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Quiero agradecer especialmente a Diego Fischerman la valentía de decir y denunciar el mal uso que de los bienes comunes hace este gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Lamentablemente, en el centro de las intrigas palaciegas que tan bien describe en su artículo, nos apercibimos de que tenemos un ministro de Cultura (por cierto, hombre de la cultura) que no se resuelve a exigir como debiera por una realidad que lo toca de cerca, como es el patrimonio porteño, de la manera en que nosotros esperamos desde siempre. Así estamos perdiendo, no sólo símbolos irrecuperables como las casas de Evaristo Carriego o la de Juan de Dios Filiberto, por las cuales hemos pregonado incansablemente, sino que nos condolemos –es lo único que nos queda– por este patrimonio intangible y poderoso que es la dignidad de un teatro como el Colón.

Como bien acota Diego Fischerman, no estamos en este caso ante un programa de alquiler racional o préstamo de momento de un espacio teatral como el que mencionamos. Estamos ante lo que suena más a un capricho circunstancial de algún funcionario porteño, que a una meditada gestión cultural. Parece ser, además, que a los responsables de determinar sobre estas realidades no se les mueve un pelo. Y esa indiferencia los transforma en violadores seriales de un patrimonio que debería ser inviolable. Así estamos.

Son muchos años de historia y construcción, para llegar a este momento de la Ciudad en que, con la excusa de mejorar la vista, con cada decisión tomada se destroza la identidad de todos y cada uno. No nos resignaremos sin, al menos, alzar nuestra voz públicamente.

Y esto no lo digo desde la política o como política, sino amparada por mi antigua y permanente relación con el mundo cultural de la Ciudad de Buenos Aires.

De esta Buenos Aires, que nos sigue conmoviendo persistentemente.

* Artista y diputada porteña.