CULTURA › ENTREVISTA AL EDITOR JORGE PISTOCCHI, FUNDADOR DE EXPRESO IMAGINARIO
El creador de las también legendarias revistas Mordisco y Pan Caliente continúa con sus proyectos contraculturales. Motoriza un centro cultural y una radio por Internet. “Los temas siguen siendo los mismos, los que tratan sobre el futuro de la vida en este planeta”, dice.
En agosto de 1972, Jorge Pistocchi se sentó frente a una máquina de escribir por primera vez en su vida. Tenía veintidós años y ya había conseguido algunos trabajos como escultor. Hasta ese momento no tenía ningún interés en el periodismo. Se había criado en la calle junto a Miguel Abuelo y las cosas que había visto y escuchado no tenían lugar en los diarios y revistas. Su amigo Luis Alberto Spinetta solía insistirle para que lo acompañara a la redacción de Pelo, y allí mantuvo largas discusiones con Daniel Ripoll, el director de la revista, al que acusaba de mostrar una cara del rock que “ignoraba la realidad”. Ripoll le ofreció una columna para que dijese lo que pensaba. Entonces comenzó a escribir sobre la necesidad de que poetas y artistas sean los encargados de hacer estallar un sistema que agonizaba. Exclamó que el rock debía transformarse en el catalizador de experiencias que conducirían hacia la libertad del cuerpo y la mente. Escribió sobre el fascismo y la ecología, sobre la posibilidad concreta de que en poco tiempo se acabara la vida en este mundo. Unos meses después de haber comenzado aquellas editoriales le propusieron dirigir su propia revista. No tenía ninguna experiencia, pero estaba convencido de que debía hacerlo.
Mordisco salió a la calle a mediados de 1974. Montó la redacción en su casa, un pequeño altillo en la esquina de Viamonte y Pasteur. Su plan era nutrir al movimiento que se había generado alrededor del rock. No quería restringirse a lo musical. Pretendía alcanzar la poesía, la pintura, la filosofía, el arte en todas sus expresiones. “Hoy emprendemos la marcha hacia una estación llamada imposible. Llegar hasta allí puede tornarse peligroso, pero confiamos en que el contenido de nuestros equipajes nos proteja. Si bien no hay armas dentro de ellos, ya que las abandonamos en la estación de partida, en cambio portan nuestra música de rock, los libros que nos iluminaron, las técnicas e inventos de los hombres que no intentaron destruirnos y todas nuestras reales posesiones, o sea, las cosas que amamos.” Así finalizaba su primera editorial como director de una revista, y comenzaba un camino que nunca hubiera imaginado.
A menos de un año de haberse publicado Mordisco, el hombre que había ofrecido a Pistocchi la dirección lo estafó y desapareció, dejándolo en la calle y con una revista quebrada por completo. En las páginas de los últimos números, Pistocchi había anunciado la salida de una nueva revista. Necesitaba ir un poco más allá en su búsqueda. En 1975, mientras el país se sumergía en un túnel de violencia que desembocaría en la dictadura, Pistocchi pretendía encontrar a alguien que financiara un proyecto editorial de contracultura. Llevaba una carpeta con notas sobre Walt Whitman, Gato Barbieri, el peligro de la energía nuclear, Artaud, la filosofía oriental, Syd Barrett y Buster Keaton. También había decidido el nombre que llevaría la publicación: Expreso Imaginario.
–¿Cómo logró sacar el Expreso Imaginario casi al mismo tiempo en que se produjo el último golpe de Estado en el país?
–En el ’75 había logrado armar un grupo de trabajo interesado en la publicación, en el que estaban Pipo Lernoud y el Negro Fontova, que es un diseñador gráfico formidable. Creía que era importante sacar la revista porque veía que estaban a punto de cortarse por completo los canales de comunicación. Esa época era una especie de Vietnam, un “viva la muerte” generalizado. A la par el rock movilizaba a miles y miles de personas que pensaban y sentían como nosotros, que se resistían a tanta violencia. En ese momento yo apenas tenía casa y comida. Fue cuando lo conocí a Ohanián, que era el abogado de Spinetta y tenía muchísimo dinero. El se interesó en el proyecto. Entonces llamé a Pipo y al Negro y sumamos a un periodista de Mordisco, Alfredo Rosso, que trajo a sus amigos Fernando Basabru y Claudio Kleinman. Sacamos el primer número en agosto del ’76, unos meses después del golpe. Algunos dudaban en salir. Yo ya había recibido amenazas de la Triple A, pero creía que íbamos a estar más seguros con una publicación en la calle que quedándonos en nuestras casas. Un amigo me dijo: “El día que te quieran matar no te van a avisar”. Y así era. A los militares no les convenía abrir otro frente. Imaginate si asesinaban a León Gieco, a Spinetta o a cualquiera de nosotros. No les convenía políticamente.
–¿Qué era lo que buscaba con el Expreso Imaginario?
–Yo quería mostrar el pensamiento de los músicos, pero sin caer en la idolatría, que sólo te aleja de las personas. No quería hacer algo que se especializara en la música. Había que explorar otros terrenos. Conectar nuestras experiencias con otras más lejanas. Yo quería hablar de los problemas ambientales, de la poesía aborigen, de cómo llevar adelante una alimentación sana, de filosofías basadas en la paz. ¿Cómo habitamos este mundo sin destrozarlo ni aniquilarnos nosotros mismos? Veía que tanto el capitalismo como el marxismo estaban basados en un sistema energético que nos llevaba irreversiblemente a la muerte, y eso nadie se lo cuestionaba. Pero el rock canalizaba todos estos cuestionamientos que nos hacíamos. Y para que no se nos escaparan era necesario mantener una línea. Por ejemplo, la de no aceptar publicidades de empresas discográficas, porque eso podía influir en nuestras críticas. Tampoco quería ninguna tapa que apuntara a especular con las ventas. Sacábamos dibujos, imágenes que nos parecían extraordinarias, fotos casi absurdas. En la contratapa, que se usaba para vender publicidad, pusimos la historieta de Little Nemo. Esa genialidad fue la que le dio el toque de atemporalidad al Expreso.
–¿Y cuál fue la recepción de ese mensaje?
–Había mucha gente esperándolo. En la Argentina siempre hubo una formación cultural muy represiva hacia el ser humano, y el rock fue una grieta que permitió hacerse preguntas. Nosotros intentábamos ensanchar esa grieta. Estábamos contra todas las banderas. Una vez logré averiguar cómo nos habían catalogado los militares: “Difusores subliminales de la droga”. Para la derecha éramos subversivos y para la izquierda unos reaccionarios. No encajábamos en esos parámetros de pensamiento. Pero tirábamos 40 mil ejemplares por mes, que se desparramaban por todos lados. Creo que tan solos no estábamos. El rock tenía una base marginal muy fuerte que fue la que nos permitió subsistir en todo esa etapa. También teníamos un gran correo de lectores, al que escribieron Sandra Russo y Pettinato hasta que los convocamos como redactores.
–¿Por qué renunció a la dirección de la revista?
–Si bien la revista se publicó hasta 1983, en el ’79 se acabó la experiencia del Expreso Imaginario. En ese año descubrí que se vendían algunas notas de la revista. Luego Ohanián me dijo que iba a sacar un poster grande que nos daría mucho dinero. Claro, cualquier músico que saliera tenía que llevar zapatillas Flecha. Estábamos a punto de convertirnos en el pasquín de la productora de espectáculos que había montado Ohanián. Yo no podía tolerar esas cosas y renuncié. Le pedí mis títulos, mis ideas, que él había registrado a su nombre. Me dijo que ya eran suyas y que él había puesto el dinero. Lo hablé con la redacción y ellos decidieron quedarse trabajando con un estafador. El único que tuvo lealtad para con lo que habíamos soñado fue Fontova. Años después, cuando yo editaba Pan Caliente, corroboré lo que creía. Mientras nosotros sacamos en tapa a John Lennon en el mes que murió, ellos sacaron la gira que iba a hacer Almendra, porque los producía Ohanián. Lo mismo pasó con el rock, poco a poco fue cayendo en manos de empresarios y comerciantes.
Al renunciar al Expreso Imaginario, Pistocchi fundó las revistas Zaff!! y Pan Caliente (ver recuadro), hasta que a fines de los ochenta se alejó del periodismo. Se encontraba nuevamente sin dinero ni un lugar donde vivir. Un amigo le ofreció mudarse junto a su familia a una pequeña casa montada en la zona de mantenimiento de la fábrica textil AMAT, en Monte Grande. Allí estaba en 1995 cuando se declaró el quiebre de la fábrica. Pistocchi creyó que era el momento de llevar a la práctica mucho de lo que había dicho desde el Expreso Imaginario. Se organizó junto a los trabajadores y tomaron la fábrica. Luego armó una huerta orgánica y una cooperativa integrada por las familias de los doscientos trabajadores de la ex AMAT. Pistocchi se encargó de que el hecho llegara a todos los medios de comunicación. Daniel Ripoll, quien le había comprado los títulos del Expreso Imaginario a Ohanián, fue hasta la fábrica para devolvérselos.
–¿Qué hizo con los títulos del Expreso Imaginario?
–Ripoll no los quería porque había intentado sacar la revista nuevamente y fracasó. Yo en ese momento estaba dedicado por completo a la lucha en AMAT y apenas le presté atención. Cuando finalmente nos quitaron la fábrica, pensé en retomar esa causa perdida que había sido el Expreso Imaginario, en revivirla, pero tomando las experiencias que atravesé una vez que me fui de la revista. A partir de ahí empecé a armar redacciones abiertas, en el San Martín, el Rojas, La Plata, Rosario. Exponíamos secciones con grupos de redacción y veíamos qué sucedía en el encuentro. Todo eso se publicaba en revistas y medios independientes. En el 2002, un viejo lector del Expreso me propuso mudarme a este viejo conventillo en La Boca donde estoy hoy. Quise proteger el espacio, que no caiga en un negocio inmobiliario. Y comencé a armar un centro cultural (ver recuadro). En ese tiempo vinieron unos chicos de una radio online para entrevistarme y me interesé en ese medio. Con la ayuda de Danilo Roldán, un joven que se acercó a este espacio, sacamos la radio por Internet (http://www.radioexpresoimaginario.org), en la que hoy mantenemos una programación todas las noches.
–¿Cuál es el motor que lo ha movilizado en experiencias tan distintas?
–Creo que el motor fue siempre el mismo: generar un espacio de pensamiento independiente, de acción comunitaria, de experimentación. Eso fue lo que se ha reiterado a través del tiempo. Los temas siguen siendo profundamente los mismos, los que tratan sobre el futuro de la vida en este planeta. Desde que empezamos a salir hasta hoy, yo creo que se ha destruido por lo menos el 50 por ciento de nuestro hábitat. Han desaparecido miles de especies y eso continúa, se han envenenado las aguas, nuestros alimentos. Ningún discurso se sostiene si no se revisa un cambio profundo en el uso de las energías, como lo que sucede hoy con el glifosato, con las usinas nucleares, que ahora las tenemos acá, a orillas del río Paraná. Si fantaseamos con sostener la vida en este planeta, toda nuestra energía tiene que estar puesta en ese cambio. Hoy la libertad sigue estando tan comprometida como hace cuarenta años.
Informe: Diego Fernández Romeral.
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