Domingo, 29 de noviembre de 2015 | Hoy
CULTURA › LA ESCRITORA LILIANA BODOC PUBLICO DOS LIBROS PARA CHICOS
Los cuentos que integran Salamandras y Ondinas forman parte de una serie, Elementales, que se completará el año próximo. En ellos, Bodoc despliega un abanico de géneros, desde el terror hasta el romance, pero siempre subyace una mirada sobre la realidad social.
Por Karina Micheletto
Dos nuevos libros de Liliana Bodoc vuelven a poner en papel su potencia como cuentista, su capacidad de atravesar géneros y temáticas, y sobre todo de generar, con la contundencia de su prosa, emociones que pasan al cuerpo del lector. Bodoc siempre toma postura y lo hace deteniendo su mirada de un modo poético, como en los cuentos que integran los flamantes Salamandras y Ondinas, los dos libros que acaba de publicar Alfaguara: cuentos de fuego, en el primer caso, y de agua, en el segundo libro. Se trata de una serie que se completará el año próximo con Silfos (centrado en el aire) y Nomos (a partir de la tierra), completando una colección llamada Elementales. Todos llevan el nombre de deidades de los elementos y todos abren con un poema. Todos, además, despliegan un abanico de géneros que van de la ficción histórica a la ciencia ficción o el terror, incluyendo el epistolar, el romance y hasta una ópera.
“Siempre me ha gustado que mis cuentos estén hilvanados en un tema: lo hice con Sucedió en colores, con Reyes y pájaros”, advierte en diálogo con Página/12 la autora nacida en Santa Fe, crecida en Mendoza y radicada en El Trapiche, un pueblo a treinta kilómetros de la ciudad de San Luis. “Esta vez pensé en las figuras geométricas, pero no me cerraba ni a palos; en las especies aromáticas, pero quedó en todo caso para más adelante. Los elementos me gustaron no sólo como tema, también por la idea de que, así como aparecen de tantas maneras en nuestras vidas, yo podía trabajarlos de muchas otras, jugando con los géneros. Me quise dar ese gusto”, recuerda.
Los cuatro libros de la serie Elementales pertenecen a esa parte de la producción de Bodoc que está dirigida a los niños, aunque sus lectores no se agotan en ellos. Desde esa idea de la autora sobre su público receptor –”yo escribo respetando al niño, permitiéndole que atraviese las dificultades; creo que eso a los chicos los divierte y los convoca”, define en la entrevista–, Bodoc escribió cuentos y novelas que divierten, convocan y emocionan sin límites de edad. El espejo africano, Presagio de carnaval, El rastro de la canela o el especialmente hermoso Cuando San Pedro viajó en tren forman parte de esa producción.
Hay otra parte de la obra de Bodoc que la ha hecho ganar, literalmente, fans, y es su original desarrollo de la épica fantástica. Desde Los días del Venado, el primer libro que publicó, en el año 2000, y en los sucesivos libros de la Saga de los confines –Los días de la Sombra (2002), Los días del Fuego (2004)– logró obras de gran popularidad, que por primera vez acercaban la magia a un contexto cercano, poniéndola en relación con sucesos y mitologías de este continente. Este año volvió al ruedo con Tiempo de dragones, uno de esos libros que restan horas de sueño a quien cae atrapado por su hechizo. Sobre esta novela se proyecta una película animada –con el trabajo de Ciruelo, el artista plástico que hizo la ilustración de tapa– y Bodoc está trabajando en un segundo tomo de la saga. “Ya sé que van a ser cuatro libros, porque lo primero que hago es la gran estructura, donde marco los puntos de inflexión. Lo hice con La saga de los Confines, y ahora también”, adelanta la escritora.
–Bastante metódico lo suyo.. .
–¡Uf! ¡Recontra! Sobre todo en lo que tiene que ver con el cuerpo narrativo. Me gusta tener planificada la base: prefiero no andar a tientas, porque temo que se desdibuje el verosímil, con cosas que no están anticipadas en la novela. Nunca recuerdo quién lo dijo, pero hay algo que tengo siempre en la cabeza: si el personaje se va a morir de tuberculosis en el último capítulo, ¡que tosa en el primero! (Risas.) Para mí es fundamental: algo, alguito, no importa que sea casi imperceptible, tiene que estar anunciado antes. Y además, en el caso de la saga, el lector suele ser ultrameticuloso y detallista, ¡por no decir jodido! (Risas.) No se puede defraudar esa exigencia.
–En Salamadras y Ondinas hay temas frecuentes en su escritura: la época de la Colonia, la esclavitud, el lugar de la mujer en ese entonces. ¿Aparecen o son buscados?
–Sí, se está transformando en una recurrencia. Arranqué con una épica fantástica, que tenía un correlato histórico, y eso se fue agudizando. Cada vez más me gusta eso de ficcionalizar la historia.
–Varios cuentos parten de hechos reales, como “Little Boy”. ¿Cómo trabaja esa realidad?
–Para estos libros me fui haciendo listas, desde lo más obvio –para el agua: río, mar, gota, saliva– hasta ampliar el campo semántico –para el fuego: la pasión, la vergüenza, la rabia–. Apareció también la pólvora y buscando en Internet encontré la historia de Theodore Van Kirk, el hombre que tiró la bomba atómica, y de cómo lo premiaron. Y esa bomba que va a destruir la ciudad entera, a la que le ponen un nombre, Little Boy. Mientras leía, dudé entre centrarme en la historia de Van Kirk o en la de uno de los pocos que se salvó, un señor que estaba en un sauna subterráneo. Es un dato que me llama la atención, y es la punta del ovillo.
–¿Qué otros puntos de partida hay en los próximos libros?
–En el aire me metí con un tema que para mí es muy incómodo, la escatología. Me acordé de una historia que contaba mi abuelita: ella tenía cuarenta años –hablamos de 1940–, había una vecina que era muy linda y se estaba por casar, se llamaba Fermina. Un día Fermina estaba barriendo la vereda y se tiró un pedo, justo cuando venía el novio a sorprenderla con un abrazo por detrás. Dice mi abuela que Fermina se encerró, y que no se casó, no quiso ver más al novio, por mucho tiempo no salió a la calle. Quedó como una leyenda en el barrio. Me pareció genial, pero la parte del pedo me resultaba incómoda de contar. Le busqué la vuelta.
–¿Algún otro desafío oloroso?
–Ese solo, por ahora (risas). El desafío más bien fue probar muchas cosas diferentes: un poco con hipertextos, un poco con la historia, un poco con lo fantástico... Y encontrar los temas: en la tierra está Galileo Galilei, y la Inquisición que lo obliga a desdecirse; la dictadura militar con el concepto de destierro. Hay varios cuentos basados en otros textos literarios: Las brujas de Salem, La vendedora de fósforos, un poema hermoso de Lorca, “Preciosa y el aire”, sobre una gitana a la que persigue el viento para violarla, obviamente, pensando en los chicos en la escritura. Pero no por eso restándole complejidad ni dificultad a ninguno de los temas.
–¿Qué encontró en el género fantástico que atrajo su atención?
–Sobre todo, una gran libertad, que después fui entendiendo, creo que para bien, que no era tanta. Entendí que la fantasía tiene sus reglas, sus códigos, que si querés un verosímil fuerte, hay que respetarlo. Y que para que la fantasía nos interese, o al menos me interese a mí, tiene que tender una línea a la realidad. Esa fantasía que es pura imaginación caótica del escritor, puro delirio, a mí no me atrae leerla, y mucho menos escribirla. Por eso me gustan Ursula Le Guin o Tolkien, más allá de que su mirada no sea la que me interesa.
–¿Cuál es esa mirada de Tolkien que no le interesa?
–Esa reivindicación de un mundo patriarcal, racista, una mirada eurocéntrica, monárquica, todo eso que él propone como el mundo ideal en El señor de los anillos. Esa magia que tiene que ver con seres elevados y alzados de los seres humanos comunes y corrientes, una magia aristocrática en un punto, no me gusta. Al revés de Ursula Le Guin, que es un fantasy democrático, femenino, horizontal, social y muy hermoso.
–Pero la materia sigue siendo la magia...
–Una cosa es la magia de lo improbable; otra, la de lo imposible. Lo imposible tiene que ver con unos poderes inexplicables, de un ser superior, que viene con una varita mágica y trastrueca la realidad. Lo improbable apunta a la realización de una minimísima posibilidad, pero posibilidad al fin. Esta última es la magia que a mí me convence. La otra, esa cosa del abracadabra, no va conmigo.
–La fantasía suya, además, tiene relación con la mitología de América latina. ¿Eso también se lo planteó como punto de partida?
–Absolutamente. Por un lado, porque es muy fácil darse cuenta cuando un escritor se mete con cosas que no conoce. Yo no me pondría a hablar de una estación de trenes de París si nunca estuve ahí, ni siquiera de visita. No podría ahondar, haría una caricatura. Entonces, a la hora de escribir una épica fantástica, irme a un imaginario anglosajón me parecía muy distante. Fui con lo que conozco, con lo que amo, lo que tengo incorporado culturalmente. Y por otro lado porque quería reivindicar a nuestros pueblos originarios y su lucha, y proponer la conquista como un genocidio. –Lo primero que publicó fue épica fantástica, cuando era toda una rareza en la Argentina. ¿Por qué?
–Por Tolkien. Por una experiencia como lectora extraordinaria, porque El señor de los anillos es una escritura maravillosa y yo, que venía de Letras, hacía rato que no podía leer como una niña. Y eso me lo devolvió Tolkien. Yo leía buscando recursos, el esquema de Propp, ¡esas pavadas! (Risas.) Tolkien me atrapó y me llevó a leer con absoluta ingenuidad, cosa que le agradecí con toda el alma. De ahí pasé a decir: quiero escribir yo también. ¡Muy de niña también! (Risas.) Y así empezó el recorrido por la bibliografía, por lecturas de antropología, sociología, mitología, las crónicas de Indias, todo lo que leí para empezar a armar un imaginario fantástico.
–¿Hasta ahí era una profesora de Letras?
–Ni siquiera. Era una alumna avanzada que daba clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Estaba terminando mi carrera y no tenía idea de escribir. Tenía el clásico prejuicio de los que salimos de la facultad, ese temor al ridículo, esa cosa de culpa que te meten a veces. Pero me voló tanto la cabeza ese libro, que dije: me voy a animar. Y arranqué por ahí.
–¿Y cuánto cree que la facultad influyó en la escritora?
–Mucho. Más allá de que yo protesto contra cierto aspecto de la formación, tan desprovista de posibilidades de escritura, la verdad es que influyó en un montón de cosas. El conocimiento del género, las bibliografías, conocer a los cronistas de Indias... Sobre todo el estudio del género de la épica, cómo y por qué funciona: su estructura, el tiempo, el héroe, el antihéroe, el viaje, que es paralelo por el espacio y la interioridad, por qué el género épico fantástico fue en su origen maniqueo, qué posibilitaba el maniqueísmo y qué no... fueron todos aprendizajes de la facu.
–Este género tiene un público muy fan, eso es llamativo...
–¡Son militantes! (Risas.) Le ponen el cuerpo, van a los congresos con las ropas de sus personajes, hablan como ellos, los estudian, especulan, van más allá del texto. Me han hecho preguntas increíbles a partir de lucubraciones personales, ¡están seguros de que sé más de lo que cuento en el libro!
–¿Tendrá que ver con esa ingenuidad, que usted descubrió con Tolkien, como potencia del género?
–Pasa un poco eso, sobre todo si venimos de otras lecturas. Es como una entrega. Volver a poder leer así, como que aceptás el juego, está buenísimo.
–¿En cuánto se relaciona su literatura con la actualidad política y social?
–Intento que en mucho. Más allá de que la idea no es hacer panfleto, intento siempre que el que lee, y tiene ganas, pueda escuchar algo de lo que nos pasa, y de lo que yo pienso acerca de lo que nos pasa. La verdad es que mi narrador es muy parecido a mí; mi postura ideológica es muy obvia. El hoy siempre está en la cabeza y aparece, aunque no sea de una forma explícita. Todo lo que está sucediendo ahora va a estar tiñendo lo que estoy escribiendo. No hay manera de que no sea así.
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