CULTURA › DIEGO IGAL Y SU LIBRO SOBRE LA MíTICA REVISTA FUNDADA POR ANDRéS CASCIOLI
“Nacimiento, auge y caída de la revista que superó apenas la mediocridad general” promete la tapa, y el contenido cumple: en su libro, Igal hace justicia con la historia de la revista y de La Urraca, destacando sus glorias sin esconder sus miserias.
› Por Karina Micheletto
“La primera historia integral de la revista mítica que revolucionó el periodismo gráfico en Argentina.” La presentación, desde la contratapa del reciente libro de Diego Igal puede sonar grandilocuente, y sin embargo se ajusta a lo que significó la revista Hum(R), y también al trabajo de reconstrucción que realizó el periodista alrededor de esa publicación que hoy se lee como mítica. “Nacimiento, auge y caída de la revista que superó apenas la mediocridad general”, dice también la tapa, y ése es uno de los méritos de este trabajo editado por Marea: el de rastrear la historia completa, incluyendo tanto su surgimiento, aquella suerte de quijotada entre amigos con talento y visión, como un final en el que no hubo ni siquiera unas líneas para despedir a los lectores. En el medio, lo que Igal reconstruye y analiza en estas páginas, convenientemente ilustradas con tapas de la revista y fotos de sus hacedores: “Fueron veintiún años ininterrumpidos de una publicación que enfrentó la clausura, desafió censores, sobrevivió a la dictadura, realizó junto a sus lectores la transición a la democracia y siguió ejerciendo su periodismo crítico y zumbón durante los gobiernos de Alfonsín y de Menem”, define el autor. “Fue el semillero de centenares de ilustradores, chistosos, caricaturistas, probos y aprendices del plumín y el periodismo, muchos ya consagrados, que nunca más trabajaron todos juntos en una misma redacción. Y fue el reino de su creador, director, dibujante estrella y patrón, Andrés Cascioli”.
Igal –lector de la revista desde el período democrático y “gran admirador” de la etapa durante la dictadura, periodista que trabaja en el diario Tiempo Argentino– comenzó interesado por entender (y aplicar para su propia práctica periodística) el humor de la revista Hum(R). “Pensé que si repasaba y analizaba la historia de la revista descubriría y aprendería técnicas, conceptos, ideas. Era como tomar 566 pequeñas lecciones”, cuenta a Página/12. “Y estaba también el interés por indagar la historia del ejercicio del oficio, la de los medios, el funcionamiento de la prensa, pero más enfocado hacia el día a día, a la labor de los hacedores, que a una mirada académica o técnica. Después, claro, estaba Hum(R) como un objeto en sí mismo: para mí, como para tantos otros colegas contemporáneos, esa revista y muchas de las publicaciones de La Urraca fueron la puerta de entrada a los medios de comunicación y a los de la gráfica en particular”. En esta búsqueda, Igal logra en su libro una historia completa, con nombres y apellidos, con trastiendas y anécdotas, e indaga por qué una revista que sobrevivió a la censura y la persecución militar no logró seguir adelante más allá de los ’90.
–¿Qué descubrió o redescubrió en su investigación sobre Hum(R)?
–Descubrí una historia atravesada por el talento, el agradecimiento, el silencio, el trabajo, y un cierre traumático y doloroso para todos los protagonistas. Ediciones de La Urraca empleó a los mejores humoristas, dibujantes y periodistas del país de los últimos 60 años, y no mereció el final que tuvo. También me parecía que Hum(R) estaba muy detrás de la gran figura de Andrés Cascioli, pero que no sólo él había hecho la revista y la empresa. Terminé de comprobar en su dimensión exacta el rol que tuvo en los cinco años de la dictadura. Uno lee lo que publicaban en esa época y dice “estos tipos estaban locos”. Y sí, un poco locos estaban. Encontré decenas de fanáticos de la revista, encontré que todos a los que les contaba sobre el proyecto tenían algo para contar, no hay muchas revistas así. Me topé con colegas que privilegiaron el silencio o el rencor al hecho de rescatar la historia de un medio y una empresa que fueron de lo más trascendentes de la Argentina. Y finalmente también hallé mucho mito y leyenda.
–¿Cuáles cree que fueron las rupturas y aperturas periodísticas que introdujo Hum(R)?
–Más que un eslabón perdido, es continuadora de lo que fue Satiricón y Chaupinela. En la dictadura se atrevió a todo y fue un espejo para el resto de la prensa, aunque no todos querían verse en él y recién se soltaron cuando asumió Alfonsín. Creo que Satiricón y Hum(R) revolucionaron el segmento de revistas como Página/12 lo hizo en los diarios a mediados de los ’80. A nivel gráfico tanto Hum(R) como Ediciones de La Urraca crearon una industria que no pudo reemplazarse y que perdura en pocas publicaciones. A nivel periodístico hizo escuela de la irreverencia y de una independencia que hoy cuesta mucho encontrar. Todos los que trabajaron en Hum(R) destacan la libertad salvaje que les daba el Tano Cascioli, para quien la única carta de presentación válida era el talento. Ahí trabajaron peronistas, radicales, de izquierda, progres, independientes y un calidoscopio de miradas que va de Aída Bortnik, Santiago Kovadloff y Luis Gregorich a Enrique Vázquez, José Pablo Feinmann y Héctor Ruiz Núñez. Ya en democracia hizo un gran aporte a la investigación periodística, aunque estaba opacado por El Periodista de Buenos Aires y publicaciones de otras editoriales.
–¿Y por qué cree que tuvo tantos lectores?
–En la dictadura tuvo un papel importantísimo, es justo emparentarlo con el que tuvo el Buenos Aires Herald. Allí logró conseguir lectores a partir de expresar lo que miles no encontraban en los otros medios porque no se animaban; también tenía muchos guiños hacia el público joven, uno de los que más sufría la opresión. Apelaba a la intelectualidad y en general había un contrato de lectura, un ida y vuelta con los lectores, a partir del espacio que les daba a las cartas (analizar eso sería un libro en sí mismo). Luego esos lectores crecieron, cambiaron de consumos culturales, se desencantaron por el oficialismo, se aburrieron de ver siempre la misma receta...
–En una entrevista de Página/12, Cascioli atribuía el fin de la revista a la persecución del menemismo, los juicios que le iniciaron sus funcionarios, la falta de pauta. ¿Cree que ésa fue la causa del final?
–Esos factores empujaron el final, pero creo que Cascioli nunca terminó de aceptar que era un empresario y debía manejarse como tal. Además de todo eso creo que no supieron darse cuenta de que había que cambiar la receta, la sangría de los lectores, el cambio de consumos culturales porque surgía más competencia, la tevé, el cable, y que la gente que los seguía ya no estaba, que en todos lados se hacía humor, etcétera. Es injusto hablar ahora en perspectiva y con el diario del lunes, pero en el libro se puntualiza bastante cómo era la relación de Cascioli con esto de gestionar un medio, una materia que adeudan muchos de los que gerenciaron y gerencian medios de comunicación.
-–¿Y cómo definiría usted a Cascioli?
–Un gran artista que se hizo a sí mismo, un detector de talentos desprejuiciado, un editor arbitrario y generoso, un jefe cabrón y un gran laburante. Hum(R) se sostenía con él, Tomás Sanz y Aquiles Fabregat, pero se movía al ritmo de los humores del Tano, que por otro lado fue uno de los responsables –no el único– del manejo económico, administrativo y financiero de la empresa. Me hubiese gustado poder contar más de Tomás, que es un gran editor que no tuvo el reconocimiento que se merece; y de Aquiles, pero murió en 2010, un año después que Cascioli.
–¿Cree que en el contexto actual podrían sostenerse revistas como Satiricón, Hum(R), Sex Hum(R), El Péndulo, El Amarillo, Humi, o una editorial como La Urraca?
–No. Hum(R) y todas esas publicaciones se hicieron en una época donde se compraban revistas y éstas se sostenían sólo por las ventas. Los anunciantes eran complementarios, secundarios, diría. Eso daba una libertad enorme para trabajar. Hoy por otro lado hay más condicionamientos económicos, no hay un interés aparente del público y hay una dictadura de la estética y de los números más que del contenido. Creo que impera una pauperización general de las publicaciones y de las condiciones del periodismo gráfico, a partir de que gerencian personas que no son del palo, que están más pendientes del plan de negocios que del contenido, que cuando tienen que recortar lo hacen con los trabajadores, o con las condiciones de trabajo, que prefieren robar imágenes de Internet que contratar a un profesional que las haga, o copiar y pegar notas. O ni siquiera eso, porque en Internet ya se publican solas.
–¿No hay alguna publicación actual que se asemeje, al menos, a estas revistas?
–No. Al margen del rubro historieta, que es otro gran tema en sí mismo, en el campo del humor y del periodismo sólo está Barcelona, que tiene en común con Hum(R) lectores fieles y cierto código compartido de satirizar al establishment económico, político y mediático. Pero no tiene la impronta gráfica de Hum(R) ni la apuesta. Además Hum(R) era una revista conservadora en lo político, en el sentido del respeto a las instituciones y al sistema; Barcelona me parece más nihilista.
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