CULTURA › APERTURA DE LA NUEVA SEDE DEL MUSEO PROVINCIAL DE BELLAS ARTES FRANKLIN RAWSON
La exposición Identidad del sur. Arte argentino contemporáneo, que se presentó el jueves en San Juan, incluye ochenta obras de treinta y dos artistas nacionales, un panorama de las artes visuales del país desde una perspectiva federal.
› Por Facundo García
Desde San Juan
Es el aire de la cordillera. A la hora de la siesta el zonda se arremolina en las veredas. La piel de la gente que camina –camina, no corre– refleja la luz del sol con un curtido color mate. Hay edificios, pero queda algún rancho de adobe. Es Cuyo: un “desierto” distinto del que toca, escucha, saborea, huele y ve la metrópoli. A lo largo de la historia, sus habitantes buscaron la belleza para establecer diálogos entre ellos o con la naturaleza; y casi siempre esas percepciones –como tanto de lo que pasa fuera de la Capital– fueron subestimadas. La exposición Identidad del sur. Arte argentino contemporáneo, que se presentó el jueves en San Juan durante la apertura de la nueva sede del Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson, es un aporte para revertir esa tendencia. Una señal de que en la Argentina no sólo se están multiplicando las voces, sino también las estéticas y las sensibilidades.
Lo dijo en la previa y sin medias tintas el secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia. “Vivimos una revolución cultural que atraviesa todo el territorio de la república –declaró–. Es el período que registra la mayor cantidad de construcciones relacionadas con las artes y el conocimiento.” El funcionario resaltó que ese volumen de actividad no tendría tanto valor si no fuera porque altera el signo que tenían las políticas anteriores. “En la Argentina hubo otras formas de entender la cultura. Formas más o menos atractivas, pero elitistas al fin, que no sólo se concentraban en Buenos Aires, sino en determinados barrios, dejando afuera a los demás. Hoy el desafío es que toda la sociedad sea protagonista.”
La muestra incluye ochenta obras de treinta y dos artistas nacionales, que se sumarán hasta marzo a la exposición permanente que ya tiene el Franklin Rawson. Identidad... intenta dar un panorama de las artes visuales del país, desde una perspectiva federal que se organiza en cuatro ejes. La política aparece en piezas de referentes como León Ferrari, Carlos Alonso y Daniel Santoro; mientras que para los paisajes se eligió a maestros de la talla de Antonio Seguí y Luis Felipe Noé. En el tercer apartado, Apuntes sobre la identidad, hay firmas como las de Nicola Constantino, Marcos López y Daniel García; en tanto que la zona Poéticas de la abstracción propone piezas de Pablo Siquier, Jorge Abot y Rogelio Polesello, entre otros. Las escenas que se describen a continuación tienen que ver con lo que puede ocurrir si uno invita a varios de esos popes a caminar por el mismo museo.
En 2010 Identidad del sur estuvo en el Smithsonian de Washington, el complejo museístico más grande del planeta. Ahora el aterrizaje en San Juan suma otro capítulo a un intercambio que tiene su tradición y sus vaivenes. Porque si en sus Viajes por Europa, Africa y América, Domingo Faustino Sarmiento se derretía en elogios hacia un Estados Unidos idealizado, el acto de llevar obras argentinas al norte y luego hacerlas retornar a un espacio público provincial sugiere un cambio de paradigma. Algo así como charla entre iguales.
Recién aterrizada de Nueva York, Marta Minujín –lentes de sol, botas y pelo rutilantes– apuraba el paso entre las pinturas. Consultada sobre el valor que tiene abrir museos en el interior de la Argentina, la diva pop fue más allá de su legendario “arte, arte”: “Mi carrera –recordó– me llevó a exponer en París, Berlín y Nueva York. Sin embargo nunca antes había expuesto en el interior de Argentina. Y lo que yo quisiera transmitir acá es que no es preciso pintar bien o ser escultor para comunicarte. Tu vida, tu casa y tu colchón pueden ser una obra. Es más, yo antes estaba en contra de los museos. Hoy me gustan. Son lugares en que las personas más diversas se juntan a sentir, más allá de sus diferencias. Sepas leer o no, seas rico o pobre, podés venir y tener una experiencia que al salir te va a acompañar eternamente”.
Rogelio Polesello estaba en otra esquina. “Me emociono ante el esfuerzo que debe haber significado abrir estas instalaciones y traer esta muestra. Es obvio que algo está cambiando en la relación que tienen las provincias y el arte”, estimó. En la puerta, Marcia Schvartz opinaba parecido: “Ojalá que este movimiento estimule la producción local, para que se valorice el aporte de los colegas que viven aquí”. En un segundo plano, Minujín volvía al ruedo con un afiche de ella entregándole cientos de choclos a Andy Warhol. “¿Vieron? Yo, la reina argentina. El, rey estadounidense. ¡Con estos choclos le pagué la deuda externa!”
En uno de los pasajes más sentidos de Recuerdos de provincia (1850), el mismo Sarmiento se lamentaba de que la falta de entretenimientos y distracciones hayan conducido a su maestro José de Oro al alcoholismo. “En San Juan –se quejó– es ésta una enfermedad que se lleva a centenares de vecinos (...), sin esperanzas, sin emociones, sin teatros, sin movimiento –porque no hay educación, ni libertad– dan muchos en irse temprano ‘a las viñas’. La soledad y el vacío del espíritu traen el tedio, y éste llama al vino como antídoto.”
Tomándolo con pinzas –pero con fuerza– el texto desnuda una sospecha que confirmarán quienes hayan remontado el poto más allá de la General Paz: en la Argentina profunda, los refugios institucionales para el arte suelen ser escasos o berretas, cuando no ambas cosas a la vez. Históricamente San Juan no fue la excepción. Desde mediados del siglo XIX se planeaba tener un museo de punta, que por hache o por be no se hizo jamás. Más tarde, en los albores del Centenario, se volvió a hablar de grandes proyectos. Nada. El Museo Franklin Rawson se inauguró en 1936, pero con el paso de las décadas y los recortes presupuestarios se había ido desdibujando hasta convertirse en un fósil testimonial. De ahí la importancia de su renacimiento, que rompe con el mito del “no se puede” y gana densidad simbólica por estar encajado sobre lo que hasta hace poco era un casino. Las cuatrocientas mil personas que residen en San Juan y alrededores no tendrán nada que envidiarles a los salones porteños.
Para la directora de la institución, Virginia Agote, el museo tiene un rol claro de cara al futuro. “En nuestro país –consideró en la apertura– el arte ha tenido un papel en la formación de identidades. Este lugar está pensado como parte de esa larga construcción que no ha terminado y que nos apasiona a todos.”
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