Jueves, 19 de diciembre de 2013 | Hoy
CULTURA › LA SEMANA DE LA CULTURA ARGENTINA SE TRASLADO A HANOI Y SUMO NUEVAS SATISFACCIONES
En la Opera, la Selección Nacional de Tango con Lidia Borda y la compañía de Koki y Pajarín Saavedra produjeron una ovación estruendosa; en la Biblioteca Nacional hubo un tributo a Eva Perón y el ciclo de cine argentino abrió con Aniceto, de Leonardo Favio.
Por Eduardo Fabregat
Desde Hanoi
La Casa de la Opera se viene abajo. A veces ese giro se utiliza liviana y exageradamente, pero en este caso no hay otra figura posible: las bailarinas Silvana y Soledad acaban de aparecer en escena ataviadas con el áo dài de seda que las vietnamitas usan en grandes ocasiones, y ese detalle local en el último combate cuerpo a cuerpo con Iván y Adriel, con la Selección Nacional de Tango dándole otro vuelo a “La cumparsita”, es el golpe de gracia. Pocos minutos después, los músicos, Lidia Borda y la compañía Nuevo Arte Nativo de Koki y Pajarín Saavedra están saludando en escena, y la ovación retumba en la sala capitalina. El combinado de tango y folklore, que llegó a Oriente para celebrar los 40 años de relaciones diplomáticas entre ambos países con la Semana de Cultura Argentina en Vietnam, acaba de liquidar una faena contundente, más breve y más rotunda que la de dos días atrás en ciudad Ho Chi Minh. Y el público en general, y una nutrida delegación de embajadores y la plana mayor del Ministerio de Cultura local, enrojecen las palmas sin descanso.
Es por eso que un rato después, en la cena de toda la delegación en el hotel, campea un espíritu alegre y satisfecho: hay risas y hay brindis, la sensación del deber cumplido y el disfrute de las últimas postales antes de emprender el largo regreso a casa. Pero el fin del ciclo artístico no significa el fin de la movida cultural a tantos husos horarios de distancia. Los organizadores, la Secretaría de Cultura de la Nación y la embajada argentina, que encabeza Claudio Ricardo Gutiérrez, festejan el éxito de una parte del asunto, pero aún tienen cuestiones por delante. El trabajo que comenzó en octubre de 2012 supuso una compleja logística para poner en marcha a los colectivos artísticos y conseguir los dos espacios más importantes de ambas ciudades vietnamitas, pero también para montar dos exposiciones sobre una figura central de la historia argentina. En la Biblioteca Nacional de Hanoi, Eva Perón, embajadora de la paz supone un alto impacto para el ojo argento, que viene embebido en el pintoresquismo de la ciudad y de pronto, en la calle Tràng Thi, se encuentra con la gigantografía de Evita en la fachada. Una multitud atesta el salón de acceso para la ceremonia de inauguración: hay discursos de funcionarios, corte de cinta ritual y un vino de honor que –cosas de costumbre local– el público complementa con... mandarinas. Desde un panel de seis metros de altura, Eva sonríe.
Luego de una recorrida por la exhibición realizada por el Museo Evita, que incluye grandes fotografías y toda clase de material documental, el Aula Magna del sexto piso sirve como escenario a la presentación de , traducción al vietnamita de La razón de mi vida. “Este no es simplemente un relato autobiográfico de Evita; es ante todo un texto político y de acción que refleja el rol desarrollado por Evita en la organización de los distintos sectores sociales que serán las bases del proyecto nacional peronista”, alega el historiador Santiago Regolo, autor de La Constitución nacional de 1959: hacia una democracia de masas. “En el último capítulo, Evita dice que no ha escrito el libro para la historia. Esta reedición traducida al vietnamita demuestra que este texto puede seguir siendo presente y fuente de inspiración para todos aquellos que creen en la justicia social, más allá de las distancias y las banderas, como camino para construir un mundo más inclusivo, igualitario y digno para nuestros pueblos”. A su lado, el responsable de la editorial que lanzó el libro, Tran Dinh Lam, ratifica esa visión de Eva como puro presente y celebra la presencia de jóvenes en la sala que levanten las mismas banderas.
El escenario es adecuado: Hanoi parece una ciudad menos cooptada por el capitalismo que Ho Chi Minh (ex Saigón), lo cual encierra una linda paradoja. Aquí no se ven carteles de hamburgueserías y los locales finos se circunscriben a la Opera y las cercanías del legendario Hotel Metropole, y aunque el arbolito navideño dice presente por todos lados, se ve inserto en un contexto bien diferente al de la ciudad sureña. La capital tiene un aspecto más “socialista”, impone respeto el mauseoleo del líder comunista fallecido en 1969 y perfectamente embalsamado para el desfile de visitantes... y como centro del poder político que supo vencer a Estados Unidos, hay otro control de las cosas.
Eso puede verse en la superficie, pero también en detalles inesperados. La avanzada incluye una muestra de cine argentino que tiene lugar en el Centro de Cine Nacional en la calle Lang Ha. En la cartelera del complejo de múltiples salas sí puede verse la influencia de Occidente, pero el lugar también sirve de vidriera para la producción local. Y allí, la apertura del ciclo de cine argentino produce escenas curiosas. La muestra busca dar cuenta de múltiples registros, con la comedia policial Vino para robar (Ariel Winograd), la notable película de animación Anima Buenos Aires (María Verónica Ramírez), Revolución–El cruce de los Andes (Leandro Ipiña, con Rodrigo de la Serna como San Martín) y Andresito, mediometraje de Camilo Gómez Montero sobre el guaraní que peleó junto a José Artigas. Pero la gala de apertura fue con Aniceto, el último film de Leonardo Favio, que terminó con un cerrado aplauso, pero durante su proyección sirvió como tester de qué es lo que el vietnamita tiene permitido habitualmente ver. Bastó que la bailarina y actriz Natalia Pelayo dejara caer su vestido para percibir un rumor en la sala; cuando siguió la combinación y quedó tal como vino al mundo, el rumor se convirtió en un coro de exclamaciones. Tal como explicaba uno de los funcionarios de la embajada, en la TV vietnamita suele pixelarse el más mínimo asomo de piel, y las escenas sangrientas suelen virarse al blanco y negro (detalle al que Quentin Tarantino supo aludir en Kill Bill); la importancia que el gobierno le dio a este cruce cultural con la Argentina, y el hecho de ser con entrada gratuita, hizo que se flexibilizaran los controles al punto de poner en pantalla gigante esa despedida de Favio con un triángulo amoroso, generosa carne expuesta y gallos de riña masacrándose con ganas.
Las escenas en el cine, incluyendo algunas risas en momentos de la película en que a un argentino no se le ocurriría reírse, sirvieron de todos modos para dibujar y poner color en lo rico del intercambio que ya se está cerrando en Hanoi, pero con una interesante puerta abierta a nuevas interacciones en el futuro. Mientras el derrotero seductor del Aniceto va encallando contra una pared, los pasillos, las habitaciones, el comedor del Daewoo Hotel son un hervidero de preparativos para la despedida, con ese típico expansionismo argentino que se bancó el jet lag para corporizar una aventura inolvidable, y que quiere apurar todo posible último trago. En Buenos Aires amanece y el calor aprieta; en Hanoi cae una noche fría y la delegación se desparrama con una sonrisa. De Vietnam también se puede salir victorioso.
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