CULTURA › EL HISTORIETISTA JOSE MUÑOZ ESTRENA LA EXPOSICION FRAGMENTOS
El notable dibujante, de enorme prestigio en Europa, recorrerá los temas principales que ilustró en los últimos cuarenta años. “Hice una panorámica de mis dibujos”, señala, y adelanta que volverá a trabajar con su viejo camarada Carlos Sampayo.
› Por Andrés Valenzuela
“Yo veo en mi vida una sucesión de cuadritos que me ha traído hasta aquí. Parte del destino, parte de las circunstancias, parte yo, parte el gran panorama de la historia y la naturaleza despiadada que protagoniza un poco la aventura colectiva de nuestros países, de la especie”, reflexiona José Muñoz. Pero aunque sus palabras recuerden los momentos bajos de la humanidad que él retrató tantas veces en sus historietas, su actitud no es pesimista. Al contrario, cuesta asociar su tono de voz casi sonriente, la alegría que expresa, con el gesto adusto del hombre que supo plasmar en viñetas los horrores de las urbes neoyorkinas, las miserias de los emigrados a Europa y los horrores que sobrevolaron América latina, la Argentina, Buenos Aires. José Muñoz está feliz, rodeado de sus obras de maravillosa tinta negra, oscura como el mundo. Está saldando una deuda consigo mismo: hará una gran exposición en el país a partir de este martes, cuando inaugure Fragmentos en el Palais de Glace (Posadas 1725). Allí recorrerá los temas principales que ilustró con sus tintas a lo largo de los últimos cuarenta y pico de años, desde que dejó el país para buscar aires más frescos en el Viejo Continente.
El mundo de la historieta argentina, agradecido. Muñoz es uno de los más grandes representantes que el país dio al mundo. En Europa se lo reconoce como uno de los maestros contemporáneos. Es el único argentino en ganar el Gran Premio de Angoulême, Francia, hoy por hoy el galardón más prestigioso que confieren las viñetas en ese continente. En las librerías especializadas galas, Muñoz tiene su propia batea, algo muy alejado de la realidad local. Por eso es doblemente feliz la ocasión: esta exposición de más de 200 originales coincide con el lanzamiento de dos publicaciones: la edición de Sudor Sudaca (junto a su veterano compañero de aventuras, el guionista Carlos Sampayo) y una tirada limitada de Tintas negras, un conjunto de serigrafías. Ambas se sumarán al Carlos Gardel que desde hace cuatro años circula en las librerías nacionales. Por Alack Sinner habrá que seguir esperando.
Con Página/12, Muñoz se presta a recorrer la exposición simbólica y emotivamente, mientras aún ordena en su cabeza y su corazón los cuadritos, las ilustraciones y los recuerdos que componen y afloran con la muestra. Para el final se reserva un anticipo de su próximo trabajo.
En la zona alta del Palais de Glace –señala Muñoz– están todos sus dibujos de temática argentina, incluyendo tres gigantografías dedicadas a sus maestros y referentes ineludibles: Hugo Pratt, Alberto Breccia y Francisco Solano López. Esta última es su obra más reciente. “Una gran página de Solano trabajando en una página del Eternauta en su altillo, donde yo lo ayudaba, mientras cae la nevada mortal”, revela. En las galerías laterales, los temas “norteamericanos” y europeos a partir de las dos ciudades de su predilección: Milán y París.
“Somos fragmentos de algo más grande, al menos lo suponemos cuando nos viene el delirio almista, como decía Macedonio Fernández, y empezás a sospechar que hay un alma que canta, susurra, vibra y respira en las cosas”, sugiere y destaca la capacidad de la belleza para emerger en contextos adversos. La muestra se llama Fragmentos también por otros motivos. En buena medida, porque toma pedacitos de sus propias experiencias y trabajos. “Como si vos agarrás tu historieta personal y en lugar de ponerlos en el orden tradicional, empezás a jugar con los cuadritos y los vas acomodando a ver cómo juega esta con la otra”, compara. “Por ahí aparece una tipa que se parece a mi tía, o Alack Sinner, equilibrios formales y sensibles de la situación en la cual te encontrabas cuando estabas haciendo ese cuadrito. Eso también tiene su importancia, porque los dibujos son como recordatorios que te llevan al momento en que los hiciste, cómo, dónde estabas, qué te había pasado, entonces vienen fulguraciones, fragmentos de recuerdos sensibles ligados a la hechura de ese cuadrito.” Lo fundamental, advierte, es que los fragmentos puestos a dialogar no se aparten: “si se alejan demasiado empiezan a no hablarse, a no reconocerse y dentro tuyo se crea una fragmentación final”.
En esa necesidad de orden simbólico, Muñoz agrupó la muestra en tres ejes. “Ordenar los cuadritos es también fruto de mi profesión, yo veo en mi vida la sucesión de cuadritos que me ha traído hasta aquí”, observa. La exposición, reflexiona a sus 73 años, funciona también a modo de balance, sino de toda su carrera, al menos de los pasajes donde su trabajo autoral terminó de desplegarse. “Es una operación de puesta en limpio, trato de componer los cuadritos ahí dentro y que formen parte de un contexto de alma”, comenta. “Yo intuyo que algo se mueve dentro de nosotros, que algo queda de los que se fueron, me siento en algo así como La invención de Morel, cuando el personaje trata de meterse en una ceremonia”, compara. “En este caso no voy a tener que esforzarme para entrar porque es un ramillete de almas amigas.”
La suma de los trabajos expuestos lo deja conforme, asegura, porque así representan bien “los diversos José Muñoz en que me fui encontrando en distintas circunstancias”. Como expatriado, Muñoz jamás termina de sentirse parte de ningún lugar. “No significa que no haya vivido con placer las cosas que me sucedieron cuando me fui, y con este trabajo de dibujar pude sublimar y no perder la brújula, pero mi raíz afectiva está aquí”, elabora.
De los múltiples trabajos que se exponen, habrá una única historieta completa: una historia de 14 páginas que transcurre en un bar español, donde viejecillos gallegos discuten sobre acontecimientos de antaño mientras la modernidad se instala en esas mesas e intenta expulsarlos. “La puse por las distintas temperaturas de las Españas que tenemos en nosotros”, justifica. Además, habrá páginas de Sudor Sudaca, dibujos sueltos y de otros títulos de su bibliografía, algunos más, otros menos conocidos por estos lares. “Hice una panorámica de mis dibujos.”
Una parte especialmente interesante de esa panorámica son los originales del Carlos Gardel que le valió el Gran Premio de Angouleme. Unas siete u ocho páginas, agrega, con la tipografía a mano. “Al final no salió así porque el letraje de las cien páginas se alargaba mucho en el tiempo”, confiesa. En estas páginas, el letreado buscaba evocar la pronunciación oral. “Hacerla casi una onomatopeya”, propone, mientras habla de dibujar eses y modismos, de “revivir desde el fondo de la memoria el fraseo del tango, del moishe, de los yoyegas y tanoiras”. Estas páginas letreadas a mano se verán por primera vez, promete.
“En el último tiempo hice poca historieta, algo que nos encargaron con Carlos sobre los diez años del atentado a las torres de Nueva York”, rememora. También trabajó algo sobre textos ajenos, de Albert Camus, por ejemplo. “Y vendí originales, monté muestras, pero sobre todo hice muchísimos dibujos no publicados.” Es en estos ejercicios donde se vislumbra la obra por venir de Muñoz. “Como con las Tintas negras, no fueron preparados para publicarse sino a posteriori, cuando va apareciendo en mente cómo ensamblarlos”, cuenta.
“Dibujo siempre y con más de una excusa narrativa, yo tengo una sospecha narrativa de algo que sucede antes y después del dibujo, como si fuera el cuadrito de una historieta que no se hará nunca”, desarrolla. “Siempre hay posibles fragmentos que completarían un camino, la imagen luego fermenta.” Habitualmente, sus viajes a la Argentina duran apenas un par de semanas. Esta vez, más allá de la exposición –que estará hasta el 20 de septiembre–, se quedará un largo rato. Aprovechará la estadía para compartir momentos con su viejo camarada Sampayo, que se repatrió hace algunos años. “Vamos a trabajar juntos de nuevo”, dispara. “No quiero contar demasiado todavía, pero se va a desarrollar en la Argentina de principios del siglo XX, que coincide con la llegada de la inmigración masiva, las ideas políticas ‘de importación’, como acusaban a los extranjeros ideologizados que venían a turbar la plácida paz de la estancia con ideas extrañas, agremiarse, luchar por la dignidad social y una serie de cosas mal recibidas por los patrones”, recuenta. Si, como intuye, la historia se extenderá hasta la década del ’50 o ’60, es dable imaginar que la tinta correrá negra. Bien negra.
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