HISTORIETA › DANTE GINEVRA Y RODOLFO SANTULLO, LA SERIE MALANDRAS Y LOS TIEMPOS QUE CORREN
El dúo de historietistas señala que el abordaje que viene apareciendo en varias tiras de temas sociales y políticos surge espontáneamente, sin un acuerdo previo entre autores que, sin embargo, encuentran coincidencias aun dentro de un marco amplio.
› Por Lautaro Ortiz
La portada de la nueva Fierro muestra a una hermosa guerrera –creación de El Tomi– que mira hacia una multitud con banderas levantadas. Sólo los lectores de la edición 56 de la revista que dirige Juan Sasturain (y que sale mañana junto a este diario), tendrán el placer de observar la escena desde un lugar de privilegio: desde el lado de atrás de una mujer que desnuda todo su desenfado y coraje. Metáfora o no, la Fierro propone desde el inicio de un camino de lectura.
Y ese camino tiene también dos alternativas: por un lado el siempre presente humor (que no por absurdo deja de mirar la realidad) a cargo de Diego Parés, Esteban Podetti, Decur, El Niño Rodríguez, Iñaki y Gustavo Sala y, por otro, el inesperado (y aplaudido) atrevimiento de los historietistas de asomarse al clima político actual, a través de relatos (siempre desde la imaginación) que dan cuenta de la historia política de nuestro país. Tal es el caso de Los Horneros (Barreiro-Ferrúa-Lorenzo), que especulan con una Argentina dominada por los nazis cercados por la resistencia callejera. No se queda atrás la metafórica El maquinista del General, de Fernando Calvi, que ensaya la épica del ferroviario Juan Celeste, encargado de conducir una locomotora por los pueblos perdidos del país para llevar el mensaje del líder. Y por si fuera poco, Tristeza (Reggiani-Mosquito) y su visión fatalista sobre el eterno conflicto entre civilización y barbarie. Ahí están también Bolita (Eduardo Risso-Carlos Trillo), quienes narran la historia de una humilde chica de limpieza que descubre, puertas adentro de una mansión, la íntima relación entre sexo, Iglesia y policía. Hasta la onírica La gran orquesta (Juan Soto) tiene resonancias con la realidad al contar las complicadas condiciones de trabajo de una orquesta en un pueblo fantasma. En síntesis, este número de Fierro parece decidido a salir a cazar a la realidad con sus viñetas.
En este sentido cabe señalar una nueva publicación de la sección Historietas por la identidad, proyecto creado por Abuelas de Plaza de Mayo. Esta vez, es el dibujante Salvador Sanz quien habla de la búsqueda del hijo/a de Isabel Carlucci (desaparecida) y Víctor Hugo Fina, asesinado por la dictadura. Y un dato final: se acaba de presentar en la Cámara de Diputados de la Nación un proyecto para declarar de interés parlamentario esta nueva iniciativa de Abuelas.
El cambio de rumbo de las historias que publica Fierro ya fue observado y festejado por su director: “Las referencias y alusiones políticas se han ido colando en estas historietas argentinas de ahora, sin previo aviso, como debe ser. Signos de los tiempos”, escribió Juan Sasturain. Y uno de los mejores ejemplos de este giro es Malandras, del uruguayo Rodolfo Santullo (1979) y el dibujante Dante Ginevra (1976). Hace varias ediciones que la dupla viene proponiendo acaso una de las historias más oscuras y de marcado sesgo político: los entretelones del golpe de Estado de 1955.
El dúo Santullo-Ginevra debutó en la revista con una historia brevísima titulada Malandras (Fierro 45) y ante la aceptación de los lectores, ambos decidieron que podían construir una serie a partir de ese breve relato. Ya en el episodio dos, titulado “El viaje”, se presenta a quien será el protagonista principal: un simple ladrón de colectivos que se despide de sus víctimas al grito de “¡Viva Perón carajo!”. A partir de entonces la historia toma un giro que puso a lectores frente a los días previos al golpe del ’55. Aquel ladrón de colectivos es el único hombre –después de violentas peripecias– que puede revelarle al General la existencia de un plan militar para derrocarlo. Recuerda Santullo desde Montevideo vía mail: “Malandras era una historia que yo tenía escrita antes (ni siquiera transcurría en Argentina), y que adaptamos para la revista. De esa historia sale la época, mediados de los ’50. Fue Ginevra quien me sugirió que nos enfocáramos en el ’55 y que construyéramos la historia hasta terminar con el bombardeo a Plaza de Mayo”.
En tanto el dibujante (autor de, entre varios libros, la adaptación gráfica de Los dueños de la tierra de David Viñas) agrega desde su estudio en Villa Urquiza: “Lo que teníamos claro era que queríamos hacer un policial de género, más bien negro, en Argentina. Y entonces Santullo, como dijo, me ofreció un par de historias de gangsters, mafiosos peor en tono grotesco. Esos relatos transcurrían en el barrio de Mataderos en el año 1955. A mí me gustó mucho la propuesta y comencé a bocetar mientras Santullo organizaba la trama. Fuimos pensando en dos elementos claves: Alberto Breccia era tripero en esas épocas (o iba dejando de serlo), precisamente en ese barrio. Y el bombardeo de la Plaza de Mayo de 1955. A partir de esos datos claves se organizó la historia en capítulos autoconclusivos y periféricos. Así se fue contando esta historia plagada de actores secundarios y de extras y sombras”.
–El retrato de los militares (hay un joven Massera al mando de los golpistas) es tan fuerte que hasta desplazaron al ladrón con que se inicia la serie...
Dante Ginevra: –Así es. Los milicos golpistas son extraídos casi literalmente de ese año. Sin vueltas, esos tipos son los protagonistas del golpe y, en algún plano, de nuestra historieta también. Por lo tanto utilicé muchas fotos para documentarme, aunque en este caso no se apunta al estilo realista y me permito entrar y salir de la referencia con mayor soltura y juego. El único personaje dentro del grupo militar bien identificado es el joven Massera, que afortunadamente Santullo incorporó. Creo que dibujar a Massera es dibujar al malo más malo que pueda tener una historia. Es un placer dibujar un personaje así, y que lo caguen bien a patadas.
–Desde hace varios números, las historias publicadas en Fierro han virado hacia relatos que se animan a revisar la historia política. ¿Cómo ven ustedes este cambio?
Rodolfo Santullo: –Me parece muy necesario. Yo soy un firme convencido de la importancia de la historieta como herramienta de reflexión histórica, como posibilidad de manejar elementos que nos son comunes, que forman parte de nuestro patrimonio histórico y cultural, pero reinventados y pasados por el tamiz de las viñetas. En particular, y desde la relativa lejanía que implica que soy uruguayo, la figura de Perón me fascina. Yo soy muy fan de lo que está haciendo Minaverry (El año próximo en Bobigny), de lo que está haciendo Calvi (El maquinista del General), me parece estupendo generar acercamientos diferentes a la historia, y no a la historia de los libros de estudio, sino a esta suerte de historia mítica, legendaria, que abreva mucho más de una posible tradición oral que de lo que está en los materiales de texto.
D. G.: –Es curioso como fenómeno. Seguramente tendrá que ver con el inconsciente colectivo o con esta nueva “sociedad politizada” o estaremos ante la “historieta militante”, no lo sé. Lo interesante es el ribete espontáneo, individual de la “politización”. Hay claramente un acuerdo tácito ideológico entre las historias. Si bien algunas puedan ser abiertamente más peronistas que otras, otras serán más críticas o cínicas, otras usarán el marco político sólo como un condimento en la narrativa. Pero tanto en lo formal como en lo estructural, se cuela esa valoración ideológica. Yo lo veo muy bueno por muchos factores: la pertenencia social. Fierro es un espacio vivo y las cosas que pasan en la revista nos están pasando a los autores también. Y a la vez es reflejo de lo que pasa en la sociedad: la política es tema de debate, se estudia, se cuestiona, se discute y también se utiliza como vehículo de ficción. Así, me parece que los autores que convoca Fierro y a los cuales engloba con su “La Historieta Argentina” deben tener el compromiso y la responsabilidad de ser representantes del lugar que se ocupa hoy por hoy en la sociedad. Y tomar partido.
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