Sáb 11.01.2014
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CULTURA › GUSTAVO GARZON Y ALEJANDRA FLECHNER HABLAN DE EL COMITE DE DIOS

“Acá todos somos protagonistas”

Los actores señalan el carácter “coral” de la obra de Mark Saint Germain que se estrena hoy en el recuperado teatro El Picadero. El tema de la pieza es el protocolo médico frente a una situación de trasplante de corazón.

› Por Hilda Cabrera

¿Cuánto incide la expectativa de vida de un enfermo al momento de considerarlo candidato a un trasplante de órgano? ¿Quiénes integran los comités de ética y quiénes deciden? Interrogantes de este tipo circulan en la pieza teatral El comité de dios, obra de Mark Saint Germain, que en traducción de Martin Morgenfeld y versión y dirección de Daniel Veronese se estrena en el recuperado teatro El Picadero. Afrontar el fracaso exige tanto esfuerzo como equilibrar los más y los menos de quienes conforman ese comité de cirujanos y médicos, asistentes y abogados e incluso un sacerdote, también letrado, pues los temas legales pesan a la hora de evadir responsabilidades. La obra de Saint Germain hace foco en una reunión de profesionales a la espera de un corazón para ser trasplantado, y relaciona la información médica, mínima en esta historia, con las reacciones de quienes debaten en torno del protocolo. Entre otros la doctora Ana Ross, jefa de Psiquiatría, rol que desempeña Alejandra Flechner, y el cardiólogo Franco Klee, interpretado por Gustavo Garzón. La acción transcurre en Estados Unidos, aun cuando en un principio se pensó en una adaptación. Compleja en este punto, pues, como adelantan la actriz y el actor a Página/12, “el funcionamiento de los organismos encargados de los trasplantes es diferente y no podíamos desechar ese aspecto, definitivo en la resolución de la trama. A diferencia de Estados Unidos, nosotros tenemos el Incucai, que centraliza toda la cuestión de los trasplantes. Esto no quiere decir que hablemos como estadounidenses. Tampoco hablamos con acento porteño”.

–Pero se menciona a una ciudad convulsionada por el tránsito que demora la entrega de un corazón...

Alejandra Flechner: –Esa es una humorada: el tiempo previsto se acorta y el enfermo espera en el quirófano... Los que deciden a quién trasplantar pueden parecer semidioses, pero no lo son. Es gente con una preparación que sale de la media. Ante todo, allí hay personas, y la obra –que es coral, porque todos son protagonistas– muestra cómo y cuánto influye en cada uno la forma de relacionarse con el otro.

–En el caso de Ross es evidente el temor a equivocarse.

A. F.: –De algún modo, mi personaje entra en conflicto por una tragedia de la que se siente culpable. Ha perdido a su hija y cree que ya no puede confiar en sus decisiones. Este es un conflicto personal que el autor menciona pero no desarrolla, porque la peripecia va unida al tema del trasplante. Ross entra en esa situación con toda su subjetividad y para ella no existen dioses ni semidioses sino personas. En esa reunión hay dos cirujanos considerados top y, entre otros, una doctora joven que llega en representación del cirujano que debe traer el corazón y se está atrasando. Para esa joven, todo es muy loco, como lo sería para mí caer en una guardia de hospital. No soportaría ver a un herido de bala o a un chico lastimado. Es cierto que cada profesión tiene su callo.

–¿Cuál es el de los actores?

A. F.: –Tener que hacer una función después de perder a gente muy querida o después de una separación de pareja. No comparto eso de “el show debe continuar”. Una no llega a una función siempre en el mismo estado. Sucede en lo personal y dentro de un equipo de trabajo, como el que formamos en cada obra. Uno de los compañeros de El comité..., Héctor Díaz, dice que los personajes, con sus simpatías y enconos, se parecen a los de una oficina.

–¿Será porque al compartir un mismo trabajo cada uno carga con demasiadas historias?

Gustavo Garzón: –Con historias que, de alguna manera, van conformando familias. Los periodistas que nos conocen desde hace años saben qué hemos hecho y que todos, también ellos, cumplimos roles reunidos en algo que es el teatro, el cine o la TV. En el teatro, ese estar al servicio de algo común a todos “explota” en el escenario.

–¿Lo dicen por el grado de exposición?

A. F.: –En el escenario nos sentimos un poco desnuditos; mostramos nuestras debilidades y sabemos cuándo nos estamos equivocando...

G. G.: –Además, somos criticados y corregidos por el director delante de nuestros compañeros. En El comité..., esa exposición está repartida porque todos somos protagonistas. Veronese es nuestro director de orquesta, el que unifica y complementa para que ninguno intente sobresalir. El actor que no lo entiende así no puede estar en un proyecto como este porque de-sentonaría y lo pasaría mal.

A. F.: –Yo lo veo como una maquinaria donde cada uno debe actuar para un mecanismo que nos exige tener un oído fino y ser precisos. Un mecanismo que no es “frío”, porque lo emocional está, pero oculto.

–Justamente, uno de los personajes, el cirujano Alex Gorman, critica a quienes anteponen los aspectos sentimentales a los criterios científicos. En este punto, Lee aparece como el mediador, el que está de vuelta de varios caminos...

G. G.: –Es el responsable de que el programa salga adelante. Pide que se vote y dejen de irse por las ramas. Minimiza los conflictos porque le parecen tontos y porque está enfermo y cerca de la muerte. Pero no es el único que hace su propio recorrido. El elenco trabajó mucho para hallar ese potencial oculto que sostiene la obra. Esto no es un informe médico. Para mí es un gran cuento donde cada uno tiene su cuentito.

–¿Incluidos los que esperan el trasplante?

A. F.: –Ellos están en una lista, tienen nombre, y en el comité se discute quiénes son y qué han hecho. Construyen presencias... Este “abrir” la obra nos pide gran concentración. Como intérpretes, quedamos exhaustos. Si esto fuera un deporte, diría que se parece a un partido de básquet, porque si falla uno, fallan todos.

G. G.: –En esta búsqueda de los vínculos en la escena, descubrimos qué le pasa al compañero y qué debería ver el espectador en esta “locura teatral”, porque mientras el comité decide algo tan importante como un trasplante es invadido por la música que llega de afuera y suena y suena en un día de festejo nacional en el que la gente bebe hasta emborracharse. Sabemos que los médicos no se comportan como en la obra y que la realidad de ellos y de los enfermos tampoco es así, pero en el teatro todo es posible, como provocar risa a partir de una situación patética y generar otras sensaciones sobre la vida.

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