Sábado, 19 de noviembre de 2011 | Hoy
CULTURA › EL CICLO “CINE ARGENTINO AL CINE”, EN LA SALA COSMOS-UBA
Por Ezequiel Boetti
Cincuenta y cuatro directores. Veintiséis largometrajes. Seis cortos. Un problema nodal. Con la idea de concientizar al público y a las autoridades sobre las dificultades con que se topan jueves tras jueves las películas nacionales para llegar al circuito comercial, la Asociación de realizadores Proyecto Cine Independiente (PCI) organiza el ciclo “Cine argentino al cine”, que se desarrolla desde ayer en la sala Cosmos-UBA (ver recuadro). “El tema de la exhibición siempre es una urgencia para el cine argentino. Tenemos un gran apoyo del Estado para producir y nos parece que tiene que haber una intervención para que también se dé en la distribución y exhibición. Es un sistema muy antiguo que hay que modernizar”, diagnostica el actual presidente de la entidad, Pepe Salvia. El director de Cuento chino clasista y combativo y sus colegas Andrés Di Tella, Julián Giulianelli, Anahí Berneri y Tamae Garateguy analizaron ante Página/12 el actual panorama del mercado cinematográfico.
Los guarismos parciales determinan que 2011 será uno de los mejores años para las empresas exhibidoras. Según informó el sitio Cinesargentinos.com, el martes se superaron las 38 millones de entradas vendidas a lo largo de 2010, lo que marca un crecimiento interanual del once por ciento. De seguir esa tendencia, y si la recientemente estrenada Amanecer y la inminente El gato con botas logran insuflarle a la taquilla el oxígeno suficiente, es posible que el total alcance los 42,9 millones de 2004, record absoluto de la era multipantalla. Sin embargo, el cine nacional mantiene su porción de mercado estanca, en alrededor del diez por ciento de ese total. “Hay que pensar una política cultural para proteger al cine argentino, que actualmente es una de las cinematografías más importantes y respetadas del mundo. Además son nuestras imágenes, es lo que nos representa, y eso hay que cuidarlo y defenderlo más allá de lo comercial”, afirma Garateguy. El contexto conduce al quinteto a una visión generalizada: así como el Estado invierte fuerte en producción, es necesario que haga lo mismo en exhibición y distribución.
–La búsqueda de espacios para el cine nacional es una problema que, desde la Ley de Cine de 1994 en adelante, ha estado muy presente. ¿Hoy es más urgente que antes?
Pepe Salvia: –El problema se va agravando. Es como un círculo vicioso: a medida que el cine norteamericano se afirma, el público se acostumbra a un lenguaje en particular y responde a ese marketing. Mientras tanto nosotros vamos perdiendo progresivamente público y presencia en las salas. Ellos tienen una posición hegemónica en el comercio del cine mundial, pero particularmente en la Argentina ocupan un gran espacio. También es un dumping escandaloso: Piratas del Caribe habrá ganado en este país alrededor de tres millones de dólares y su costó fue treinta veces mayor. Si esa película se hubiera hecho acá, la productora hubiera perdido casi la totalidad del costo, y sin embargo aquí la venden a costo cero. Ellos recuperan la inversión afuera y acá no tienen que cubrir ningún costo salvo el de marketing y publicidad, por lo que pueden gastar tranquilamente un millón de dólares en eso. Nosotros tenemos que competir contra eso, y si no hay una regulación del Estado es imposible que batallemos ahí. Es muy injusto pedir que con nuestras películas compitamos contra eso.
Julián Giulianelli: –Lo que pasa hoy es que el cine nacional no tiene acceso a las salas no porque haya mucha oferta, sino porque hay cuatro películas que acaparan todo. Nuestros trabajos no cuadran en ese criterio y son muy diferentes entre sí, entonces el público no tiene la posibilidad de acceder a ellas.
–Pero además de la cuestión económica, se establece una hegemonía cultural peligrosa.
P. S.: –Totalmente. No es ninguna novedad que el lenguaje estructura el pensamiento, y tener un lenguaje de otra cultura genera un pensamiento diferente al nuestro. Y aquí estamos desatendiendo eso.
Andrés Di Tella: –Sí, también a nivel interno con la cuestión de variedad. Hay un discurso que tiene a cierto tipo de cine como el único válido y que considera que el fin de las películas es el de ser vistas por la mayor cantidad de gente posible. Es muy común escuchar que se diga que “a la gente no le interesa” el cine argentino y que el Estado no debería apoyarlo. Pero es lo mismo que decir que debería financiar solamente a los programas de televisión con rating. Esas películas “no le interesan a la gente” porque directamente no se enteran de que existen y quedan invisibles. Entonces se empobrece la capacidad del cine para imaginar distintos universos. Todo es parte de la riqueza cultural y da la sensación de que por momentos se busca empequeñecer al cine argentino justo cuando alcanzó un punto de expresividad reconocido mundialmente. Aquí se revolucionó la producción en los últimos años, pero la exhibición sigue siendo un gran problema.
–¿Por qué esa “revolución” no alcanzó a la exhibición y distribución?
P. S.: –Es que la hegemonía estadounidense permite que existan leyes de protección al cine local. Para ellos, las películas nacionales son un dique de protección para que no se desarrollen otras cinematografías: en Argentina hay cine argentino y norteamericano, en Colombia están el cine colombiano y el de Hollywood, en Italia se ven películas italianas y estadounidenses. Ellos no tienen problemas con las producciones locales, siempre y cuando no salgan de las fronteras y alteren mercados externos. Pero si los países quieren modificar ese mercado, ahí sí se meten. Por ejemplo, cuando los coreanos establecieron una cuota de pantalla muy favorable para el cine local, Estados Unidos amenazó con no venderle más productos si no la modificaba.
–¿La solución, entonces, está en una intervención estatal más rígida o en la búsqueda de espacios alternativos?
P. S.: –Es una sumatoria de cosas. En ningún lugar del mundo se resolvió la problemática de la exhibición y la distribución, entonces nadie tiene una receta para hacerlo. Lo más inmediato es una cuota de pantalla, una reforma en el sistema de distribución, la consolidación de las salas alternativas, la inclusión del cine en los programas educativos de los colegios. Necesitamos cambiarle la cara al cine argentino, hablar de él como un conjunto y no salir a pelear cada uno por su lado. Todo es reversible con información y marketing. Pero para eso tiene que haber una política en conjunto de todos los actores de la cinematografía, y el único que puede aunar todos esos esfuerzos es el Estado.
A. D. T.: –Un ejemplo muy sencillo, y que me toca de cerca, es el Bafici, que generó una costumbre tal que hoy lleva al público a arrasar con las entradas para ver una determinada película. Y después cuando se estrena no va nadie porque se exhibe en malas condiciones o falla la comunicación. Sería un cambio importante si los espacios Incaa, que me parecen una iniciativa muy buena y que en algunos casos funcionan muy bien, tuvieran mayor publicidad y mejores condiciones técnicas. Eso es algo concreto que podría hacerse con un porcentaje de dinero que, en relación con lo que se gasta en producción, no es mucho.
Anahí Berneri: –En este contexto también es fundamental la educación del espectador. El otro día le contaba a mi hijo de once años que no es fácil conseguir salas para pasar nuestras películas y él me decía que es porque la gente no quiere verlas. Creo que habría que pensar de qué forma mostrar cine argentino a las nuevas generaciones. Esa es una de las batallas que hay que ganar: no sólo son los exhibidores, también hay algo cultural. Hay que cambiarle la idiosincrasia al espectador.
–Los principales espacios para la exhibición de cine independiente argentino reciben el apoyo económico del Estado (Cosmos-UBA o Espacios Incaa) o, en el caso de los privados, de los sectores más rentables del mismo emprendimiento (Malba, Proa o el Centro Cultural de la Cooperación). ¿Es viable la creación de un circuito sin esos apoyos?
P. S.: –Bueno, el cine Gaumont da ganancias. Eso es una muestra de políticas a largo plazo: al principio no funcionaba bien y ahora es el lugar de cine argentino que más espectadores alberga.
A. D. T.: –Si el Estado decide invertir en la producción cinematográfica, el segundo paso es que lo haga para que el cine llegue a la gente. En ese sentido tampoco deben exigírsele cuestiones económicas a una exhibición que tiene fines culturales y de divulgación. Es una inversión que hace el Estado para proteger un bien que tiene ver con la cabeza del pueblo. Puede o no dar ganancias, pero el rédito pasa por otro lado.
A. B.: –Un ejemplo de lo que dice Andrés podría ser el Artecinema, que hace un año lo programa el Incaa y cada día va más gente. Para mí eso sí es algo a largo plazo.
–¿El arancel a las copias de películas extranjeras beneficia al cine argentino?
P. S.: –Es una de las tantas cosas que se deberían hacer para solucionar la problemática, pero no es en sí mismo una solución. Está claro que es mejor que exista a que no, pero no alcanza. Además, a las grandes compañías no las afecta demasiado ya que estrenan sus películas a costo cero y ese impuesto es uno de sus únicos gastos.
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