Vie 11.03.2011
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HISTORIETA  › ENTREVISTA AL NOTABLE GUIONISTA Y ESCRITOR JORGE ZENTNER

“Cada historia debe ser una sorpresa”

Autor de prestigio en Europa, nunca había publicado aquí. Pero los lectores de Fierro podrán disfrutar, a partir de mañana, de sus Novelas infinitamente breves, con Kráneo como dibujante.

› Por Lautaro Ortiz

Premiado en los encuentros más importantes del mundo de la historieta (Salón de Angoulême y Salón de Barcelona), por obras hoy consideradas insoslayables como Las aventuras de Dieter Lumpen, Tabú o El Silencio de Malka, traducido en más de 25 países, el guionista y narrador argentino Jorge Zentner jamás publicó en el país. Pero mañana, cuando la revista Fierro llegue a los kioscos junto a este diario, el error habrá sido corregido. Es que “el ruso” (como lo llaman sus amigos) volvió a contar historias bajo el título de Novelas infinitamente breves, que tendrá el respaldo de uno de los más talentosos dibujantes que mostró esta nueva etapa de la revista: Kráneo, ganador del concurso “Hora Fierro”.

La nueva dupla creará una serie de relatos de corte íntimo, en tempo de haiku, poniendo el eje en la percepción de los sentidos antes que la acción pura: “Cuando Fierro me invitó a participar –dice Zentner desde su Barcelona adoptiva– vi la oportunidad de publicar por primera vez aquí. Hasta ahora lo había hecho en muchos lados, pero nunca en Argentina; era la ocasión de corregir eso”.

La edición 53 de Fierro, entonces, se completa con un plantel de lujo, ya que desfilarán también en sus 72 páginas las hermosas y conflictivas Dora (Minaverry) y Sasha (Varela); la “Bolita” de Trillo y Risso, el poeta justiciero de Pablo De Santis y las series que mes a mes siguen los lectores: “Cieloalto”, “Tristeza” y “La gran orquesta”.

Nacido en Basavilvaso (Entre Ríos) en 1953, Zentner es un caso curioso de la narrativa a cuadros. Se inició en el periodismo en la ciudad de La Plata, donde vivió hasta el año 1977, cuando “tuve la suerte de poder salir del país y la suerte de que Acnur (Naciones Unidas) me concediera el estatuto de refugiado político. No pude entrar al país durante muchos años”. Ya en España conoció a Carlos Sampayo, quien le abrió las puertas de la historieta: “Lo conocí en Sitges, donde ambos vivíamos, por amigos comunes. Pese a la diferencia de edad y de vivencias, nos hermanamos en el terreno de los libros, de la literatura. El, para mis ojos, era un ‘viejo’ de 35, rico en experiencias, lecturas, viajes, discos... Yo era un pibe de 25, triste, solitario y casi final. Allí, en Sitges y después en Barcelona, compartimos la adicción a la lectura y al comentario de lo leído. El me contó lo que hacía, me mostró los guiones que escribía para José Muñoz, y así me enteré de la existencia de un género: el comic para adultos. Aquello, para mí, era algo completamente exótico, ajeno, distante; nunca había leído nada. Pero cuando muy pronto yo necesité trabajo, Carlos me asoció generosamente a un proyecto de historias cortas: él escribiría los diálogos y yo, las indicaciones para el dibujante. Al siguiente capítulo me dejó escribir los diálogos también, y sólo corrigió. Después me largó solo y yo me sentí avalado como para ir a buscar trabajo por mi cuenta. Conocí a Rubén Pellejero, y ahí empezó mi carrera” .

Tiempo después, Zentner trabajaría con Carlos Nine, Lorenzo Mattotti y David Sala, entre otros dibujantes. En los años ’90 publicó dos libros: la novela Mertov y, bajo el mismo título, un libro de relatos breves. Durante muchos años su firma estuvo vinculada con revistas como Co&Co, Lateral, Cimoc, Cairo, A Suivre, Corto Maltese y Heavy Metal, entre otras. Hoy, retirado de la escritura, se dedica a dirigir talleres de creatividad vinculados con el zen y la práctica de la atención.

–¿Cuál fue el motivo por el cual decidió alejarse de la escritura?

–Fue una retirada paulatina, paralela a mi lento ingreso en el universo de la psicoterapia individual y la coordinación de grupos de crecimiento personal. Pero claro, tras treinta años de trabajo, no me he olvidado de cómo se cuenta una historia.

–¿Dónde está el punto de contacto entre su literatura y su obra historietística?

–Por cantidad y variedad, yo en realidad he escrito sobre todo para los dibujantes. Ahora veo que eso se ajusta a mi curiosidad por “la forma”, por la manera de narrar, por la estructura de un relato. Escribir guiones, para mí, siempre ha sido un reto, un desafío formal. Muchas veces he partido de la exploración formal, para llegar después al argumento. Esta práctica, este oficio, te lleva a visualizar cosas con facilidad y a afinar mucho el instrumento del diálogo, el habla de los personajes.

–Podría contar brevemente de qué se trata el taller “la atención” al que dedica tiempo completo...

–Todas mis actividades, desde hace unos diez años, las desarrollo bajo ese título genérico: “La atención”. El título surge de mi práctica de la meditación zen, zazen: práctica de la atención plena. Es, si se quiere, una continuidad lógica de mi experiencia literaria. En los talleres se abordan, como en las novelas, como en los comics, las relaciones humanas: vínculos, conflictos, transformación... Sólo que en los talleres grupales o individuales los protagonistas están ahí, en carne y hueso. Tanto en mis relatos, como en mi trabajo docente o terapéutico, la materia prima es la misma: las emociones, lo que la persona siente, lo que percibe en su cuerpo, lo que hace o evita hacer cuando siente algo. En el sitio www.jorgezentner.com se explica esto con más detalle.

–Tras conocer sus ganas de escribir para Fierro, fue difícil encontrarle compañero para el trabajo... en realidad las duplas en la historieta argentina hoy son casos raros. ¿Pasa lo mismo afuera?

–Yo he desarrollado toda mi carrera profesional en el mercado europeo, y con dibujantes de estilos y personalidades muy variadas. En Francia, Italia, España, hay una larga y bien asentada tradición del trabajo en dupla. Como cualquier otra relación, también la de guionista y dibujante demanda tener claro qué es lo relativo y qué es lo absoluto. En un buen comic, dos egos no caben; porque si entran, les comen todo el espacio a lo importante, a la obra. Si la importancia personal de uno de los autores se impone, hunde el trabajo de ambos. Mi lema siempre ha sido: máximo compromiso, mínima identificación. Intento que la obra sea de lo mejor, pero sé que eso no me hace mejor ni peor a mí. A veces escribo historias buenísimas y otras veces historias muy mejorables. Yo, sin embargo, soy el mismo. Trabajar con dibujantes ha sido un gran aporte para mí, un extraordinario ejercicio de humildad y flexibilidad, una extraordinaria escuela de vida. En ese sentido, siento un agradecimiento muy grande por el comic.

–¿Puede adelantar cómo será Novelas infinitamente breves?

–Te doy sus dos características fundamentales. Primera: historias en formato breve, como máximo diez páginas. Será un trabajo emparentado con el cuento, el poema, el aria: brevedad. Intensidad. Concentración del sentido. La segunda característica es la variedad. La idea es abordar distintos universos; cada vez una atmósfera diferente, con personajes, conflictos y géneros muy variados. Cada historia tiene que ser una sorpresa, para mí, para el dibujante, para el editor y para el lector.

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