CULTURA › CANTO AL PAISAJE SOÑADO, DOCUMENTAL SOBRE EDUARDO FALU
Estrenado en su momento en diversos puntos del circuito europeo, acaba de salir en DVD el film dirigido por Arno Oehri y Oliver Primus. La guitarra y la voz de Falú suenan entre recuerdos de paisajes, de bohemias y de giras internacionales.
› Por Cristian Vitale
Serenas y profundas, como las notas de su guitarra, ocurren las palabras de Eduardo Falú. Apenas puede sobresaltar cuando, en tren de pintar su infancia en El Galpón (paraje salteño pegado a Metán), uno de los padres de la grey de guitarreros criollos habla de su diversión (matar víboras) o cuando, no muy lejos de ese momento, se retrotrae a un pensamiento incumplido: “Jamás me imaginé que iba a ser músico”. Una sensación que el destino felizmente desoyó y que los realizadores Arno Oehri y Oliver Primus, en carácter de director y autor, contradicen en consecuencia. Así lo testifican, retratan y despliegan en Canto al paisaje soñado, único documental sobre la vida y la obra del guitarrista que se respiró todo el NOA en un suspiro abismal y lo expiró en genialidades de la música de raíz argentina. “Siento que Buenos Aires me abruma, que se me viene encima, porque sigo siendo provinciano, y provinciano de Salta”, dirá él, en un pasaje posterior del film, cuando aquella falsa intuición había perdido su razón de ser, y radio El Mundo lo proponía como fiel exponente de esas “músicas del interior”, en plena orbe porteña. “Al principio parecíamos de otro planeta”, se ríe Falú, posado en un tiempo (década del cuarenta) y un espacio (Buenos Aires) que también lo tuvieron como protagonista.
Canto al paisaje soñado, que ya fue estrenado en diversos puntos del circuito europeo (el Festival de Cine de Málaga; el Visions du Réel, de Suiza, y en el International Documentary Film Festival, de Amsterdam, entre otros) y que Acqua Records acaba de editar en formato DVD, se ajusta a los cánones matrices del género. Alrededor de una extensa entrevista a Falú como eje argumental, giran detalles salientes o poco conocidos de su vida: el paisaje y las costumbres de su infancia; la bohemia salteña que lo llevó a ensamblar talentos y miradas con Jaime Dávalos y Manuel J. Castilla; su visión sobre los personajes que iluminaban con su pluma aquellos poetas (zafreros, alfareros, viñateros, plateros y mujeres); su arribo a Buenos Aires; su largo peregrinar por escenarios europeos en la década del sesenta; la relación con trabajadores del altiplano que lo llevaron a inspirarse no sólo para nutrir a “El cóndor pasa” de un maravilloso arreglo, sino para inventar melodías de raíz andina, increíblemente bellas –y desgraciadamente poco difundidas– como “Preludio y danza”, “Pastora de mis sueños” o “Señor de los Andes”. “Ha sido una enorme fuente de riqueza para mí, esa gente que venía de Bolivia”, sostendrá Falú, en otro fuerte pasaje testimonial que visibiliza un aspecto matriz de sus composiciones: la raíz andina de muchas de sus creaciones.
A través de 80 minutos, el film también retrata la voz de gente cercana al salteño (su hijo Juan José, su hermano Ricardo, su mujer Nefer y el poeta León Benarós, entre otros) y momentos clave de su obra: el concierto del 25 de noviembre del 2007 en el Teatro Provincial de Salta, donde provocó lágrimas entre el público al encarar la última versión en público del aire de milonga “Tiempo de partir”; la explicación de la génesis de “Rosa de los vientos”; una seminal versión de “Llanto por el Chacho”, en honor al caudillo riojano; una visita tardía y emotiva a “Tonada del viejo amor”, en vivo, y la interpretación a víscera expuesta de “La Nostalgiosa”, que la dupla Falú-Dávalos ha teñido con una imagen recurrente en todos los que bajaron, bajan y bajarán del norte: “Busco al fondo de la calle un cerro, pero encuentro un cielo... y nada más”.
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