CULTURA › VICENTE Y HUGO MULEIRO PUBLICARON LOS GARCAS. UNA TIPOLOGIA NACIONAL
De Domingo Cavallo a Marcos Aguinis, pasando por Videla y Mariano Grondona, la lista es larga. Integran, para los hermanos Muleiro, una tipología que atraviesa la historia. “Nos interesaba que el libro pudiera conmover o inquietar en la realidad actual”, señalan.
› Por Cristian Vitale
El libro se llama Los garcas, y su necesario posterior (una tipología nacional) lo posiciona como disparador: ya cada quien y bajo sus ópticas estará armando su propia lista. Bajo la de sus hacedores (los hermanos Vicente y Hugo Muleiro) la historia argentina porta doce clavados: José Alfredo Martínez de Hoz, Jorge Rafael Videla, Carlos Pedro Blaquier, Domingo Felipe Cavallo, Mariano Grondona, María Julia Alsogaray, Jaime Lamont Smart, Héctor Aguer, Marcos Aguinis, Mauricio Macri, Francisco de Narváez y Mirtha Legrand, cuyas biografías puntuales y nutridas pueblan su capítulo más gordo: “Vida de garcas”. “Si bien el libro está atravesado por garcas de todos los tiempos, nos interesaba mostrar los de hoy, por la manera en que están horadando la vida pública y la representatividad popular. Nos interesaba que el libro pudiera conmover o inquietar en la realidad actual”, señala Vicente Muleiro, sobre los motivos de la elección de un elenco estelar que engancha, hacia atrás, con otro de los capítulos: “Garcas en la historia”. “La idea empezó por pelotear sobre algunos nombres que le hacían especialmente daño a la sociedad y al país en su conjunto, y por cómo encontrar un hilo de unión. Rastreando, nos dimos cuenta de que en realidad hay una tipología que arranca con la historia argentina”, sugiere el Muleiro mayor, intentando enmarcar la intención.
En su totalidad, entonces, Los garcas. Una tipología nacional (Editorial Planeta), pretende apoyarse más en las continuidades que en las rupturas de una historia nacional vista a trasluz de sus clases dirigentes. De sus corporaciones –puntualmente, sus principales representantes– y de cómo aquéllas, pese a cambiar ocasionalmente de disfraz, sostienen los mismos “ideales” de patria chica, impotente, reducida, intolerante, antipopular, regresiva y represiva. “Si lo ponemos en perspectiva histórica, vemos claramente cómo los representantes de las clases más poderosas siguen expresando las mismas ideas de sometimiento de las mayorías. Es gente que tiene problemas con la alteridad y diseña un modelo de país que reduce matrices que están en la época fundacional: la exclusión, la supeditación al poder internacional, la descalificación hacia las capacidades nacionales, algo que hoy tiene un correlato muy fuerte. Hay gente que sigue insistiendo con que no podemos manufacturar y sigue soñando con el granero del mundo, en el que cinco propietarios manejen toda la torta”, sostiene Hugo, el Muleiro menor.
–Una matriz constante que se resignifica pero que, en última instancia, sigue obedeciendo a un patrón común que podría resumirse en la idea de patria dependiente...
Hugo Muleiro: –Ya en 1815, la provincia de Buenos Aires libera a la exportación de toda retención, de todo impuesto, y para el mercado interno fija el 20 por ciento para las carnes. Eso no es difícil de trasladar a la discusión que seguimos manteniendo hoy, con esos mismos grupos. ¿Cuál es la diferencia entre aquella idea y Marcos Aguinis cuando dice “tenemos que dejar de sentir culpa por ser europeos, porque lo mejor que nos puede pasar es que lo seamos”?
Vicente Muleiro: –Una línea que se extiende y repite con el esquema rivadaviano, con Caseros, con la Generación del ‘80, con la del Centenario, o con la vigencia del voto universal y secreto que termina por sacarlos... la idea de país restringido ¿no?, en la que el pobre tiene que estar naturalizado como tal. Hubo tipos que pensaron esto, como Bunge o Ramos Mejía, e hicieron una especie de seudocientificismo pero que, a pesar de todo, eran tipos más complejos. Una característica del garca del siglo XX, y sobre todo del XXI, es que se aberreta intelectualmente para quedarse nada más que con el esquema de país subordinado, explotación intensiva, el pobre naturalizado como tal, el clasismo, el racismo...
H. M.: –Y una manipulación berreta, como dice Vicente, del discurso de la palabra. Carlos Pedro Blaquier escribe un manual de la historia argentina en el que dice que los indios sometidos por Roca no sólo fueron usurpadores sino también genocidas. Hay una reversión absoluta de la verdad histórica, de la manera más impensada. ¿Qué discusión se puede sostener ante eso?
–Recurrencia permanente en el devenir argentino...
V. M.: –Hay un núcleo arcaico que se repite, que presenta ese modelo latifundista que a finales del siglo XIX se combina con el mundo financiero y comercial. Es una ideología arcaica que atraviesa los tiempos, y que se demuestra con Billinghurst diciendo que Argentina va a poder exportar manufacturas dentro de mil años, Aguinis diciendo que nunca vamos a hacer chips, o Macri diciendo que no estamos insertados en el mundo, cuando en realidad lo que quiere es una inserción subordinada. Son pocas ideas pero fijas, como las de los psicóticos, que vienen de principios del siglo XIX. Tenés tipos que siguen pensando en esas dos o tres ideas fijas, a veces con alguna pátina cultural, a veces no, pero siguen clavados en esas ideas.
H. M.: –Es muy interesante ver cómo en los climas pregolpistas de Yrigoyen, o de Perón, o en el 2008, aparecen figuras retóricas que son iguales: corrupción, presidente solo, excesivo gasto estatal. Y una agitación de temores, en general infundados, que sensibilizan a las mismas capas sociales: la inflación, que siempre e inevitablemente es mayor de la que se admite oficialmente; la inminente falta de todo tipo de productos y la cuestión cambiaria, por supuesto... jugar con el “se dispara”, o “lo disparan” con maniobras, o va a escasear y entonces hay que salir corriendo a comprar. Esos instrumentos son infalibles, y se repiten todo el tiempo.
–Se impregnan con facilidad en esa parte de la sociedad que Jauretche identificó como el medio pelo...
V. M.: –Eso da cuenta del éxito de la prédica de los medios hegemónicos, ¿no? Parte de la sociedad repite esas figuras incomprobables, que penetran capilarmente y definen climas durante una o dos semanas, en las que mucha gente dice más o menos lo mismo. Es una prédica berreta, que busca el consenso por lo más simple, con el “todos roban”, que no quiere decir absolutamente nada pero que genera cierta eficacia.
–Entre las fuentes que trabajaron es recurrente Milcíades Peña, a quien sin embargo, y con cierta astucia, se intuye, han sustraído cuando abordan al primer peronismo...
V. M.: –(Risas) También trabajamos los cinco tomos de la historia argentina de Jorge Abelardo Ramos, que claramente se opone a la historia del pueblo argentino de Milcíades. Yo creo que en alguna época de debate caliente y con los dos vivos, hubiera sido imposible buscar una síntesis entre ambos, pero hoy es muy importante trabajar con los dos, porque en cada uno encontrás algunas miradas que nuestra generación puede complementar ¿no? Se trata de poder hacer, con el material que te precede, otras síntesis.
De las varias acepciones populares que podrían pensarse sobre el término garca, los Muleiro se quedaron con un doble pliegue sustancial y funcional a la tarea: el revés de la palabra “cagar” y el final del vocablo oligarca. “La idea fue reflexionar que muchas veces, en el habla popular, se dicen las dos cosas al mismo tiempo, y que se trata de un personaje cuyo modelo está en la cumbre social, pero que baja transversalmente por toda la sociedad”, explica Vicente, cuya pluma, junto a la de su hermano, irá diseñando una nutrida variedad de subcategorías derivadas de la categoría central: el protogarca, el recontragarca, el garca a tiempo completo, el garca mediático, el garco-fascista, el garcatólico, o el sojete, que enmarca al personaje de clase media que, sin siquiera tener “un malvón en una maceta”, defiende –por ejemplo– los intereses de la Mesa de Enlace, durante el lío del 2008. “No se beneficiaban con la eliminación de las retenciones móviles. No tenían soja, pero defendían a quienes lucraban con ella, eran los ‘sojetes’, una resurrección de aquel mediopelista definido oportunamente por Jauretche como el que construye su status sobre una ficción”, describen los autores, en la página 153, aludiendo a quienes defendían “al campo”, bajo una recurrente ilusión de pertenencia.
–En un pasaje de “Garcas en la historia” (Página/121) también se recuerda la preocupación de Eva Perón por el arribo de “oportunistas” a la estructura del movimiento peronista. Viene al caso.
H. M.: –Sí, ella advierte sobre el riesgo que implica corromper a las estructuras políticas representativas de las mayorías, que pueden ser manipuladas por la oligarquía. Menem, claramente, es la expresión más acabada de ello, sobre todo por la eficacia con la que llevó adelante un plan totalmente contrario a todo lo que se pueda considerar fundacional del peronismo.
–Es su momento, inimaginable hasta para la derecha del movimiento...
H. M.: –Ahí está la inteligencia de los garcas. A Cavallo le preguntan cómo pudo ser parte de un gobierno justicialista, y él dice que sabía que sólo un hombre como Menem podía tener la habilidad de someter a la estructura sindical del peronismo. El vio la veta, tanto como la vio María Julia cuando dice “si a un liberal le ofrecen privatizar una empresa y no lo agarra, que no se llame liberal”.
–¿La pretensión disciplinaria del libro fue hacer una “sociología con estaño”?
V. M.: –(Risas) Bueno, eso en términos de Jauretche, pero nosotros lo definimos como ensayo periodístico. Lo ubicamos en ese género en el sentido de tomar del ensayo una tradición que piensa a la Argentina en su pasado, su presente y sus deseos futuros; y del periodismo, una moral de que todo esté respaldado por un dato que exista, que sea constatable. Esa combinación es la que nos interesa, después es la argentinidad al palo: los libros, la calle, el oficio.
Nacido en 1951, Vicente Muleiro lleva una intensa vida como escritor y periodista. Entre sus novelas figuran Sangre de cualquier grupo (1996) y La balada del asador (2006). Ha publicado también El dictador, la vida secreta y pública de Jorge Rafael Videla, junto a María Seoane, y una serie de títulos para chicos y libros de poemas. Como periodista, trabajó en Crónica y Clarín, entre otros. Actualmente es subdirector de Radio Nacional, emisora donde conduce el programa Vía Libro. Hugo Muleiro, nacido en 1955, fue secretario de redacción de la agencia de noticias DyN, y Ansa, y director periodístico de Télam. Es autor de Palabra por palabra, estructura y léxico para las noticias (2002) y Al margen de la agenda. Noticias, discriminación y exclusión (2006). Vicente se define como peronista de izquierda y Hugo como un hombre de izquierda “que no rechaza al peronismo”. “Tenemos una consonancia ideológica más cercana que hace 20 años”, ironiza el primero.
–¿Han tenido alguna devolución, algún protagonista que les haya caído duro?
H. M.: –Entre los biografiados no, tampoco entre los medios que se identifican con ellos o los defienden. Me parece que nosotros somos tomados de la misma manera: lo mejor es silenciarnos cuanto sea posible, y no dar ninguna clase de discusión, porque la ecuación más favorable para ellos no es ésa, sino el ocultamiento. En otros campos sí, por supuesto. Reproches por alguno que falta, en fin.
V. M.: –Nosotros incitamos a que cada quien haga su propia lista de garcas, claro, pero entre quienes más nos citan están Magnetto, Menem y Susana Giménez, que aparecen, sí, pero no en las biografías.
H. M.: –Igual, al estar María Julia Alsogaray y Domingo Felipe Cavallo, está Menem; y Magnetto aparece como el garca mediático.
–Tres garcas cada uno, a ver...
H. M.: –Martínez de Hoz, Cavallo y Videla.
V. M.: –Bueno, ese es el cuadro de honor (risas). Yo seguiría con Blaquier, Grondona y Aguer, como representante del catolicismo argentino que tiene núcleos duros matadores y retrógrados. Bueno, quedan seis afuera que no se merecen la discriminación (risas).
–¿Y Sarmiento qué sería para ustedes? ¿Un medio garca? Si bien entra en la lógica el de Civilización y Barbarie, aparece a la vez una intención de “salvar” al último Sarmiento, por lo menos en su visión acerca de los grandes terratenientes.
V. M.: –El Sarmiento tardío se da cuenta, efectivamente, de lo que es la oligarquía argentina, pero mantiene su garquismo en un racismo tremendo. Yo diría que hasta el Facundo es difícil de definir con una sola cara de la moneda... hay que pensarlo mucho. No es como un Manuel García, que está orgulloso de su cipayismo, o un Manuel Quintana, que amenaza con una invasión inglesa a fines del siglo XIX, por un problema que había habido en una sucursal del Banco de Londres en Santa Fe, o un Billinghurst diciendo que Argentina iba a poder exportar manufacturas “dentro de mil años”, o Macri, que insiste con la idea de “granero del mundo”. El pez por la boca muere.
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