CULTURA › ENTREVISTA A VICTOR HUGO MORALES, AUTOR DE MENTIME QUE ME GUSTA
En su último libro, el periodista analiza el tratamiento que Clarín y La Nación les dieron a los hechos más relevantes de la Argentina del último año y medio. “Hoy ya sabemos lo que los medios son capaces de hacer para voltear un gobierno o para desquiciar un país”, dice.
› Por Emanuel Respighi
La entrevista transcurre arriba de un auto, en un otoñal y cálido mediodía porteño. El viaje tiene como punto de partida el microcentro y como destino final el barrio de Colegiales. Víctor Hugo Morales acaba de terminar su programa diario en Radio Continental (La mañana, de 9 a 13) y, tras intercambiar algunas palabras con oyentes que lo esperaban en la puerta del edificio de la AM 590, contorsiona sus casi dos metros de altura para sentarse en la parte trasera del pequeño auto que lo llevará al estudio de Fútbol compacto, el flamante ciclo de DeporTV (lunes a viernes a las 14). Cargado de obligaciones y compromisos, el periodista pide disculpas por las condiciones en las que se hace la entrevista con Página/12, y entre bocinazos, frenadas y baches se entrega de lleno a una charla cuyo disparador es la reciente publicación de Mentime que me gusta (Editorial Aguilar). En su último libro, Morales analiza y deconstruye el tratamiento que los diarios Clarín y La Nación les dieron a los hechos más relevantes de la Argentina del último año y medio, como una manera de desenmascarar la forma en que en la construcción de esas noticias esconden “mentiras”. Y sobre cómo hay lectores que se alimentan de ese engaño. Un Víctor Hugo auténtico, sin filtro, que –como siempre– dice lo suyo.
–¿Mentime que me gusta surge de una necesidad profesional o personal?
–Personal no hay nada. Me anima una responsabilidad profesional con mi tiempo. Creo que la cantidad brutal de mentiras que dicen se va diluyendo con el tiempo y no queda una constancia, una especie de bibliorato. El libro es apenas un fascículo, pero demostrativo de que en el lapso de un año fueron capaces de mentir tantas veces como para que uno –seleccionando– pueda escribir 50 capítulos. Esto es ayudar a que no les resulte tan gratis, a que no sea tan impune todo el daño que han hecho. Porque el daño que han hecho es a la sociedad, la han enloquecido, la han desquiciado. Si fuera un hombre conocedor de psicología, de medicina, verdaderamente estaría metido en la salud mental de la gente que sigue los medios del Grupo Clarín. Hay una evidencia de comportamientos de personas alucinadas. Los que salieron el 18F, muchos de ellos, están completamente locos. Los que salieron a patear la valla que separa la Casa Rosada de la Plaza la misma noche de la muerte de Nisman, y clavaban carteles de “asesinos”, esa gente no está bien de la cabeza. Hay una “odiadora” que a veces paso en la radio, junto con todos los personajes de las marchas que han realizado en memoria de Nisman, que es demostrativa de que hay gente que está desequilibrada. Es gente con la que no se puede hablar porque no puede razonar. Es gente totalmente tomada por los medios hegemónicos. En consecuencia, si han hecho ese daño, por lo menos que quede una constancia –que es lo que el libro procura– del cúmulo de mentiras sobre el que han trabajado para desquiciar a la gente.
–Pero el libro no sólo critica a Clarín y La Nación. También desde el título interpela al público como parte necesaria de esa construcción.
–En general, creo que desde los medios se es un tanto demagógico con la gente. Siempre la apartamos de las responsabilidades que puedan tener. Lo que quiero decir es que hay un lector cómplice, un telespectador cómplice, que moralmente ya tiene el perfil de los mentirosos de los medios. Y que incluso, cuando acciona en las redes sociales, también es capaz de mentir desde su propia edición. Desde el momento en que escribís algo en una red social, estás haciendo una forma de periodismo, el periodismo de este tiempo. Estos también se han convertido en mentirosos. No hay manera de que mientan tanto Clarín y La Nación si no hay complicidad del lector y del telespectador. No le pasan ninguna factura, está todo bien.
–¿Por qué sucede eso?
–Porque ese lector está deseoso de que le den argumentos a favor de su pensamiento. Si son ciertos, mejor, pero sin son mentiras, no importa. Para ellos todo vale para poder participar de la discusión política actual.
–¿Cree que se pasó de la manipulación inconsciente de los medios sobre la opinión pública a la consciente?
–Se rompió el contrato histórico entre los medios y los lectores, espectadores y oyentes. De un lado, los medios rompieron el contrato tácito de no mentir. Y del otro, los lectores rompieron la responsabilidad de la exigencia de calidad ante la evidencia que tienen de que las mentiras son muy frecuentes como para no levantar las defensas y advertir que todo lo que se publica hoy en día debe ser chequeado por el propio lector. ¿Cómo? Con otras lecturas, con otros complementos y con su bagaje y conocimiento de cómo ha sido el manejo de informaciones durante este último tiempo. Nadie que pretenda estar mínimamente informado, nadie que pretenda ser dueño de una buena moral o de un buen sentido ético, puede avalar lo que dicen Clarín y La Nación. Es descabellado pensar que hay una persona que todavía registra un nivel de desinformación tan alto como para ser permisivo con la mentira de estos medios.
–Sin embargo, se puede pensar que toda noticia difundida es una construcción, por lo que esa crítica puede ser extendida a otros medios. ¿Qué diferencia a Clarín y La Nación del resto, según su opinión?
–La diferencia es la capacidad para mentir. Página/12 no miente. Nunca he detectado una mentira de Página/12. Es político, tiene su sesgo, tiene una idea, una manera de ver el mundo y por supuesto posee una cierta aquiescencia de lo que hace el Gobierno. Pero no miente. Es muy claro desde qué lugar dice lo que dice. Y eso es bueno. Si toda la vida La Nación fue un diario respetable porque hablaba desde una posición clara. Lo que ha ocurrido con La Nación es el mayor despropósito editorial de la Argentina en su historia. ¿Por qué somos lectores, todos, en determinado nivel social de La Nación? Porque está bien escrito, porque sabemos cómo piensa, porque no nos iba a dañar aunque tenga determinadas posiciones. Pensábamos que no nos iba a mentir.
–En todo caso, la discusión era ideológica.
–Los diarios nacen por ideología. La Nación es igual a 1870, y el pensamiento de Mitre es igual al de los diarios que se publicaban en 1830 en Buenos Aires, como La Gazeta, que tenía a Lavalle como puntal y apuntalaba el fusilamiento de Dorrego. Todos esos han sido iguales durante toda la historia. Lo que no vale es mentir. Lo que no vale es multiplicar por ocho la cantidad de personas que mueren en Argentina para acusar, desde la tapa del diario, de que hay ocho veces más homicidios. Es mentira hablar de la inseguridad. ¿Por qué nunca publican números o, el día que lo hicieron, cometieron esa locura? Porque los números lo que les dicen es que hay muchos menos homicidios en Argentina que en 1997 o 2002, y que se está por debajo del promedio de homicidios de 1997 a 2014 con lo que sucede en la actualidad. Entre el ocultamiento y la mentira directa que son capaces de decir... Todos los días estamos refutando sus mentiras.
–¿Qué cambió para que se haya pasado de la perspectiva ideológica sobre una información a la mentira como herramienta?
–La ley de medios. La ley de medios, por su complicidad con Clarín, los afectó directamente. Como si fueran Clarín. Pero además, eso vino en tándem con el tema Papel Prensa. Los horrores sobre cómo se quedaron con todo en los tiempos de la dictadura apareció otra vez en los mismos tiempos que la ley de medios. Hasta ese momento eran cosas sabidas, comentadas, pero nunca habían estado en el tapete como ahora. Y ellos se sienten vulnerables frente a esa acusación, porque es verdad. Si uno va a los archivos, que es lo único que a veces en política te puede dar una verdad, porque todo lo demás son comentarios, broncas y acusaciones, como lo que le tiraron a (Horacio) Verbitsky... Locuras que a veces funcionan y otras veces no. Porque para el que está informado por supuesto que eso no prosperó, pero para el que usa el “mentime que me gusta” alguna vez le va a gritar algo a Verbitsky, algo le va a hacer sentir.
–¿O sea que, para usted, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual corrió a los medios dominantes de su eje?
–Ellos necesitan destruir el Gobierno. Por Papel Prensa y la ley de medios necesitaban lograr que el Gobierno se cayera. Cuando no lo consiguieron, decidieron trabajar arduamente para que el Gobierno pierda.
–¿Eso quiere decir que, según su visión, los gobiernos anteriores al de Cristina Fernández de Kirchner fueron –al menos– cómplices del poder comunicacional?
–Total, absolutamente. La palabra “cómplices” podría ser una acepción. La realidad es que el poder político fue parte del “poder real”. Esto no lo sabíamos ver los periodistas. A mí, a veces, me apena que haya entendido un poco mejor el juego ya de grande. El juego consiste en que hay un “poder real”, el del establishment. Ese “poder real” es el que manejó toda la vida los aspectos de la democracia, determinando a través del clásico bipartidismo la alternancia de “lo mismo”. El gatopardismo es parte de ese juego democrático que ellos habían establecido. Cuando a través del manejo que históricamente tenían de los medios, conseguían que el presidente de turno (Menem, De la Rúa, cualquiera) fuese alguien que no los iba a combatir, no tenían problemas. Cuando se cansaban de uno ponían a otro. Pero gobernantes como Alfonsín, con el poder que le daba la apertura democrática, o como (Néstor) Kirchner, sobre todo a partir del momento en que construyó cierto poder, eligieron el camino de confrontar con los poderes económicos y, por ende, con los poderes políticos. Entonces, una vez que Kirchner constituyó su poder político, decidió enfrentar al poder real. Mi mortificación con respecto al Gobierno hasta el 2008 tenía que ver con que en 2007 le firmó la fusión de Cablevisión y Multicanal. Cuando, sintiéndose fuerte políticamente, decidió enfrentar al “poder real” nació la verdadera historia moderna de la Argentina. Es extraordinario lo que ha sucedido. Eso generó este cambio profundo que se ha producido en la sociedad y en el periodismo.
–¿Ese proceso fue el que llevó, para esos medios, a que el “prestigioso” periodista y relator pasara a ser el “servil periodista pago” por el Gobierno?
–Esa es una construcción de ellos, con su poder. Tengo con el Gobierno muchísimas discrepancias, que son públicas. Desde el caso Nisman hasta Monsanto, la política con las ART, la ley antiterrorista, ni hablar del tema del aborto.... Permanentemente le reprocho cosas al Gobierno. Pero por supuesto que hay una valoración general positiva sobre su comportamiento. La película, no la foto con la que tenemos que trabajar cada día, da que se han hecho cosas soñadas por mí desde 1997, cuando con un gran escepticismo escribí Un grito en el de- sierto. Lo que ponía en Un grito en el desierto, tengo que reconocer, es lo que me respondió esta década. Y yo nunca pensé que esto era posible. Cuando surgió la discusión de la ley de medios podría decirse que el único tipo que a Clarín podría molestarle era yo.
–¿De qué forma lo hicieron?
–Consiguiendo que mi defensa de la ley de medios fuera una defensa del Gobierno, y para que fuera una defensa del Gobierno tenía que ser una defensa paga. Ellos no conciben, si fuera verdad que hubiera habido un cambio, que alguien lo haga por no ser necio. Las evidencias muestran que podía haber estado equivocado. En los temas de la corrupción, por ejemplo. No era el mismo país cuando el tema Skanska, Oncca, con el tema de los 500 millones de dólares en Santa Cruz.... La tendencia a creer como posible cualquier acto de corrupción que te dijesen, en ese estado de cosas, era lógica. Si uno recogía la “información” que daban por entonces esos medios, había un aroma de corrupción indudable. Ahora, cuando se cae Skanska, se cae la Oncca, aparecen los 500 millones... Y yo todavía me equivoco horriblemente con el tema de los dos millones de Kirchner, donde me doy una bofetada feroz cometiendo una injusticia y una desinformación. No es el mismo país ni la misma opinión la que se puede tener ahora cuando aparece un caso de corrupción. Ahora estamos preparados y entrenados para saber cómo son las cosas.
–¿Este proceso político-social lo ha mejorado como periodista y como ciudadano?
–Por supuesto. A todos nos ha mejorado en la medida en que ahora sabemos con mayor claridad las diferencias entre el “poder real” y el poder político, lo que son los medios, la capacidad de las corporaciones para manejar el país y la obsesión que tienen para hacerlo. Hoy ya sabemos lo que los medios son capaces de hacer para voltear un gobierno o para desquiciar un país. Este es un aprendizaje que agradezco. Siento que me fortalecieron, que me ayudaron a ser mejor persona y mejor periodista. El aprendizaje de estos últimos seis años, que es el período que dura más o menos una carrera universitaria... Hemos hecho una carrera extraordinaria con estos cambios tan grandes que se dieron a partir de la ley de medios.
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