Sáb 06.08.2016
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CULTURA › LA V FERIA DE EDITORES SE REALIZA ESTE FIN DE SEMANA

“Los editores nos mandamos al frente, somos medio kamikazes”

Los responsables de editoriales pequeñas analizan el complejo panorama del rubro en un contexto con alta inflación y recesión, y cuestionan la competencia desleal que genera la apertura de las importaciones de libros.

› Por Silvina Friera

“La guerra de guerrillas” de las pequeñas editoriales argentinas se gestó después de la crisis de 2001: a mayor concentración de la industria del libro, mayor proliferación de una galaxia de sellos que apuestan por construir catálogos de fondo, que arriesgan con nuevos y viejos escritores, que traducen de varias lenguas, y reeditan o rescatan textos. Quienes sospechen que hay algo de exageración en este fenómeno, tendría que darse una vuelta por la V Feria de Editores –organizada por Ediciones Godot–, que se realizará este sábado y domingo en la Galería de Arte Central Newbery (Jorge Newbery 3599), de 15 a 20, con entrada libre y gratuita. Los incrédulos se encontrarán con más de 85 editoriales argentinas como Caja Negra, Sigilo, Club5 editores, Fiordo, Entropía, Mardulce, Gog y Magog, Blatt & Ríos, Momofoku, Eterna Cadencia y Gourmet Musical; otras de Chile como Nadar Ediciones, Cuneta Ediciones, Hueders, Alquimia y Libros de Mentira; la uruguaya Criatura; la colombiana Rey Naranjo; y la mexicana Sexto Piso. En esta Feria atendida por los propios editores –o vendedores que conocen los libros como la palma de su mano– habrá charlas con Martín Kohan, Luis Gusmán, Marcelo Cohen y Ariana Harwicz, y también se desplegará una muestra fotográfica sobre escritores a cargo de Alejandra López, otra del Colectivo Mafia sobre fotoperiodismo político y una sobre rock y los artistas del género, a cargo de Matías Moyano (ver aparte).

El editor Víctor Malumián (Ediciones Godot), el escritor, traductor y editor Edgardo Scott (Club5 editores) y el editor Andrés Beláustegui (Sigilo) analizan el complejo panorama editorial en un contexto económico de alta inflación y recesión en el que intentan sacarle “agua a las piedras”, y cuestionan la competencia desleal que se está generando desde la apertura de las importaciones de libros, entre otros temas sobre los que reflexionan en la entrevista con Página/12.

–¿Qué significa ser editores de pequeñas editoriales en un momento económico tan crítico?

Andrés Beláustegui: –Siempre es difícil la cuestión económica en editoriales tan pequeñas como las nuestras. Cuando el contexto económico no es el más favorable, son mayores las dificultades. Pero estamos acostumbrados a pensar y a buscar herramientas, ya sean ayudas privadas, ayudas del Estado, ayudas de organismos, y después tratamos de aguzar los sentidos para encontrar las estrategias para funcionar de la mejor manera posible. Cuando la situación económica no es favorable, es todo más difícil. Pero nuestra postura es que hay que trabajar más.

Víctor Malumián: –Hablando con editores mexicanos, me decían de la importancia que tiene Conaculta para ellos. Nosotros nunca tuvimos ese tipo de ayudas, siempre estuvimos acostumbrados como a cierta “guerra de guerrillas” para hacer las cosas: promocionar los libros de forma alternativa, hacer 34 mil ferias al año para salir a buscar al lector; estamos muy acostumbrados a esos ejercicios. Pero ahora se están recortando los gastos de todo y la gente sale a comer menos afuera, va menos al cine y compra menos ropa. Para un sector en particular, quizá los libros los valore más frente a otros esparcimientos o gastos y recorte menos en libros. Pero se recorta igual, es imposible que no se recorte.

Edgardo Scott: –De cara a la Feria, es un momento contradictorio en sí mismo. A nivel macroeconómico es un momento recesivo y, sin embargo, toda esta movida viene creciendo.

–La mayoría de las editoriales que participan en esta Feria surgieron después de las crisis del 2001. ¿Los procesos autogestivos se vuelven más fuertes en circunstancias más críticas?

E. S.: –El proceso que se generó en estos diez o veinte años con las editoriales independientes en realidad es la recuperación de las editoriales argentinas, que colapsaron especialmente en los años ‘90. Es un momento de segunda vuelta y me parece que estas editoriales como Godot, como Sigilo, como Fiordo, en algún punto nosotros, también marcamos una cuestión generacional de editores jóvenes –ya no tanto– a los que nos toca estar en un momento que hace diez años era impensable en el campo literario. Es como un punto de llegada que abre otro momento.

A. B.: –Lo novedoso de las editoriales que han aparecido en estos años es la intención de profesionalización que tienen. Algunas lo logran más rápido, otras más lento; pero es un grupo grande que está interesado en aprender cuestiones profesionales, de administración, comerciales y de comunicación para hacer más sólidos sus proyectos. No es sólo un proyecto cultural con la intención de mostrar unos libros y ver qué pasa. La intención es afianzarse en pequeñas microestructuras profesionales. Eso hace que, ante los vaivenes de la economía, puedan solventarse mejor.

V. M.: –Cuando llega el corte del mes y hay que pagar el papel, la imprenta, los sueldos –por más que sea tu sueldo y el de tu socio, y no mucha gente más–, hace que empieces a buscar la vuelta y le saques agua a las piedras. Este año hicimos treinta ferias en Lincoln, Mercedes, Formosa, Corrientes… y empezás a salir a buscar al lector de otra forma. Por eso surge la Feria de Editores: no podemos quedarnos esperando a que ese segundo anillo de lectores más genérico nos venga a buscar. Como eso no va a pasar, tenemos que salir a buscarlos.

–Más allá de la estructura, la logística, la capacidad de producción, ¿la diferencia de las grandes con las pequeñas es que los grandes grupos no salen a buscar a sus lectores?

V. M.: –Nuestros libros no van a estar en la luneta de un colectivo. Sabemos que nuestros libros, no importa cuáles sean, tienen 2000 lectores, el tema es que están dispersos y hay que irlos a buscar. Es un lector que valora a Marcelo Cohen, a Luis Gusmán, que tiene cierto nivel de lecturas.

A. B.: –Me parece que las editoriales grandes también salen a buscar al lector, solo que tienen otras herramientas, pero ya no pensando en los libros que pueden ir a la luneta del colectivo, sino pensando en libros más similares a los nuestros que las grandes también sacan. Cuando hacen apuestas más inciertas de autores desconocidos, creo que hacemos mejor trabajo las editoriales chicas que las grandes por esto de salir a buscar el lector uno a uno o de una forma más artesanal o personalizada.

V. M.: –Me acuerdo de un artículo de (Guillermo) Schavelzon sobre autores nuevos que publican en pequeñas editoriales y quizá pegan unos 5000 libros de ventas, y cuando se van a una grande venden menos.

E. S.: –Cuando una grande edita a un autor literario, se nota que van a vender lo mismo o menos que una editorial chica, y no saben cómo tratar a esos autores porque la estructura de una editorial grande va hacia otro lado.

A. B.: –La estructura de una editorial grande que saca treinta o cuarenta títulos por mes no puede prestar la atención al detalle de cada libro. A veces un libro requiere cierto cuidado o cierta forma de comunicación más personalizada para encontrarle la sutileza; todo eso se pierde en una editorial grande. Trabajé en Norma en una época en que tenía una colección de literatura. Me acuerdo que había muchas dificultades para comunicar de la mejor manera posible esa colección porque la estructura no estaba preparada para eso. Entonces había que acomodar el catálogo editorial a la estructura y no siempre iba en consonancia de las personas que estábamos ahí. Esa era una tensión que había que manejar.

V.M.: –A veces se termina desprendiendo cierto halo de que las editoriales independientes somos las buenas y las multinacionales son las malas. No es así, es un tema de lógicas de mercado.

–Uno de los grandes logros de estos años, desde las pequeñas editoriales, fue alentar las traducciones. ¿Esa política de la traducción argentina peligra o está en riesgo?

V. M.: –Los traductores que trabajan con nosotros se arremangan y colaboran.

A. B.: –Los traductores son un aliado más para los momentos en que uno necesita cierto margen de acción. Tenemos algo de kamikazes, de mandarnos al frente. En el catálogo de Sigilo queremos tener traducciones. En la medida que podamos vamos a seguir haciéndolas, para tratar de ganar mercados externos.

–En un momento en que el gobierno nacional no es un aliado en la política de subsidiar nada, sino todo lo contrario, ¿qué papel juegan los institutos culturales extranjeros como el Goethe o la Alianza Francesa, entre otros, en las políticas de traducción?

E. S.: –Juegan un papel importante. Como somos under, nos arreglamos, pero eso no significa que haya políticas que favorecen y otras que no. Un gran traductor como Jorge Fondebrider está trabajando para editoriales de Chile y de México porque lo que pueden pagar editoriales como las nuestras no le sirve.

A. B.: –Nosotros que publicamos mucho del inglés –y no hay subsidios– tenemos que sacarle punta al lápiz y ajustar de todos lados al máximo, viendo libros que potencialmente puedan tener una posible venta mayor, viendo cómo completar con mercados del exterior… Tenemos que ver todas las herramientas que hay para poder publicar. Los países que tienen instituciones culturales que ayudan con la traducción son bienvenidos.

V. M.: –Cuando vas al salón de derechos de la Feria del Libro de Guadalajara, ves cómo los países nórdicos están tratando de ayudarte para que su cultura tenga penetración en el español; Corea y China también lo hacen.

–A casi siete meses de la apertura de las importaciones de libros, ¿de qué modo impactó esta medida en las pequeñas editoriales?

V. M.: –Es muy difícil hacer una análisis de eso porque con los tarifazos del 500 por ciento, la baja de ventas de libros parece menor. Las ventas bajaron y muchos editores que no lo dicen en voz alta, cuando están charlando y tomando un café lo admiten. Yo todavía no recuperé los niveles de ventas que tenía antes. Pero es un análisis difícil de hacer cuando a alguien le vino más de 400 o 500 por ciento en la tarifa de gas, de agua, de luz… Ningún editor a favor de la bibliodiversidad se puede negar a que se puedan comprar libros del exterior. Yo compro libros de Blackie Book, de Acantilado, de un montón de editoriales de afuera. ¡Estoy encantado de que vengan! El problema es que vengan containers llenos de saldo y pensar que ese saldo no ocupa mesas, que siempre va solo como saldo y no va a una cadena, que no ocupa espacio de exhibición, que todo el saldo que viene es malo. No es así, a veces vienen ediciones conmemorativas del Quijote con tapa dura, financiada en España con otro precio de papel, con otra tecnología de imprenta. Alguien que iba a regalar los Cuentos completos de Virginia Woolf que sacamos nosotros elige el Quijote porque es mucho más barato. Entonces, ahí el comentario es: ¿pero vos no querés que el lector tenga un libro barato?

A. B.: –El tema no es el libro de saldo que entra como saldo a las librerías que trabajan con saldos, sino el libro que es un remanente que quedó en España y que lo venden más barato a un precio de costo para sacárselo de encima; son ediciones buenísimas en cuanto a la calidad y los autores. Pero compiten deslealmente con nuestros libros.

V. M.: –Las condiciones de producción no son las mismas en España que en la Argentina; ese es el borramiento que hay cuando te dicen que “los libros compitan libres”. No competimos libremente porque allá hay un Estado presente que ayuda, hay mucha producción de papel y no un oligopolio como acá. No estamos en las mismas condiciones.

E. S.: –Una decisión así de abrir las importaciones debería ser consultada: “Che, mirá, vamos a hacer esto, ¿qué piensan ustedes? ¿Cómo les va a impactar?”. Eso es también lo que impresiona: que no nos consultaron. Quizá soy ingenuo… (risas).

A. B.: –El tema es complejo: más que consultada, tiene que ser pensada en su totalidad. Abrir las importaciones alegremente no es lo más conveniente.

E. S.: –La política cultural de un país periférico tiene que ser proteccionista más que de apertura. Justamente, lo que se generó en estos diez años fue que crecieron las editoriales y evidentemente tuvo que ver con frenar el avance de los grandes grupos. La política proteccionista es clave y no al revés; si no, como pasó en los ‘90, se funde todo el mundo.

–¿Cómo les fue en términos de ventas en la feria que hicieron el año pasado?

A. B.: –Las ventas, si uno las compara con la Feria del Libro tradicional, son muy buenas. Obviamente que en 21 días se vende más que en dos, pero la relación esfuerzo-costo es muy buena.

V. M.: –Nosotros vendimos bien. Además, hay ofertas y promociones que te hacen generar bases de mails, y ya nos pasa que viene un tipo y nos dice que el año pasado compró tal libro y estaba muy bueno. “¿Qué tenés parecido?”, nos pregunta. Eso para nosotros es oro; ¡ganamos un lector!

A. B.: –Hace unos meses me hizo un reportaje una chica de un blog sobre la edición independiente y una de las cosas que me preguntó fue por qué no se conocen las editoriales. Los espacios de visibilidad que logremos de forma más directa son indispensables.

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