Dom 27.05.2012
espectaculos

CULTURA › EL 25 DE MAYO EN LA EXPO DE COREA, CON UN IÑAKI URLEZAGA SOBERBIO

Una revolución que puso el pabellón azul al rojo vivo

La feria mundial de Yeosu consagró el 25 de Mayo como Día Nacional de Argentina, con homenajes y un doble programa del Ballet Concierto. Pero el verdadero moño sucedió por la noche, en el festejo privado de la delegación.

› Por Eduardo Fabregat

Desde Yeosu

Urlezaga y su compañía presentaron Aires de tango por la mañana y en la tarde-noche estrenaron la obra El director.

La noche cayó hace rato sobre el Expo Site, ya terminó el impactante espectáculo nocturno de la Big O (como su nombre lo indica, una O gigante que se erige en el medio del agua, cargada de efectos lumínicos y acuáticos que dejan a todos con la boca abierta), las puertas ya cerraron y sólo queda algún rezagado o el personal que trabaja día y noche para mantener al monstruo. Tras otro día de hiperactividad, todo está en calma. Bueno, no todo. Desde el “International Pavilion B” llega un rumor apagado que se intensifica a medida que el curioso se acerca a uno de los pabellones, que es azul pero ahora está al rojo vivo. Adentro, Iñaki Urlezaga y los integrantes de su compañía Ballet Concierto están bailando. Pero no Los cuentos de Chopin o El lago de los cisnes, ni un tango de esos que encienden a los coreanos, sino “Ji Ji Ji”, de los Redondos. Y no están actuando, sino mezclados con toda la delegación argentina y los invitados extranjeros en el festejo final y privado del “Argentina National Day” en Yeosu. El pogo más grande del mundo, del otro lado del mundo.

En esta aventura argentina en la exposición mundial –que comenzó el 12 de mayo y seguirá hasta agosto en esta ciudad sobre el Pacífico–, el día patrio tuvo la intensidad que la ocasión requería. Por la mañana, el embajador Joon-hee Lee (comisario general de la Expo) y José Vitar, subsecretario de Relaciones Institucionales de la Cancillería, encabezaron una ceremonia que empezó con una guardia militar de honor para el acto de izar la bandera con el Himno argentino, y siguió en el hermoso auditorio del Expo Hall para los discursos de rigor y Aires de tango: una presentación de Urlezaga y su compañía coreografiada por Celia Millan que hizo que los coreanos, habitualmente sensibles al 2x4 bailado, enrojecieran las palmas. En un costado revoloteaban sin pausa las banderitas argentinas y coreanas a cargo de los Yeosu Citizen Supporters, una suerte de grupo comando de locales que agita lo que haya que agitar en la Expo... quizá, como se sugirió jocosamente entre los argentinos, a cambio del sushi y el té, variante vernácula del legendario “pancho y la coca”.

La siguiente estación fue un adelanto algo más civilizado del calor humano que se vería por la noche en el mismo pabellón. Con el lugar abarrotado como pocas veces, el trío de Alfredo Piro, Carlos Filipo y Jerónimo Peña y dos parejas de bailarines armaron un fiestón en el que los únicos que conservaron la compostura, por obligación protocolar, fueron los dos funcionarios sentados en primera fila. Para el resto –incluyendo a las señoras coreanas que parecen no sacarse nunca esa gorra que, más que visera, viene con toldo a manija–, el profundo decir del heredero de Osvaldo Piro y Susana Rinaldi, y los dibujos de los bailarines, fueron otra invitación a la ovación repetida y el desfile de surcoreanos sonrientes y agradecidos pidiendo su foto con los artistas. Como le comentó Piro a este diario, “uno se siente embajador cultural del terruño, en el contexto de la Expo que es totalmente exótico para ambas partes. Pero es meritorio tener la posibilidad de apostar a un repertorio nuevo, no tener que disfrazarte de compadrito y hacer algo completamente trillado para que te presten atención”.

En la abigarrada, por momentos abrumadora oferta de la Expo, el pabellón argentino concita un público interesado más allá del paseo, y que si sabe mirar encontrará diferencias con algunas representaciones que, más que realizar un aporte cultural o científico al lema de The living sea and coast, parecen haber venido a poco más que hacer unos mangos con un gift shop. Algo que se aplica tanto al mínimo stand de un pequeño país africano que vende artesanías como al pabellón de Australia, que dedica más espacio a la tienda con llaveros en forma de canguro, cremas rejuvenecedoras con placenta y sombreros típicos que al sector de información e instalaciones científicas.

Cuando llega la tarde, la Expo Hall se puebla con aquellos que estaban enterados y otros a los que les llegó el rumor de lo sucedido durante la mañana. Es que la oferta es tan tentadora como la apertura: Urlezaga vuelve a subir al escenario pero ya no para un popurrí de tangos sino para el estreno de El director, obra dirigida por Lilian Giovine y enriquecida por la música en vivo de la Hwaum Chamber Orchestra y el maestro bandoneonista Jorge Rutman. Con una banda de sonido más amiga de los climas sugerentes que del efectismo, Iñaki y los doce integrantes de Ballet Concierto (incluyendo a su partenaire Eliana Figueroa, que arranca elogios entre los expertos del rubro) llenan el escenario de elegancia, pasión y un necesario toque de picardía para tanto dibujo de fueye. “No voy a decir que es cómica, pero no es una obra dramática, no es una obra pasional desde la entraña del tango; es elevada espiritualmente, refinada, onírica por momentos, cinematográfica, con una puesta rara para el tango”, dice Iñaki en el camarín del Expo Hall, cuando la ovación final todavía resuena en el auditorio. “Y a mí me da alegría, porque me hace cambiar muchas cosas respecto de lo que he bailado siempre. A esta altura de mi vida, si no me divierto y no siento que puedo lograr algo nuevo y diferente... no tengo ganas de repetirme, son muchos años conviviendo con estos demonios adentro mío, ya los conozco.”

–¿Cómo queda después de una jornada como la de hoy, al bajarse del escenario tras de una performance como la de recién?

–Hoy fue muy duro, porque actuamos a la mañana, ensayamos por la tarde con la orquesta y otra actuación por la noche... Es una función muy particular, porque además este espectáculo es un estreno. Pero estuvo bien, la verdad es que estábamos tan jugados que se fue llevando: era a todo o nada, ya no había más lugar para nervios, para nada. Y es una obra... no sé cómo se verá, porque todavía le falta la experiencia del público: toda obra se cierra siempre con el público. Puede estar preestablecida y diseñada pero la firma, el cierre, lo da el público. Por ahora sabemos lo que nos pasa a nosotros, que lo disfrutamos mucho.

–El director pone el foco en alguien que conduce a un grupo de músicos. ¿Qué cosas le resuenan a usted, a su vez conductor de un grupo de personas?

–Hay mucho de mí en la obra aunque la idea, la propuesta, no es mía. Yo conduzco gente desde que tengo 20 años, tengo 36, y toda la vida tuve un poco esa dualidad, de un lado y del otro, y también soy coreógrafo, y aunque aquí la coreografía no es mía hay cosas que he aportado, cosas que surgen naturalmente. Yo me siento cómodo con ellos, porque así como se ve en el escenario es como es, yo soy director y colega a la vez. Por más que dirija, siempre bailo. Lo que se ve en el escenario es representativo de lo que sucede a diario conmigo y con ellos.

–Desde ese lugar, ¿qué cosas ve en los pibes que van asomando?

–Veo mucha indisciplina... no en este grupo, pero veo gente muy perdida. La gente cada vez ama menos esta profesión, cuesta cada vez más... los elencos estables sufren mucho la austeridad cultural desde la jefatura de Buenos Aires, y las instituciones empiezan a perder el contacto directo con el hacer, con el crear y con el dar. La realidad es cada vez más opaca y la gente pierde el entusiasmo. Se le va quitando el fuego, da lo mismo...

–Da la impresión de que la danza es una disciplina que no puede dejar de cultivarse, de estarle encima.

–No es fácil formar artistas, la gente cree que son castillos en el aire y no es así, es un proceso de mucho tiempo y generacional, porque tiene que ver con una influencia y con un movimiento colectivo. Es como una ola contagiosa que conduce a que un movimiento se expanda a un lugar y suceda algo.

–Usted se ha dado el gusto de actuar ante auditorios de todo el mundo. ¿Hay algo que pueda considerarse universal en el público enfrentado a la danza?

–Sí, claro, la comunión que sentís con el espectador... el teatro es lo más real y lo más vivo, es el contacto directo con el otro, lo ves en ese momento y en los momentos en que no estás participando y lo estás viendo desde un costado, ves que hay algo que visiblemente nos une, que hay una conexión que se produjo y la persona queda cautivada hasta que termina. El artista tiene el poder de sostener eso. Sin especulación alguna: es algo totalmente natural, mucho más primitivo que intelectual. Es esa reflexión genuina de la persona con el otro, un contacto mucho más allá de la cabeza.

–Habiendo conseguido tanto en su carrera, ¿cómo se conservan los desafíos?

–Para mí la forma de seguir no sé si es reinventarme, porque no siento que quiera eso, pero sí escuchar lo que tengo ganas de hacer y empezar todos los días. Sí empiezo a ver el resto, lo que me falta, antes que lo que hice. Yo inicio todos los días el mismo camino, nunca creo que esté hecho, porque así no se llega a ningún lado. Uno siempre está de ida, nunca vuelve.

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De este lado del mundo ya es 26, pero en Argentina aún no lo saben. En la Expo desierta, un empleado de limpieza se aparta con una leve reverencia para dejar pasar a un grupo que sale del pabellón azul al rojo vivo, cantándole a Corea eso de las noches de cristal que se hacen añicos. El montaje final, sí, es muy curioso.

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