HISTORIETA › LA REVISTA FIERRO PRESENTA EL FINAL DE TRISTEZA Y HOMENAJEA A CARLOS TRILLO
En la edición que sale mañana con Página/12 termina la serie Bolita, última obra escrita por el guionista fallecido en mayo pasado. Los autores Angel Mosquito y Federico Reggiani brindan detalles de la despedida de una tira apocalíptica: Tristeza.
› Por Lautaro Ortiz
Un homenaje a Carlos Trillo. Así deberá leerse la revista Fierro de este mes que mañana llegará a los kioscos con Página/12. Sucede que termina la serie Bolita, la última obra escrita por el guionista argentino fallecido en mayo pasado. Ya desde la portada –creación de Eduardo Risso–, la edición 58º tendrá un lugar en la memoria de los lectores de historieta argentina. Es que la historia de la humilde Rosmery –una joven que trabaja por horas limpiando una mansión de Acassuso y que descubre la relación entre la iglesia local y las ideas nazis de Josef Mengele– alcanza el último capítulo, con un final que responde a las claves narrativas de Trillo, mantener la sorpresa hasta último momento. Escrita especialmente para Fierro, la historia estará acompañada por una Carta Abierta de su amigo y dibujante Eduardo Risso.
Pero no sólo Bolita marcará esta edición de agosto. También el regreso del genial Oscar Grillo (otro de los dibujantes que trabajaron con Trillo), que sorprenderá con una versión personalísima de las aventuras de Alicia de Lewis Carrol, llamado Un grillo en el país de las maravillas.
Las 72 páginas de la publicación que dirige Juan Sasturain se completan con capítulos de Los Horneros (Barriero-Ferrúa-Lorenzo), Cieloalto (Agrimabu-Pietro) y El maquinista del general, de Fernando Calvi. Como señala su director, la revista contiene además “la dosis necesaria de locura” para “no incurrir en la nefasta extrema cordura” de los autores vinculados con el humor: Gustavo Sala con La vista gorda; Max Cachimba con Humor Idiota; El Niño Rodríguez con Lucha Peluche, y Lucas Nine con Té de Nuez.
Otro punto alto de esta nueva edición es el final de la serie apocalíptica Tristeza, escrita por el platense Federico Reggiani, acompañado por el prolífico dibujante de Morón Angel Mosquito.
Tristeza es un relato que a partir de la remanida idea del fin del mundo alcanza a proponer una mirada casi sin precedentes: qué pasaría en una comunidad del conurbano bonaerense ante un desastre mundial que prive a sus habitantes de alimentos, agua y luz.
Situada en el año 2015, los autores logran quebrar los tópicos de este tipo de historias (personajes que asumen el rol de héroe o el asesinato como único medio de subsistencia) para poner el acento en las dificultades de construir una comunidad civilizada. La serie de la dupla Reggiani-Mosquito no es otra cosa –y en eso radica su belleza– que el relato de la hermandad entre los hombres ante el desastre. Por eso no hay personajes centrales ni secundarios, todo apunta a mostrar cómo una sociedad acostumbrada a vivir con electricidad, Internet, agua corriente y alimentos al alcance de la mano, debe volver a armar un sistema de supervivencia, es decir, levantar un Estado que los contenga y proteja. Así, durante nueve capítulos los lectores vieron cómo distintos personajes tuvieron que aprender a utilizar molinos de agua, trabajar la tierra con las manos, criar animales, afrontar las oscuras noches a la luz de velas y hasta recuperar la lectura de libros para entender los motivos por los cuales han dejado de ser lo que eran antes.
Pero la civilización siempre es amenazada. No todos los sobrevivientes de la peste deciden vivir en comunidad organizada. Entonces, detrás de los límites del nuevo orden, aparecen los llamados “chicos que bailan”, la gran amenaza. La fórmula civilización y barbarie funcionó en Tristeza para mantener intrigados a los lectores de Fierro.
“Ese es uno de los grandes temas, siempre”, dice Mosquito. “No hay civilización posible si uno está dispuesto a matar a los otros. Esa idea de que sólo sobrevive el más fuerte es la construcción de la civilización que nos vendieron en la escuela. En esta serie miramos la historia desde el lado ‘civilizado’, pero no sé si los personajes se pusieron a ver la posibilidad de entender a los salvajes. Los otros, los que están fuera del perímetro de la comunidad, provocan miedo. Al mismo tiempo los civilizados ven que los salvajes tienen cosas que ellos no poseen. Y es un conflicto bastante terrible. Uno de la comunidad llega a preguntarse: ¿me quedo a comer canelones o tengo sexo? La civilización no siempre es la solución para los problemas del hombre.”
Por su parte, Federico Reggiani, guionista, agrega: “Uno podrá discutir (ahora está de moda hacerlo) la figura política de Sarmiento. Pero es indudable que fue un escritor enorme, y como todos los grandes escritores, fue una máquina de armar la realidad. Es difícil sacarse de la cabeza la grilla que inventó. La dicotomía –civilización o barbarie– nos sirve porque está llena de tragedias en sus grietas, está llena de relatos. Y creo que los personajes que viven en comunidad debieron darles una oportunidad a ‘los chicos que bailan’, pero no se animaron. Es lo que suele pasarles a los civilizados”.
–Durante la serie nunca se explicó qué tipo de peste era la tristeza. ¿Cómo platearon el juego entre lo no dicho y el dibujo casi brutal de los hechos que sucedían dentro de la comunidad?
F. R.: –Cuando uno cuenta una historia, siempre es bueno saber más de lo que se dice. Incluso, no por ocultamiento o suspenso, sino porque no es necesario. Pero me gusta saber de qué trabaja un personaje, aunque ese dato no influya en la trama, ni se diga. Con la peste pasó eso: sabíamos que era un virus, que se contagiaba a los humanos a través de una vaca (en la realidad, existe un parásito de “la tristeza”, que por suerte no se contagia a humanos, todavía...) Pero nos interesaba contar la supervivencia, no hacer como esas películas en que siempre hay un sobreviviente que justito es un científico especializado en infectología. ¡No es necesario explicarlo todo! Y esas discusiones con Mosquito, la búsqueda de datos para que sustenten media línea de diálogo, fue lo mejor de escribir Tristeza. ¡Estuve estudiando cómo arreglar un molino de viento con el eje de un auto viejo!
A. M.: –En realidad fue larguísima la discusión. Sabíamos de qué peste se trataba, averiguamos si es posible que ocurra (es bastante posible), leímos bastante, y eso tal vez se refleja en una línea de diálogo o en un cartel en segundo plano en una escena en el hospital. Nos gustó la idea de saber todo el trasfondo y no decirlo. En verdad, Reggiani siempre quiso ocultar más y yo quería ser más explícito. Me parece que hubo un equilibrio. Era ponernos también nosotros en ese lugar y preguntarnos qué haríamos para conseguir agua o comida.
–Lo interesante fue plantear una historia sin héroes individuales. No hay personajes principales, lo que se ve es a integrantes de la comunidad lidiando con los problemas de la vida. ¿Cómo fue ese planteo?
F. R.: –Me pone de mal humor la idea de héroe. El tipo (casi siempre es un tipo, encima), que salva la vida de los otros. Nadie salva nada, y esos son los cuentos que más me gustan. La variedad de personajes nos evitó la tentación del “super capo”, y de paso nos dio muchas opciones para armar pequeñas escenas.
–Ustedes anuncian una segunda parte. ¿Qué van a contar?
A. M.: –La segunda parte comienza con el viaje del grupo buscando un lugar lejos de todo rastro de seres humanos. Al parecer el ser humano, sin Estado, se vuelve un lobo feroz, como es el caso de “los chicos que bailan”. La segunda parte nos va a servir para mostrar la otra faceta de este fin del mundo que es precisamente el Estado en reconstrucción, con algo de cumbia, Gauchito Gil, y conurbanismo extremo.
F. R.: –La idea es explorar lo que ya mostramos sobre cómo se construye un Estado. Que siempre es más o menos igual, haya o no peste: con sangre, con poder y con mitos. Va a haber mucha política, algunos tiros y mucha gente loca.
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