la razón.

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