CULTURA › ENTREVISTA A SUSANA ITZCOVICH, PERIODISTA E INVESTIGADORA
La especialista en literatura infantil y juvenil eligió dos frentes de difusión para sus inquietudes: la cátedra y el periodismo. Desde allí, la directora de la colección Relecturas fue siguiendo y construyendo enfoques sobre un campo que muchos intelectuales aún desdeñan.
› Por Karina Micheletto
“Leer y escribir para niños es una militancia”, asegura Susana Itzcovich. A eso ha dedicado su último medio siglo esta mujer, una de las más reconocidas especialistas en literatura infantil y juvenil, y una de las que abrió el área en la Argentina, como un campo fértil para la producción y el análisis. Comenzar a pensar “en serio” la literatura dedicada a los chicos, no fue algo que estuviera dado por válido de por sí –y, en cierto sentido, aún no lo está del todo–. “Contaba con dos frentes de difusión: la cátedra y el periodismo”, sintetiza Itzcovich, repasando aquellos tiempos de docencia en Mar del Plata y de trabajo en radio y en diversos diarios –entre ellos, Página/12–. En la síntesis faltan tal vez hitos como el haber fundado la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (Alija), ejerciendo la primera presidencia. Profesora en letras, es también autora de una cantidad de libros de cuentos y recopiladora. Y además dirige la colección Relecturas de Lugar Editorial, exclusivamente enfocada en textos teóricos sobre literatura infantil y juvenil, que sigue dando títulos relevantes (ver aparte). Si tanta labor sobre el tema le ha valido premios como el Pregonero de Honor de la Fundación El Libro, el Alicia Moreau de Justo por su trayectoria y el Premio TEA por su trabajo periodístico, ella prefiere referirse a su trabajo concluyendo: “Yo sigo militando”.
“Me dediqué a estudiar literatura infantil y juvenil cuando vivía en Mar del Plata, en la década del sesenta. Y se dio la oportunidad de presentarme a una cátedra en una carrera terciaria de formación de maestras jardineras. La universidad me había brindado las bases de la teoría literaria en general, y comencé a aplicarla en la LIJ”, repasa Itzcovich en diálogo con Página/12. “En esa época, sin cátedras universitarias que trataran sobre LIJ, la iniciamos con María Adelia Díaz Rönner como tarea autodidacta. Yo había leído mucho en la biblioteca paterna, y esa base sólida me incentivó a analizar, deducir, investigar y dedicarme a esta especialidad.”
–¿Y cómo apareció el periodismo en su vida?
–Cuando regresé a Buenos Aires seguí dictando esta cátedra y empecé a trabajar como periodista. Desde allí peleé un espacio en los medios gráficos para hacer crítica de libros, teatro, títeres, televisión y cine para niños. No fue fácil. El ninguneo también existía en los medios gráficos, radiales y televisivos. La tenacidad logró su efecto. Mi primera nota fue en la revista Análisis de esa época, y después estuve seis años trabajando en Panorama. José María Pasquini Durán fue testigo de esta tenacidad y lo expresa en el prólogo de mi libro Veinte años no es nada (Veinte años no es nada. La literatura y la cultura para niños vista desde el periodismo, una compilación de artículos periodísticos). Contaba con dos frentes de difusión: la cátedra y el periodismo. Y así seguí: En radio, junto con Canela comentábamos libros y espectáculos para niños, y después me incorporé también al espacio televisivo La Luna de Canela. Seguí trabajando en muchos medios gráficos, comentando y analizando libros y espectáculos: El Cronista Comercial, La Opinión, Página/12...
–¿Cómo surgió la colección Relecturas, dedicada especialmente a textos teóricos sobre LIJ?
–Surgió como una necesidad de ampliar el espectro teórico acerca de la LIJ, desde el área argentina y latinoamericana. Durante muchos años recibimos teoría europea y norteamericana, con muy buenos textos, pero faltaba el acento nacional, con especialistas nuestros y de distintos países de Latinoamérica. En 2016 Relecturas cumple quince años y gracias a Graciela Rosenberg, directora de la editorial, quien confió en mi propuesta, aparece esta colección. Entusiasmadas con el proyecto, publicamos los cuatro primeros títulos, de una sola vez.
–¿Qué es lo que busca desde su rol de directora?
–Mi intención fue desde un principio, como dije, dar prioridad a las voces de investigadores y especialistas de esta región y el primer texto impreso fue Cara y cruz de la literatura infantil, de María Adelia Díaz Rönner, en una reedición que se publicó primero en Ediciones Del Quirquincho, que ya en ese entonces había cerrado como editorial. En algunos casos, como directora de la colección, elegí a quiénes pedirle los textos y a medida que se iban publicando, muchos especialistas comenzaron a entregar originales, para ser o no seleccionados. La tarea de dirigir una colección de estas características lleva mucho trabajo de corrección, armado de capítulos, contacto permanente con el autor, y tratar de lograr que los textos interesen a docentes, bibliotecarios, otros investigadores y público en general. Siempre se tuvo en cuenta el receptor, a pesar de que algunos libros suelen ser más académicos que otros.
–Una colección específica implica pensar en un punto alto de desarrollo del campo, lo suficiente como para reclamar su público. ¿Lo pensaron como un campo ganado, o más bien como un campo a ganar?
–Sabemos que los libros figuran en las bibliografías del nivel terciario y universitario, lo que implica una difusión de voces teóricas, con las cuales el lector puede coincidir o no, pero existen. Actualmente hay una gran profusión de especialistas, formados en algunas universidades que incluyen literatura infantil como materia. Hay seminarios en la UBA, en la Universidad de San Martín la asignatura es obligatoria en la carrera de Letras, ha habido cursos en la entonces Escuela de Capacitación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Es decir que el campo está ganado.
–¿Hubo alguna devolución especial que hayan recibido?
–Hemos obtenido muchas devoluciones lindas por parte de los lectores. Que Cara y cruz de la literatura infantil fuera el primer título elegido fue para mí y para la autora una reivindicación de su experiencia y de su calidad de investigadora. Durante muchos años compartimos seminarios, congresos en el país y en el exterior, hasta su ausencia definitiva. Una idea que surgió entre Ernesto (Tito) Camilli y yo fue rearmar su famoso Los nombres de las cosas publicado en la década del sesenta por Kapelusz. Se nos ocurrió agregar otros dos libros ya agotados también: Cómo enseñar a redactar y Cómo aprender a redactar en el mismo volumen. Tarea difícil, pero gratificante. Por eso figuramos los dos como coautores. La presentación del libro se realizó en la Dirección del Libro del Gobierno de la Ciudad y la concurrencia fue increíble y diversa. Había tres ex alumnos de Ernesto que lo recordaban como profesor de escuela media y habían escrito poemas, en base a la propuesta de Camilli, impresos en el volumen.
–¿Cómo evaluaría la evolución de la LIJ en la Argentina, desde sus comienzos en el campo hasta la actualidad?
–Creo que la literatura para niños y jóvenes ya forma un volumen considerable en la edición de libros. Desde la década del 60, voces como María Elena Walsh y Laura Devetach revolucionaron los contenidos y las formas del discurso literario para niños. Aunque más dispersos en el tiempo no podemos obviar a Javier Villafañe, o a Conrado Nalé Roxlo, entre otros escritores anteriores. Pero este hito producido en la década del sesenta, permitió la libertad de temáticas, la inclusión del humor, del absurdo, de temas tabúes, de ficciones fantásticas y realistas. Ese “cuidado””excesivo que peroraba en la selección de libros para chicos, dejó de lado la moraleja y la enseñanza, para desarrollar la impronta literaria. Autores como Ema Wolf, Gustavo Roldán, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Ricardo Mariño, María Teresa Andruetto, Liliana Bodoc, Perla Suez, entre tantos otros contemporáneos, dieron pie a la variedad infinita de temáticas, de discursos propios, entendiendo que la literatura infantil era por sobre todo, “literatura”. Algunos centros académicos e intelectuales rechazan los libros para niños, ninguneándolos como literarios.
–Como si fuese más “fácil”...
–No es nada fácil escribir buena literatura para niños y más todavía para jóvenes, ese espacio que todavía está en los bordes entre las decisiones acerca de si existe o no una literatura juvenil. Es un tema en el que los expertos no coinciden del todo. El riesgo consiste en creer que si los protagonistas son jóvenes, van a atrapar al lector joven. Un tema contradictorio. Por otra parte, creo que no todo lo que se edita es auténticamente literario. Para evaluar, hay que leer mucho, formar criterios de selección y “leer teoría”. Todavía circulan textos aniñados, llenos de diminutivos y adjetivación barata y cursi.
–¿Y qué marcas ve como destacables en los libros para chicos que se hacen hoy?
–Un nuevo y no tan nuevo encuentro es “el libro álbum”, donde texto e imagen se entrelazan de manera tal que no pueden leerse por separado. Ha producido libros bellísimos, en ambos lenguajes. La escuela no alfabetiza la imagen, como la palabra, y es imprescindible que los niños, adolescentes, jóvenes y adultos aprendan a “leer la imagen”. El ilustrador ha dejado de ser un mero reproductor del texto literario para agregar imágenes que lo complementan o lo amplían. Resaltaría también la aparición de varias reediciones. Algunas editoriales han iniciado la reedición de libros agotados, como por ejemplo textos de Javier Villafañe y de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes. Otra novedad importante es la reedición de libros de María Elena Walsh con las primigenias ilustraciones de Pedro Vilar. Estas nuevas ediciones enriquecen el patrimonio de investigadores y padres memoriosos. Y valorizan la literatura para niños, aunque muchos intelectuales la desdeñen.
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