Lunes, 21 de octubre de 2013 | Hoy
CULTURA › ANDRéS VALENZUELA Y PAULA BOMBARA ESCRIBIERON CIENCIA Y SUPERHéROES
En pleno auge de las viñetas y de la divulgación científica, los autores produjeron un libro más que interesante, en el que ambas disciplinas interactúan. “Los maestros me dicen que nunca pensaron que con un comic de Batman podrían hablar sobre poleas”, dice Bombara.
Por Facundo Gari
Hay casos en los que no es necesario indagar en la ciencia para explicar los superpoderes bajo una capa. Basta una miradita para determinar que la gran destreza de Batman proviene de una supertarjeta de crédito, más allá de que sus artilugios de cinturón sirvan para hablar de poleas y lanzamientos a larga distancia. Esa anotación –que los fundamentalistas del hombre murciélago discutirán– la consignan en el libro Ciencia y superhéroes (Siglo Veintiuno) Paula Bombara y Andrés Valenzuela. “Calculamos cuánto gasta Spiderman en sus telarañas”, añade ella, escritora y bioquímica. “De ahí que en algunas continuidades Peter Parker siga viviendo con la Tía May”, presupone él, especialista en historietas y periodista del rubro en Página/12. Sin embargo, a gran parte de los superhéroes sí pueden rastreárseles en las calzas migas de experimentos, hipótesis y teorías científicas. Los autores tomaron casi 150 para entenderlos con rigurosidad: cómo diantres logra Gokú reunir la energía para su genkidama, por qué Magneto debería ser harto más fuerte de lo que lo pintan, cuál es la importancia real de que Favalli sea un profesor de física, qué capa atmosférica es la letal cuando Shiryu hace su abrazo de dragón y a razón de qué aparece el científico Nikola Tesla es tantos comics de aquí y de allá, entre otros cruces de antifaces y laboratorios que podrían englobarse en una única rima con signos de pregunta: ¿podrá convertirse alguna vez el humano en un superhéroe real más poderoso que Menganno?
Flamante miembro de Ciencia que ladra (notable colección dirigida por Diego Golombek), Ciencia y superhéroes suscribe a las publicaciones de divulgación científica. Pero deviene a la par en un ejercicio de divulgación de comics (si tiene un vasto glosario al respecto, una sección de recomendaciones locales e internacionales y arte de tapa del maestro Quique Alcatena). “La idea de origen es que docentes y bibliotecarios que no tienen mucho contacto con la historieta empiecen a verla como una excelente herramienta para acercarles a chicos y jóvenes temas científicos. La historieta es un placer per sé y no tiene que tener ninguna otra utilidad, pero los maestros me dicen que nunca pensaron que con un comic de Batman podrían hablar sobre poleas”, dice Bombara. Más aún, el libro sobrepone dos mundos, dos comunidades, dos profesiones que han conquistado reconocimientos a nivel local en los últimos años. La noticia más a mano con respecto a la científica es la repatriación del guardapolvo número mil. “La Argentina ha formado científicos en el pasado, pero el problema es que no había una política de Estado, becas y subsidios, para retenerlos y capitalizarlos en el desarrollo del país”, consigna Valenzuela, que también dirige el sitio web Cuadritos y su correlato en la revista de arte y cultura NaN.
En cuanto al sector de las viñetas, creció en los últimos cinco años. “Hay una serie de eventos, editoriales y libros que no estaban”, resume. Aporta un par de índices del doble boom: las películas de superhéroes rompiéndola en el cine y series como The Big Bang theory, de espíritu “celebratorio de la cultura pop mainstream”.
Bombara –además directora de la colección infantil ¿Querés saber?, de la editorial Eudeba– se refiere al camino de la divulgación, al sendero por el que un lenguaje específico inició su andar hacia lo popular. “En 2003, había una movida de científicos que nos preguntábamos cuánto de lo que investigamos realmente se traslada a la sociedad. En la búsqueda de respuesta, surgieron proyectos independientes para divulgar la ciencia en distintos sectores: Educ.ar, las colecciones de la editorial Iamiqué y Ciencia que ladra, intentos en TV con Adrián Paenza a la cabeza y las jornadas del Instituto Leloir.” A esas propuestas se sumaron “las charlas en la Feria del Libro y las actividades que desarrolla el Conicet”. En conjunto, vislumbra “un cambio de paradigma” que se cristaliza en el canal Encuentro y se materializa en Tecnópolis. “Quien estudie ciencia, ahora tiene que explicar lo que hace, bajarlo a un lenguaje cotidiano. Y veo que hay ganas de contar. Así, el científico se reconoce parte de una sociedad que, a la vez, entiende que ese contenido es un derecho”, redondea.
Amén de las aproximaciones de cada uno de los autores al campo de su escriba compañero (por ejemplo, Bombara colecciona la serie de Nippur de Lagash), Valenzuela cuenta que para redactar desde la impresión de una única –y didáctica– voz “fue importante saber desenamorarse de los textos”. Amplía: “Cuando uno empieza a escribir, ama toda su letra. No obstante, llega un punto en que acepta que si la mejor línea no le sirve al libro, la tiene que quemar. Si laburás con alguien en quien confiás, es fácil correrte y aceptar que lo que viene del otro lado enriquece”. Bombara, que tuvo la idea y convocó a su coequiper, cuenta que propuso una lista de temas de ciencia que le interesaba desarrollar. “Ese fue el punto de partida. Después nos dividimos los capítulos y ya no sabemos quién escribió qué.” ¿Algunos de los tópicos que el libro aborda, excusados en las habilidades de los superhéroes? La energía, el sonido, la luz, el electromagnetismo, el movimiento, los planetas, los átomos, la radioactividad, los estados de la materia, las toxinas, la tecnología y las especies animales. Todo ello, en un doble movimiento artístico y sociocultural: el de las historietas como depositarias de temas científicos de contexto (los X-Men fueron creados poco después del descubrimiento de la estructura del ADN) y el de aquéllas como hipótesis o, en ciertos casos, oráculos del futuro (¿habría “inspirado” el avión invisible de la Mujer Maravilla al furtivo de la Guerra del Golfo?). En cuanto a los temas científicos del comic contemporáneo, Bombara y Valenzuela enumeran ingeniería genética, cambio climático, ecología, nanotecnología y nuevas fuentes de energía.
Una de las premisas que justifican a Ciencia y superhéroes es que los lectores piden cada vez más rigurosidad en las explicaciones, más “verosimilitud” hacia adentro de la narrativa y hacia afuera, con respecto a la realidad. Valenzuela considera que tiene que ver con varios factores. “En todo el mundo aumentó la edad del lector de historieta, que en los años ’20 y ’30 era sólo para chicos. Además, hace cien años buena parte del mundo seguía sin descubrirse, entonces irte a Africa de safari era una aventura. Hoy un viaje así es de lo menos aventurero: hay que ir con todo programado, no te dejan entrar sin una serie de vacunas y las excursiones son con guardias. Es decir, hay menos posibilidades para la espontaneidad y el misterio, ingredientes de la historieta.” Bombara estratifica en su público más frecuente: “La necesidad de realismo en la infancia ahora es muy fuerte. Los chicos quieren que todo tenga una explicación lógica. Les encanta que Superman pueda volar, y ellos quieren hacerlo, pero necesitan una razón para que lo haga”. Y, hablando de verosimilitud, Valenzuela pone el ojo sobre el “fan hardcore de historieta de superhéroes”. “Es un archivista que te va a poner en comparación el cuadrito veinte de la historieta del miércoles pasado con un número publicado hace veinte años. Muy rompepelotas.” Bombara les baja a éstos un poco los humos. “Hay un momento en que la ciencia no puede respaldar a un superhéroe, en el que hay que cambiar esa búsqueda por el delirio, que tiene que ver con el imaginario del autor.” En ese sentido, ficción y ciencia no tienen diferencia, apoya Valenzuela. “Ambas son prácticas con un fuerte componente de imaginación, ninguna está cerrada.”
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