CULTURA › 9ª EDICIóN DE LA NOCHE DE LOS MUSEOS
Cientos de miles de personas participaron del encuentro que se desarrolló en más de 180 museos y espacios de arte de la Ciudad. Hubo espectáculos musicales y largas colas para disfrutar de exposiciones que se convirtieron en auténticos eventos sociales.
› Por María Daniela Yaccar
La ciudad de la furia, de las inundaciones, de la basura, de los autoconvocados y de la cultura: así de ecléctica es Buenos Aires, que el sábado vivió su clásica Noche de los Museos. La propuesta volvió a ser un éxito: más de 750 mil personas –según cifras del gobierno porteño– participaron de la novena edición de este evento, visitando los más de 180 museos y espacios de arte que abrieron sus puertas o disfrutando de espectáculos que sucedían en diversos puntos del mapa. Desde las 20 hasta las 3 del domingo hubo colas larguísimas. Parecía que el público estaba esperando para ingresar a un boliche.
El paisaje de la ciudad estaba enteramente transformado. El Planetario, donde comenzó la jornada a las 20, con una presentación del ballet del Teatro San Martín en homenaje a Astor Piazzolla, era un hormiguero. Había siete mil personas viendo el –larguísimo– espectáculo, muertas de frío, y unas dos mil recorriendo el predio, estudiando con qué se podían encontrar. Citroën Argentina había montado la muestra Evolución, que invitaba a recorrer la historia de la moda y su vinculación con el diseño de automóviles. Bien temprano, el zoológico empezaba también a recibir visitantes.
“¡Los museos abren todos los días!”, peleó un automovilista a la gente que hacía fila para ingresar al Museo de Bellas Artes, donde está montada la muestra de Caravaggio. El taxista que dejó a Página/12 en el Planetario dijo algo parecido: “Veo esto todos los años y no lo entiendo. Mejor sería que la gente recorriera un día cualquiera un museo, tranquila”. Algo de razón tenían: el Museo de Bellas Artes abre de martes a domingo durante largas horas y la entrada es gratuita. ¿Para qué, entonces, pasar frío, esperar tanto para entrar, y recorrer un espacio a los tumbos cuando se puede caminar holgadamente cualquier día? Una conclusión posible es que La Noche de los Museos es, antes que un encuentro cultural, uno de carácter social. Y hay que agregar también que la palabra “museos” en el título queda chica, porque un punto fuerte de la jornada fueron los espectáculos que no solamente se ofrecían al aire libre –como en las afueras de la Casa Rosada, con su hermoso fucsia nocturno– sino también en los diferentes espacios culturales por los que la gente circulaba –como en el flamante Museo del Humor.
Algo de razón tenía ese taxista cuando dijo que los museos están hechos para ser recorridos con tranquilidad y con pausa. Debutante en La Noche de los Museos, esta cronista intentó ingenuamente recorrer en pocas horas la mayor cantidad de espacios y fracasó en el intento. El gobierno porteño le facilitó un lugar en un micro –en esos, tan feos, en los que los turistas miran la ciudad a través de una ventanilla, ¡qué horror!– y la llevó de recorrida por la ciudad, junto a otros periodistas, fotógrafos y algunos funcionarios. Conclusión, recomendación para el lector: si nunca vivió la experiencia de La Noche de los Museos, no intente beberse de una toda la cultura. Elija dos o tres museos que le despierten interés –o los más caros, si quiere cuidar el bolsillo– y mándese a ésos. De lo contrario, sentirá que La Noche de los Museos es una falacia. Entre las colas y la distancia entre un espacio y otro, no es mucho lo que se puede hacer en siete horas, si es que se quiere hacer bien.
La guía de la muestra de Caravaggio hablaba de algo tan complejo como la Contrarreforma en medio del griterío y del incesante pasar de personas. El público se codeaba sutilmente para llegar hasta donde ella estaba y escuchar mejor. “Nos vamos”, le dijeron a esta cronista cuando apenas habían pasado veinte minutos de su estadía en el museo. Imposible apreciar un cuadro que tiene casi 500 años en tan poco tiempo (otra conclusión: las cosas VIP jamás son buenas y profundas). De nuevo en el micro. Cada vez que el vehículo amarillo arrancaba, un cúmulo de gente se acercaba a preguntar si podía subirse. “Si es gratis, que sea gratis todo, o que sea gratis para todos”, debe haber pensado una mujer desquiciada que terminó a las puteadas con la guía de turismo del gobierno porteño.
Había, no obstante, varias líneas de colectivos que trasladaban gratis a los pasajeros. En La Boca, a eso de las 23, se respiraba otro aire, más tranquilo. Había menos gente. La Milla Cultural del Sur es el nuevo paseo que se incorporó a La Noche de Los Museos y, al menos a esa hora, era el recorrido ideal. La zona se veía hermosa: una murga recorría la vera del Riachuelo, los barcitos se veían llenos, la Fundación PROA –donde hay una muestra del escultor y pintor Alberto Giacometti– estaba iluminada de azul. También en La Boca estaba marchando ATE, cuya presencia revelaba la falacia más importante de La Noche de los Museos, con la consigna “Una noche de fiesta, 364 días de abandono” (ver recuadro). En las callecitas alejadas y oscuras estaban los que escuchaban cumbia a todo volumen, las soledades, los pibes con gorra que desnudaban con la mirada a las pibas que pasaban, las familias que tomaban fresco –o frío– en la puerta: en el sur, cierta parte de la geografía no había sido afectada por La Noche de los Museos. Hasta que el micro pasó por allí.
A la medianoche, Daniel “Pipi” Piazzolla recordó a su abuelo en el Planetario. Tocó, además de con Escalandrum, con la formación Piazzolla Electrónico, un revival de lo que fue el Octeto Electrónico en los ’70. En ese sentido, La Noche de los Museos tuvo un punto a favor: había una suerte de guión que ordenaba todo lo que estaba ocurriendo, que era el homenaje al bandoneonista, a 20 años de su muerte. No todos los días se ven conciertos en los museos ni tampoco semejante despliegue en las calles.
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