Sáb 18.04.2015
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CULTURA › EUGENIA BEKERIS Y TU MIRADA, UNA NOTABLE MUESTRA DE OBRAS INTERVENIDAS

“Viento cálido en nuestros corazones”

La artista propició una serie de encuentros íntimos con miembros de pueblos originarios, familiares de desaparecidos y de sobrevivientes del Holocausto. Sus dibujos fueron luego intervenidos a gusto por los protagonistas, con resultados emocionantes.

Once dibujos en lápices de colores, once encuentros, once historias. Tu mirada, el nuevo trabajo de Eugenia Bekeris –muy conectado con su labor anterior– irradia sensibilidad desde distintos puntos de vista: ella, artista visual, eligió a once personas cuyas vidas están atravesadas por la Historia. Hijos y hermanos de desaparecidos, familiares de sobrevivientes del Holocausto, miembros de pueblos originarios. Los invitó a su taller, en ocasiones los visitó en su casa, generó un clima, les propuso sentarse cómodos y encaró la difícil tarea de dibujarlos. In situ, durante dos horas y media. Con alguna pausa para descansar. Después, en su hogar, perfeccionó el trabajo ayudándose con algunas fotografías. Pero la obra no culminaba ahí: los dibujos tenían que completarlos ellos, los protagonistas de las historias. Intervenirlos, con lo que quisieran. Con palabras, con fotos, quizá con algún manuscrito que conservaran del ser querido del que tuvieron que despedirse a la fuerza. En Tu mirada, entonces, habla Bekeris a través de sus lápices, y todos esos seres que se cruzaron en su camino y que acabaron regalándole el relato de una parte de su vida.

Curada por Juan Pablo Pérez, Tu mirada conecta con anteriores trabajos de Bekeris: es una de las artistas que dibujaron los juicios por los crímenes de lesa humanidad, en respuesta a una necesidad de H.I.J.O.S., cuando el Tribunal Oral Federal Nº 5 prohibió que se tomaran fotos y que se filmara en la sala (ver recuadro). En 2010 presentó, en el Centro Cultural Borges y con la curaduría de Eduardo Stupía, una muestra de dibujos que retrataban a sobrevivientes del Holocausto. “Tengo una historia que signó mi trabajo. Durante el genocidio nazi mataron a mis dos familias, la materna y la paterna, salvo a mis padres y a un tío que pudo escaparse. También se salvaron otros familiares que hace poco me enteré de que vivían en Estocolmo. En mi familia no se hablaba del tema, como en muchas otras, porque no había palabras para explicar a los hijos esta gran masacre. Los genocidios provocan una gran parálisis, por el miedo”, cuenta Bekeris a Página/12. Tras una instalación que inauguró en 1995 en el Centro Cultural Recoleta, llamada El secreto, reconstruyó su identidad: supo los nombres de sus familiares asesinados durante el nazismo, averiguó qué había sucedido con ellos. Y los inscribió en los archivos de los países en los que habían nacido y en el Museo del Holocausto, en Israel. “Dejaron de ser NN para la historia y para nosotros”, recuerda.

“Además soy parte de la generación de los desaparecidos. Estudié en la Facultad de Psicología y en Bellas Artes, y del ’73 en adelante muchos de mis compañeros desaparecieron. Por ende, me veo atravesada por estas dos historias”, se define la artista. “Todo esto me fue conduciendo a la necesidad de trabajar con personas en las que había resonado la historia reciente y había dejado una marca en su subjetividad. Personas que perdieron padres, hermanos e hijos en la dictadura y gente que viene de la Shoá, como me ha tocado a mí, que ha tenido que vivir una vida que ha perdido la sencillez y quizá también un poco la felicidad, al tener que estar a cargo de padres sobrevivientes de situaciones de mucha violencia y horror.” Las personas que Bekeris dibujó son Fabiana Rousseaux, Emilio Guagnini, Pablo Spinella y Julieta Colomer, hijos de desaparecidos en la última dictadura militar; Silvia Aleksander, hija de Sala, sobreviviente de un campo de concentración nazi; Ana María Careaga, secuestrada en 1977 con tres meses de embarazo; Natalia Rus, hija de padres sobrevivientes de la Shoá y hermana de Daniel Rus, desaparecido en la última dictadura; Beatriz Sznaider, hermana de Jorge Víctor, desaparecido; Luis Pincén, tataranieto del legendario cacique que resistió a la Conquista del Desierto e integrante de una comunidad que lleva su nombre; Clarisa Salinardi Torres, integrante de la comunidad mapuche, y el activista y periodista Herman Schiller.

Cuando Bekeris le propuso intervenir su retrato, Natalia Rus decidió escribirle una carta a su hermano Daniel, un físico que desapareció en julio de 1977. “Te extraño mucho, te perdiste de vivir una hermosa y gran vida”, se lee en el manuscrito a la izquierda del dibujo, en letras azules. Natalia también le cuenta sobre los avances de la fotografía, que interesaba mucho a Daniel, o las cosas que pasaron al interior de la familia. Al mirar la obra, el espectador puede percibir algo del carácter del encuentro entre la artista y las personas retratadas. “Ella trajo esa carta, la leyó en voz alta y fue conmovedor. Y trajo una foto de ella y su hermano cuando eran jóvenes, cuando no sabían lo que iba a suceder”, cuenta Bekeris. En la foto en blanco y negro se los ve a ambos sonrientes, en malla, a orillas del mar.

“Se abrió una puerta inesperada, esto trajo un viento cálido a nuestros corazones”, dice la artista respecto de la calidez que se generaba en los diálogos. En los dibujos hace breves comentarios sobre las características de los encuentros: el clima ameno que se generó, algo de la personalidad de quien se prestó al dibujo. La realidad es que de todas las situaciones tiene algún recuerdo que la marcó. Se le viene a la mente el día en que la visitó Julieta Colomer, fotógrafa y comunicadora social, hija de Enrique Colomer, detenido-desaparecido en Mar del Plata el 20 de mayo de 1977. Colomer llegó al taller de Bekeris con su hijo, Bruno, de cinco años, que se puso a dibujar. “Utilizó los mismos colores que yo había utilizado en el retrato de su mamá. Dibujó una tortuguita hermosa. La recorté y es parte del retrato. ¡Es una belleza esa tortuga! Además, Julieta me entregó una foto muy pequeña, la única y última que tiene con su papá. Ella tenía un año y medio. Me trajo la foto original. Le dije que sacara una fotocopia, y me dijo ‘no, yo quiero que esta foto esté en el dibujo’. Eso tiene una vibración emocional muy fuerte. No es cualquier foto: es la original”, destaca la artista.

“Mis dibujos son testimoniales. Son para ver y leer. Algunas personas escribieron toda la hoja. El dibujo in situ me transmite un montón de emociones que si trabajo con fotografías no las tengo para nada. Cuando me siento frente a una persona, es un desafío: tengo que atraparla”, explica. “Tengo bastante ejercicio en esto, que no es tan fácil. Propongo que los retratados estén sentados porque sé que no son profesionales y se cansan. Se establece un pacto, un encuentro casi privado. Había gente que tenía una entrega inmediata que facilitaba el trabajo, y había veces que yo tenía tensión, no me podía relajar o no me gustaba lo que estaba haciendo. En varios casos el retrato lo hice varias veces. El momento de intervenirlo era muy agradable, lindo, pero también inquietante. Yo pensaba: ‘¿qué pasará acá?’. Finalmente los dibujos se enriquecieron muchísimo. El arte que me interesa es el que habilita la palabra”, concluye.

* Tu mirada se puede visitar de lunes a sábados, de 10 a 22, y los domingos, de 17 a 20.30, en el Centro Cultural de la Cooperación, avenida Corrientes 1543.

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