Sáb 12.05.2012
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CULTURA › CARLOS ULANOVSKY PRESENTA SU LIBRO REDACCIONES

“El periodismo es el oficio menos rutinario que existe”

Con decenas de redacciones trajinadas en medio siglo de oficio, Ulanovsky, después de sus libros sobre la radio y la TV, pasa revista al periodismo gráfico. “Tiene algo de autobiografía, pero también una mirada sobre lo que en cada época pasaba en el país.”

› Por Emanuel Respighi

La historia no siempre la escriben los que ganan. En ocasiones, por suerte, el pasado es contado por la experiencia de personas bondadosas y honestas, que además tienen una larga trayectoria en su profesión. En materia de medios de comunicación, el nombre de Carlos Ulanovsky asoma como una autoridad a través de la cual es posible pensar el país repasando el propio derrotero de la radio, la TV, los diarios y las revistas. Su rigurosidad periodística, combinada con su prolífica carrera por más de cuarenta redacciones, lo ratifican como un referente ineludible. Después de más de una docena de libros, su más reciente creación, Redacciones (Editorial Sudamericana), atestigua con el tamiz de su mirada la historia de los últimos 50 años de periodismo gráfico argentino, el tiempo que el propio Ulanovsky lleva en el “oficio”. Suerte de autobiografía periodística que por su riqueza trasciende al propio autor, Redacciones es de lectura obligatoria para periodistas o quienes pretendan serlo, a la vez que resulta una sentida puerta de entrada a la profesión para quienes tengan la curiosidad de conocer cómo es la cotidianeidad de quienes cuentan las noticias.

Con casi medio siglo como periodista (lo cumple el año próximo), Ulanovsky es una de esas personas que no pueden separar su vida profesional de la personal. No es para menos: desde sus comienzos, cuando a los 15 años fundó junto a su amigo Rodolfo Terragno la revista independiente Orbe, siempre supo que en su caso “la profesión va por dentro”. A partir de aquella aventura adolescente, Ulanovsky tuvo siempre a una redacción –no importa cuál, fueron muchas y variopintas a lo largo de los años– como su lugar en el mundo, ese espacio físico y simbólico que es “casa”, pero también “escuela, universidad y en cualquier caso accidental lugar de formación”. Desde ese sentido de pertenencia, con la pasión de quienes aman lo que hacen, el autor de Redacciones transita su propia historia para esbozar con conocimiento de causa el mapa evolutivo del periodismo gráfico argentino de la década del sesenta hasta la actualidad.

“Empecé escribiendo sobre ese ‘sí lugar’ que son las redacciones y terminé escribiendo sobre varias cosas a la vez, porque el libro tiene de autobiografía, tiene de crónica sobre las redacciones por las que pasé y tiene de mirada sobre lo que en cada época pasaba en el país”, cuenta a Página/12 el periodista que pasó por medios tan disímiles como Ahora, Panorama, Siete Días, Confirmado, La Razón, La Opinión, Satiricón, El Ratón de Occidente, Chaupinela, Humor, Clarín, La Nación, Página/12 y Perfil, entre muchos otros. “Hay un dicho irónico, con mucho de cierto, acerca del periodismo, que dice que el periodismo es lindo porque se conoce gente”, subraya uno de los periodistas que, por experiencia propia e investigación, más saben de medios en el país.

–Que en 50 años de carrera haya pasado por casi 50 redacciones no debe ser casualidad. ¿A qué atribuye su condición de nómada?

–Es cierto, los periodistas tenemos algo de culo inquieto, porque somos continuos buscadores de novedades y eso únicamente se logra moviéndose. Igual, no sé si llego a las 50. Una cifra más realista debería considerar unas veinte en relación de dependencia y otras diez o quince como colaborador permanente. También influye que soy de irme de los lugares, en general, y de las redacciones en particular. A veces porque me aburro, a veces porque me invade la sensación de etapa cumplida, a veces porque no la paso bien, y muchas veces por pura tentación, por ese pensamiento, algo traicionero, que indica que lo mejor está siempre en otro lado.

–El libro marca, de alguna manera, la evolución del periodismo de gráfica a lo largo del tiempo. ¿Qué cree usted que se perdió hoy en día en la profesión en relación con épocas pasadas y qué se ganó?

–Ojalá que sea eso que usted dice. En relación con lo que se perdió, tengo la impresión de que el periodismo de hoy está hecho por gente mejor formada (hecha más en escuelas que en redacciones) y más especializada, pero también menos apasionada. Yo llamo a esta tarea –como mucho– trabajo u ocupación (los de antes de mí le decían ganapán, que no me gusta) y fundamentalmente oficio. Los de ahora le dicen profesión. Y los profesionales son menos locos, menos bohemios. Pero no quiero ceñir la respuesta sólo a la falsa presunción de que todo tiempo pasado fue mejor. Sería injusto con los de hoy si no incluyera en el análisis del periodismo actual el daño enorme que le ha provocado la dramática precarización de condiciones de trabajo y de capacitación, iniciada en la década del ’90 y profundizada a partir de 1998, a partir del cierre del diario Perfil y, por supuesto, por la hecatombe del 2001 y aledaños. También hay que considerar que, especialmente en la gráfica, pasamos de un periodismo terminado a mano, casi artesanal, al cortar y pegar de la computadora y su fabulosa posibilidad de corregir al infinito. Eso coloca a nuestro oficio en una zona de transición entre lo escrito y lo online, o sea en una situación de indefinición.

–En Redacciones plantea que la objetividad no existe y que no hay que confundir libertad de prensa con libertad de empresa, como dos leyes aprendidas a lo largo de su carrera. ¿Cree que esas verdades siempre existieron o que surgieron en los nuevos tiempos del oficio?

–Se trata de frases muy simbólicas de nuestra tarea, tan utilizadas que podrían ser calificadas como lugares comunes. Que la objetividad no existe, por suerte, me di cuenta rápido y más adelante se lo pude transmitir –objetivamente, claro– a los alumnos en mi época de profe. Y la libertad de prensa, en especial por el trajín a la que la sometieron las empresas y las cámaras empresarias, ya está transformada en una pieza de humorismo involuntario.

–A punto de cumplir 50 años con la profesión, ¿cuál es la definición de periodista que, a su juicio, más se ajusta a la realidad?

–Cuando me pongo escéptico pienso que somos sabedores de poco y especialistas en todo. Cuando me sostiene la filosofía del vaso medio lleno sostengo que el periodismo es el oficio menos rutinario que existe y que es sumamente atractivo cuando conseguimos volver visible lo evidente.

–En una época en la que el concepto de “periodismo militante” parece novedoso, usted plantea que en la profesión siempre hubo profesionales que militaban en algún partido político.

–Allá lejos y hace tiempo conocí periodistas que, además, eran militantes. En situaciones políticas de riesgo y hasta en condiciones de clandestinidad trabajaban en periódicos como Nuestra Palabra, del Partido Comunista; en La Vanguardia, del Partido Socialista; en Azul y Blanco, del nacionalismo peronista. Probablemente algunos trabajaban rentadamente y otros sólo lo hacían por adhesión a la causa. En la década del ’60 recuerdo la tarea del periódico de la CGT de los Argentinos. En la década del ’70, muchos periodistas, compañeros y amigos, eran profesionales empleados en diarios que legitimaban el sistema y, al mismo tiempo, de modo naturalmente secreto, militaban en organizaciones revolucionarias. Para muchos de ellos, el costo fue altísimo, la vida misma. El nuestro es un gremio con más de cien desaparecidos.

–Sin embargo, en su caso le tocó trabajar para publicaciones que iban casi a contramano de su pensamiento político. ¿Cómo fue ejercer la profesión en esas redacciones?

–La mayor parte de las publicaciones en las que trabajé tenían venta pública y aspiraciones de rendimiento comercial. Cada una tenía su ideología, sus intenciones, sus objetivos políticos, a veces más claros, a veces no tanto. Y yo, y todos mis compañeros, teníamos cada uno nuestras propias aspiraciones. Lo que siempre existió fue una tensión entre lo que uno quería publicar y el margen que había para hacerlo. Valoré en mí y en los demás una actitud: publicar lo más de lo menos permitido. También debo aclarar que, salvo excepciones, nunca trabajé en las áreas duras de una publicación, ya sea política o economía.

–A lo largo de su carrera, ¿le tocó formar parte mayoritariamente de publicaciones con líneas editoriales afines a usted o a la inversa?

–Este fue un fenómeno que afectó a muchas generaciones de periodistas: sentir que uno ofrecía su conocimiento, su fuerza de trabajo, su mucho o poco talento a empresas que no pensaban igual que uno. Muchas publicaciones de las décadas del ’60 y del ’70 admitían que eran de derecha en la información política, de centro en economía y de izquierda en cultura y espectáculos.

–A su vez, señala que en muchas ocasiones el periodismo fue muy cuestionador de partidos tradicionales e indulgentes con gobiernos militares. Incluso, lo asume desde la autocrítica. ¿Por qué fue así? ¿Cree que la responsabilidad periodística con la democracia es más fuerte hoy?

–Por diversas cuestiones ideológicas a muchos sectores sociales –yo lo advertí en mi entorno más cercano, el periodismo– les costaba mucho reconocer a la democracia como valor y, en parte, por eso empezó a naturalizarse en el país el “jueguito” de los golpes de Estado. Muchos semanarios que aparecían en la década del ’60 ayudaron a desprestigiar y desestabilizar a gobiernos civiles surgidos de elecciones. Ni hablar de la triste contribución a la instalación de la dictadura que muchos medios hicieron poco antes del golpe del ’76. Algunos periodistas que desde determinados medios habían esmerilado a Frondizi y a Illia, creando factores de destitución, hicieron hace unos años –claro, irremediablemente tarde– una autocrítica. Sin embargo, los que desde la letra impresa alentaron la caída de Isabel Perón prohijaron a la dictadura, vivieron y sobrevivieron de ella y emergieron en la democracia recuperada sin mencionar lo pasado.

–Trabajó en La Opinión, el diario que forma parte de los grandes mitos de la profesión, por todo lo que allí pasó. ¿Por qué cree que fue un trabajo bisagra para usted y para el periodismo argentino?

–Casi todos mis trabajos tuvieron algo de revelador y decisivo en mi formación y, sin dudas, el de La Opinión fue uno de ellos. Recuerdo con emoción que en la sección en la que trabajaba (Cultura y Espectáculos) no nos tocaba trabajar los sábados, porque nuestra parte del diario dominical se cerraba el viernes. Pero cada sábado, en ese piso elevado de Reconquista y Tucumán, la redacción se transformaba en peña, en tertulia, en centro de convivencia e intercambio de afectos y de conocimientos con compañeros que tenían mucho para contar, para decir y para enseñar.

–Alguna vez el recordado Jorge Guinzburg confesó que cuando comenzó la profesión era más “malo” y que el paso del tiempo y las amistades que fue cosechando en el medio lo fueron ablandando, al punto de que ya le era imposible hacer preguntas como las que hacía para “romper el cubito”. ¿A usted le pasó algo similar?

–Durante muchos años tuve un estilo periodístico agresivo. En esa condición trabajé en Confirmado, en La Opinión y en Satiricón. Pero entre lo que me pasó personalmente cuando me tuve que ir y en la estadía mexicana, pude avanzar y cambiar. En los trabajos siguientes, y hasta hoy, me di cuenta de que prefería otros modos para vincularme con los entrevistados y con las informaciones. Me parece que gracias a las muchas entrevistas que hice y hago a gente valiosa aprendí a escuchar, y entendí que escuchar y aprender cosas que no sabía eran cosas infinitamente más interesantes que la mejor de mis preguntas.

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