CULTURA › TERCERA EDICION DEL FESTIVAL DE POESIA EN LA ESCUELA
El próximo lunes comenzará esta iniciativa autogestiva coordinada por Alejandra Correa y Marisa Negri, que contará con la participación de 50 poetas, 20 artistas y alrededor de 4000 alumnos pertenecientes a 16 establecimientos educativos.
› Por Silvina Friera
Las palabras estallan como un vaso de cristal arrojado contra la pared. Nadie sale indemne de ese estallido. Podrá haber algún despistado, distraído o indolente hacia los sonidos, las formas, la materia. Pero quién sabe si la presunta indiferencia del presente no se transformará en la semilla de la pasión del mañana. El empeño de los poetas es mayúsculo. Una obstinación que despeja la neblina de prejuicios letales y desmonta el meollo de un equívoco vulgar: la poesía –se suele repetir– es “difícil”, machacando una y otra vez la misma muralla aplanada del sentido común. O desafinando siempre en el mismo adjetivo. De un tiempo a esta parte se siembra y cosecha; es hora de zanjar la cuestión y acercar la poesía y el lenguaje poético a los niños, adolescentes y jóvenes desde una perspectiva de encuentro, intercambio de experiencias y diálogo entre generaciones. El próximo lunes comienza la tercera edición del Festival de Poesía en la Escuela, una movida autogestiva coordinada por las poetas Alejandra Correa y Marisa Negri, que contará con la participación de 50 poetas argentinos –Roberto Raschella, María Teresa Andruetto, Reynaldo Sietecase, María del Carmen Colombo, Eduardo Mileo y Mercedes Roffé, entre otros–, 20 artistas y alrededor de 4000 alumnos pertenecientes a 16 establecimientos educativos. En cada una de las jornadas se realizarán talleres de arte visual, títeres, música, traducción y poesía; lecturas de poetas invitados, docentes y alumnos. El repertorio de actividades incluye homenajes a Luis Alberto Spinetta y recitales como el de Mariano y Santiago Fernández, de la banda Me Darás Mil Hijos, en la misma escuela de la que egresaron (Liceo 1). Allí, durante la inauguración, interpretarán canciones de Alfredo Zitarrosa.
Los poetas están haciendo camino al andar de esta tercera edición, que tendrá como novedad principal un taller transversal: “El país imaginado”. Una escuela le pondrá nombre al país. Otra, la bandera para ese nombre. Otra –a partir del nombre y la bandera– pensará su flora y fauna. Y así sucesivamente, las 16 escuelas crearán un país imaginado. El canal Encuentro filmará micros de los chicos poetas del III Festival. Los pibes, aguijoneados por las palabras, hablarán de eso que los convoca y los interpela: la poesía. Y hasta leerán sus propias producciones poéticas. El Ministerio de Educación de la Nación facilitará los medios de transporte para que 22 alumnos de un colegio de Villa Celina puedan visitar a sus pares de una escuela de la segunda sección del Delta de San Fernando. “Muchos viajarán en lancha por primera vez –dice Correa a Página/12–. Ya estuvieron escribiendo cartas que les hicimos llegar a los chicos de la Escuela Técnica Nº 1 y de la EP 24 de las islas.” Las infatigables organizadoras acaban de editar la antología Infancias, con poemas de la mayoría de los poetas que participan en esta edición, como Andruetto, Colombo, Raschella, Roffé, Alberto Muñoz y Leonardo Martínez. Roffé, que vive en Nueva York, al igual que el año pasado, se comunicará vía Skype para dialogar con los chicos y leerles a Rafael Alberti. Como si todo esto fuera poco, hay un grupo de susurradores integrado por el dream team del Liceo 1 que irá de oído en oído, con largos tubos, susurrando poemas para quien los quiera oír.
“El primer paso es abrir la puerta, tender los puentes; no se puede amar lo que no se conoce –esgrime Negri–. ¿Y cómo se enseña a niños y jóvenes a amar la poesía? Dejando que eso suceda primero en nosotros, los maestros y profesores de literatura, los que todos los días trabajamos con el cuerpo vivo del lenguaje y muchas veces por costumbre o resignación nos convertimos en sistematizadores del lenguaje. Pero también –y esto es para mí una de las más hermosas revelaciones del festival– el desafío para los poetas es tener en cuenta a los jóvenes lectores y escribir a partir de ellos. Como diría (Federico García) Lorca: ‘No hay poesía escrita sin ojos esclavos del verso oscuro ni poesía hablada sin orejas dóciles, orejas amigas donde la palabra que mane lleve por ellas sangre, olas, labios o cielo a la frente del que oye’.” Durante 2010 y 2011, más de 70 poetas, 30 artistas (principalmente plásticos y músicos) y cerca de 6000 alumnos de todos los niveles educativos fueron escribiendo las primeras páginas de esta historia. “Sabemos que la edad de la poesía es sobre todo la infancia, pero también la adolescencia –subraya Correa–. Esa es la edad en que la poesía es una parte inseparable de la vida. Entonces, comprobamos que vamos a hablarles a los chicos de algo que ya conocen, pero muchos aún no le han puesto un nombre. Se trata de reforzar esa cercanía que empieza a perderse a veces en la adolescencia, valorizarla y darle un espacio. Sentimos que estamos trabajando con la poesía de aliada en cada acción que pensamos. No venimos de afuera a hablar de algo lejano. No es lejano para nosotras, no es lejano para ellos. El desafío es despertar y potenciar algo que está allí. Y es un desafío enorme porque dependerá de la forma en que lo hagamos el sitio que este espacio tendrá en el futuro en sus vidas. Por eso la idea del festival: festejar el encuentro entre ellos y nosotros –los poetas, los artistas visuales, los músicos, los docentes, desde otro lugar que tiene que ver con el disfrute y no con el deber–, en el marco de la escuela que, consideramos, necesita ser poetizada. Nuestros adolescentes y niños van a escuelas que, una enorme cantidad de veces, carecen de espacios de encuentro real, encuentro con la experiencia y con lo emocional, que es decir claramente encuentro con la palabra. Vivimos en un mundo que no suele poner ninguna ficha ahí. Pero hay avidez. Ojo: no es una avidez como la pensaría un adulto. Es una avidez que se encuentra tapada, a la que hay que escuchar y darle aire para que crezca.”
La poesía y los tiempos en que se componen los recuerdos de las ediciones previas. Negri menciona el gran batacazo durante la apertura del primer festival, en 2010. En el Liceo 1, ante más de 300 chicos y docentes, luego de presentar a su poeta elegido y hablar brevemente de su vida y de su poesía, Javier Galarza acercó el micrófono a su celular. Pronto la voz de Paul Celan inundó esa escena con una luz y una lengua que parecía venir de otro mundo. “El silencio fue atronador”, resume. “En la escuela Portal del Sol, de educación especial, los chicos aprovecharon el festival para declarar su amor en público –repasa Correa–. Una de las chicas leyó un poema de amor a su enamorado quien, sorprendido, dijo que ‘no’, que él estaba mejor con sus amigos. Y ella entonces movió la cabeza como diciendo: ‘Ya vas a caer’.” Poeta y periodista, Sietecase reincide en su intervención en esta edición. Cómo no volver después de haber leído un poema de Mario Trejo, “A propósito de la palabra de Dios”, con la ayuda de un puñado de alumnos que brillaron como un elástico coro. Ante una seña de Reynaldo, decían el estribillo: “Algo hay”.
El baúl está repleto de anécdotas, restos diurnos de jornadas memorables. Javier Cófreces leyó su poema sobre la pesca en la ESB 24 y EP 11 del Delta de San Fernando. “Bagres, bagres, bagres/ sólo bagres pican desde el muelle/ Bagres blancos/ Bagres amarillos/ Bagres bigotudos/ movedizos, resbaladizos...” Los pibes del lugar sabían esos versos “casi de memoria”. Cualquier traducción o explicación era perforar un paisaje que conocen como la palma de sus manos. “Se transformó en héroe nacional. Le pidieron libros autografiados, se sacaron fotos con él, le preguntaron cuándo volvía. Y vuelve –confirma Correa–. Está preparando con Alberto Muñoz poesías especialmente escritas para la ocasión. Ambos son amantes del Delta, tienen un libro llamado Tigre, así que se ha establecido un vínculo bellísimo.” La inminencia de la palabra poética puede alborotar a la tribuna. El chileno Jaime Huenún desglosó la lucha de los jóvenes universitarios en Chile. Después recitó apasionadamente. Las gargantas de los trescientos pibes que lo escuchaban no se cansaron de entonar: “Olé, olé, olé, Jaimé, Jaimé”. Así, acentuando la “e”, “como si Huenún fuera un jugador de fútbol que acababa de salvar un campeonato”, compara Correa.
El grano de la poesía deviene una práctica radical en las escuelas que inician la cabalgata por la sintaxis y la gramática que cada poeta pone en juego. Negri destaca que a los chicos les interesa “la rebelión que subyace en el discurso poético; la ruptura de parámetros lógicos, la posibilidad de que la palabra se cargue de sentido y los identifique”. “Recuerdo en particular, en los talleres previos de este tercer festival, la conmoción de los chicos al trabajar con los poetas desaparecidos como Miguel Angel Bustos o Dardo Dorronzoro, o los encuentros con Natalia Litvinova y la poesía rusa; una de las cosas que les resultaban más reveladoras a los chicos es que alguien eligiera como camino de vida dedicarse a la poesía.” ¿Por qué cada poeta escribió lo que escribió? Este es uno de los interrogantes que nunca faltan. “Es una pregunta sobre la relación entre la palabra y la vida –reflexiona Correa–. Lo que los poetas en nuestros encuentros evitamos decir para dejar que la poesía hable por sí sola, a ellos no les basta. Incluso, escuchan mejor una poesía si se les cuenta primero cómo a uno se le ocurrió escribirla o si se relata algo sobre el poeta que la escribió, porque leemos poesías de otros poetas aparte de las propias. Entiendo que ven en esa persona que les abre el corazón una buena oportunidad para saber el porqué de muchas cosas; interpretan que esa persona está hablando de algo importante, desde un lugar diferente. Todos los poetas se emocionan frente a los chicos. Cada uno lo demuestra de una manera diferente. Pero la emoción está allí, en la voz, en la palabra, en el intentar acercarse.”
Morochazo y grandote, de esos a los que sólo les basta su cuerpo para imponer respeto, Vicente peina canas, aunque tiene las cejas negras, negrísimas. El auxiliar de la escuela 97 de Villa Celina se dio el gusto de leer un poema de Baldomero Fernández Moreno que aprendió en la escuela primaria en la edición del año pasado. Quien quiera verlo –y escucharlo– puede bucear por los pagos de Youtube (http://www.youtube.com/watch?v=3gZDTRjQjTo). “Vicente es el encargado no sólo de la portería sino de llevar en un carrito de supermercado las viandas a los salones, de reparar cualquier cosa que no funcione o darle una manito de pintura al patio antes de un acto importante –explica Negri–. Ese día nos vio colgar el cartel del festival, se sonrió y me dijo: ‘Ah, yo no sabía que venían ustedes, setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor’. Ahí mismo lo convencí para que grabáramos su recitado. Vicente nos trajo la memoria de otra escuela, la de su infancia, en la que el recitado de poemas era un punto esencial de los programas. Cuando le dije que ese día venía a la escuela la poeta Clara Vasco, nieta de Fernández Moreno, y que se la quería presentar, me miró con susto y me dijo que él hacía esto por los chicos, pero que hasta ahí llegaba. Y se fue raudamente a refugiarse en la cocina de la escuela.”
La experiencia poética fluye, como quien lanza palabras, versos, poemas y retazos de vidas en corrientes de rumbos inesperados. Por más que se ensayen adjetivos, contornos, siluetas, lo que se mueve parece refractario a ser encasillado. “Todo encuentro crea un nuevo espacio. En este festival, el espacio está definido por una gran cantidad de variables –agrega Correa–. La relación del poeta con su propia adolescencia e infancia y con estos chicos de hoy. La palabra poética puesta a prueba en un escenario diferente del que habitualmente estamos acostumbrados a transitar los poetas. Los chicos escuchando y escribiendo, dándole un lugar y un valor a la palabra que se escribe. Los poetas dando voz a otro poeta –primero cada poeta lee a otro, luego lee algo propio–, trayendo o siendo traído de la mano por alguien. Los artistas plásticos que trabajan sobre la obra de un escritor y despiertan un interés por medio de otros recursos: títeres, esténcil, máscaras, etcétera. Y los músicos que vienen trabajando con la obra de poetas. Todo eso está sucediendo en paralelo, en ese espacio que el festival crea y recrea. Como cuando uno escribe poesía, sabemos que ese espacio tiene una característica primordial: si no lo creamos, no existe. Es algo que no está dado, que hay que crear y sostener. El festival es un espacio donde la poesía es de todos y para todos. ¿Suena a utopía? Entonces, será.”
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