Domingo, 4 de agosto de 2013 | Hoy
CULTURA › LA CELEBRACION DE LA PACHAMAMA, EN HUMAHUACA
Por Cristian Vitale
Desde Maimará
La posta de hornillos está ubicada en un bello paraje de la Quebrada de Humahuaca, ahí donde empieza Maimará. Cuenta la historia que era el lugar escogido por los incas para levantar sus tambus, lugares de almacenamiento y descanso para las huestes del Tawantinsuyu que intentaban doblegar a los bravos aymara, mediando el siglo XV. También el sitio en que descansaron héroes de las guerras por la independencia, en sus vaivenes hacia el Alto Perú. Se habla de Belgrano, Castelli y Güemes, como tres de sus huéspedes. La historia –pero inmediata– también canta que fue el lugar que Néstor Kirchner, hace exactamente diez años, eligió para convertirse en el primer presidente de la Nación en realizar una ofrenda primal, necesaria y ancestral. En arrodillarse mirando al suelo y devolver a la tierra parte de lo que la tierra da, la Pachamama. “Qué buena oportunidad hoy, aquí y ahora, para recordar cómo estaba Argentina cuando ese hombre se arrodilló acá para agradecer y pedir, y es por eso que hoy tenemos que agradecer que sus pedidos y sus sueños, en medio de aquella patria que él llamaba el tiempo del infierno, hayan sido escuchados”, señaló Jorge Coscia, secretario de Cultura de la Nación, cuando le tocó hablar en el acto-fiesta que se llevó a cabo en ese páramo semillano, rodeado de cerros, cortes y ondulaciones.
“Estar acá, reconociéndonos como hermanos, produce un momento de una emoción y una espiritualidad muy profundas”, enunció otro de los oradores, el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, en diagonal a las tres banderas de bienvenida: la argentina, la del escudo nacional y la wiphala. Ambos –Boudou y Coscia–, más el gobernador de Jujuy, Eduardo Fellner, entre otras autoridades provinciales y comunales, pusieron sus rodillas en la madre pacha para cumplir con el ritual, bailaron al ritmo de una banda de sikuris de La Quiaca (Duendes Alegres) y cantaron una copla –en el caso de Boudou– acompañados por copleras de Maimará y Humahuaca, en el patio interno de la casa. En el externo, un tremendo espacio amparado por montañas, sol bravo y cardones, tuvo lugar el brazo musical. La fiesta que animaron Tomás Lipán, Luis Salinas, el Chango Spasiuk y los Duendes Alegres. Lipán, primero en subir al escenario, le puso color y calor norteño a la madre pacha. Le ofrendó un popurrí de huaynos y carnavalitos agitados, acordes con el paisaje. Salinas, segundo, invitó a coplear a Mariana Carrizo, y encaró, entre otras, una exquisita versión de “Piedra y Camino”, en fluida comunicación con el entorno y los músicos. Notas justas, de esas que se sienten, para llegar a un final con plus afectivo: el guitarrista hizo debutar a su hijo Juan con una chacarera que le hizo a él, “Chacarera para Juan”. De tal palo, tal astilla.
Spasiuk, tercero, se permitió un repertorio con epicentro en la música del litoral. “Kilómetro 11”, con un sapukay que quebró el silencio, y “Puerto Tirol”, entre ellos, pero regaló una versión de “Tacita de plata” para terminar con el público en llamas y una fulminante visita al “Libertango”, de Astor Piazzolla. El cierre fue para los Duendes Alegres que, con su tema de batalla (“Cinco siglos”), hicieron bailar hasta a las piedras.
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