Vie 08.06.2012
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CULTURA › ALFONSO BARBIERI PRESENTA VALSES EROTICOS DEL RIO DE LA CONCHA DE TU MADRE

Pensar la música a través de colores

El músico y artista plástico, que debió afrontar algún pedido de censura, contará hoy en el Teatro del Viejo Mercado con el aporte de colegas como Kevin Johansen, Adrián Dargelos y Palo.

› Por Sergio Sánchez

La vida del artista plástico y cancionista Alfonso Barbieri fue siempre agitada, llena de estímulos y hasta de situaciones extremas. En 2007, un grupo de ultracatólicos lefebvristas destrozó una muestra en el Centro Cultural de España en Córdoba para manifestar su indignación por el contenido “inmoral” y “antirreligioso” de sus pinturas. Una mostraba a dos angelitos orinando a la “Virgen de los Inodoros”. El intento de censura causó el efecto contrario: la obra de Barbieri se replicó en medios de todo el país y sus muestras consiguieron mayor convocatoria. Este hecho fue el disparador para que Barbieri volviera a su Buenos Aires natal. En la ciudad porteña encaminó su carrera solista y encontró cobijo en músicos de su generación que buscaban una canción sin purismos. Acaba de publicar su tercer disco solista, un trabajo versátil y arriesgado desde el título: Valses eróticos del río de la concha de tu madre. La presentación oficial será hoy a las 23.30 en el Teatro del Viejo Mercado (Lavalle 3177), con invitados de lujo y amigos de su época: Adrián Dargelos, Kevin Johansen, Palo Pandolfo, Pablo Dacal y Axel Krygier. Los primeros trescientos discos traen una obra original pintada por el autor.

Su disco parece una obra barroca. En el primer tema (“Medianoche”) insinúa un reggae, más tarde Graciela Borges recita un texto de Woody Allen y junto al cantante de Babasónicos revive una balada romántica de Marco Aurelio. Y hasta se permite una crítica a los dueños de los boliches. Las canciones, como su obra plástica, están cruzadas por un humor corrosivo e irreverente. “Mi forma de entender el mundo y no pegarme un tiro en la sien es verlo con humor, irónicamente”, dice. “Si yo no hiciese una lectura de la vida a través del humor, no tendría sentido. ¿Cómo no me voy a reír de las religiones y de Dios?” Su mundo siempre fue amplio. Sus padres eran investigadores que relevaban el patrimonio artístico argentino, y no paraban de viajar: Barbieri vivió en Brasil, España, Corrientes, Jujuy, Salta y Entre Ríos. “Si bien no conservo amigos de la infancia, era una aventura ir a Jujuy y meterme en lugares tan raros con mis viejos: cementerios, museos, iglesias, conventos de clausura, casas particulares. En la ciudad de San Salvador o en un pueblito en la Quebrada de Humahuaca”, recuerda. Hasta que detuvo sus pasos en Córdoba, donde formó dos grupos emblemáticos: Los Rústicos del Viejo Sueño y Los Cocineros, con quienes grabó seis discos.

–No tuvo una vida rutinaria...

–Me aburro si no pasan cosas, es un mal signo. Eso me quedó de la infancia y de la vida intensa, con mucha variedad y posibilidades. Me suceden cosas como la muestra con los curas. Es gracioso más allá de lo terrible y violento que fue. Yo no lo podía creer. Eso también derivó en un cansancio con respecto a Córdoba y a su dureza con esa idiosincrasia católica, universitaria, docta. Todavía les cuesta romper con eso. Me enorgullece haber instalado un debate sobre la libertad de expresión.

–Es curioso cómo la censura muchas veces genera el efecto contrario.

–Fueron mis mejores publicistas. En Córdoba la censura es una costumbre. En mi caso fue la vez más violenta, pero muchos gobernantes mandaron a cerrar muestras. Luis Juez (ex intendente de la ciudad de Córdoba) mandó a meter presas a dos chicas que estaban haciendo una campaña ecologista. Hacían stencils en los tachos de basura de la calle. Eran hermosos. Algo decorativo, popular. Volviendo a lo de la censura a mi muestra, ha avanzado mucho el cerebro humano como para seguir cometiendo las mismas boludeces. No estoy en contra de la fe. Estoy en contra de una institución que mató gente históricamente y fue cómplice de las peores atrocidades y de ideas políticas en la historia de la humanidad. Es raro lo que se defiende. Ellos se desesperan porque se están quedando sin fieles.

–Su obra tiene mucho humor. ¿Existen límites para hacer arte y humor?

–Creo que no. Tampoco creo en el límite academicista de “buen gusto o mal gusto”. Lo más válido es la percepción de uno en función a la obra. No creo que haya límites para hacer humor. Tampoco en las artes plásticas y en la música. Sí creo que hay que ser auténtico; no original, porque ya inventaron todo. Hay que mostrarse fiel a uno. Con respecto al humor, cada uno sabrá hasta dónde llega. No me gusta ponerles límites a las cosas. Hay temas muy complejos para hacer humor, pero no quiero decir que sea imposible. Hay un tema que muy pocos han tocado porque es difícil: los desaparecidos y la dictadura. ¿Cómo manejar eso con humor? Para mí es una especie de intriga y desafío. Quizá nunca muestre nada, pero en mi casa pruebo hasta dónde llego y hasta dónde me siento mal haciendo ciertas cosas. Es muy fuerte porque te toca mucho. En cambio, hablar de religión no me genera lo mismo que hablar de los desaparecidos. Pero también me hincha las pelotas la solemnidad en exceso para hablar de ciertas cosas porque se termina poniendo un marco que lo vuelve hasta superficial. Quita el análisis del asunto más allá de que a uno lo conmueva la situación.

–¿En qué sentido?

–Cuando Néstor Kirchner descolgó el cuadro de Videla yo lloré. Es un acto simbólico del carajo. Fue una de las primeras cosas que me enamoraron y quedé entusiasmado con este proyecto. Pero me parece constructivo y sano ser crítico. Pero intento no tener una crítica superficial, sin informarme ni analizar en profundidad. Yo apoyé a Gustavo Sala: ese chiste es muy bueno y profundo. Un tipo que te instala una empresa enorme como es David Guetta te atraviesa y te hace ser parte de algo que no querés todo el día. Es una forma de campo de concentración en un vuelo poético. No se puede tomar todo tan superficialmente. El problema es del que se siente ofendido. Ahí hubo un cero análisis, cero ir más allá y preguntarse qué quiso decir el tipo. Cuando una sociedad descubre esa posibilidad crece mucho. Se abre un debate maravilloso de ideas. Eso tiene el humor.

–¿Cómo conviven en su obra la pintura y la música?

–Son complementarias. Las laburo parecido. Tengo cierta relación con la forma de componer y una relación con los colores. El Do para mí es el blanco, el Re es amarillo, el La es azul. Armo mi mundo con eso. Las artes plásticas me generan menos estrés que la música, en cuanto a mostrarlo. Más allá del disco, a la música hay que defenderla en vivo. En cambio, en una muestra puedo estar o no. Pienso los títulos de los discos antes que las canciones. Igual que la tapa del disco, veo lo plástico primero. Después elijo a los invitados como si fueran actores de una película.

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