Vie 09.09.2011
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HISTORIETA  › LUCAS VARELA Y DIEGO AGRIMBAU VUELVEN A SORPRENDER EN LAS PAGINAS DE FIERRO

Experimentaciones que se exportan

El dibujante y el guionista están instalados desde hace meses en Angoulême, Francia, adonde fueron invitados a participar de una residencia artística por su trabajo en la revista. En el nuevo número, que saldrá mañana con Página/12, publicarán “Agnosia”.

› Por Lautaro Ortiz

A poco de cumplir cinco años de existencia, la revista Fierro de este mes –que saldrá mañana junto a este diario– bien podrá leerse como una hoja de ruta de todo lo hecho a lo largo de su último año, un ciclo en el que la publicación apostó a recuperar el peso narrativo de sus historias tratando de tatuar en la memoria del lector las aventuras de cada uno de los personajes. Así pasaron “Angela della Morte”, de Sanz; “Bolita”, de Trillo-Risso; “Sasha despierta”, de Trillo-Varela; “Tristeza”, de Reggiani-Mosquito, y “La gran orquesta”, de Juan Soto. Pero para terminar este balance (positivo, si se tiene en cuenta que cada una de esas historias llegaron o llegarán al formato libro a través de editoriales nacionales), la cosa no termina aquí. A los lectores de Fierro aún les queda enterarse, en esta edición, del final de dos series claves: “El año próximo en Bobigny”, donde Minaverry sigue los pasos de Dora y sus amigas de viaje (aquellas chicas que mezclaron sus amoríos con la incansable búsqueda de los archivos nazis), y la serie creada por Dante Ginevra (autor del dibujo de tapa) y Rodolfo Santullo (guionista) que narraron –con festejada libertad– los entretelones del histórico bombardeo a Plaza de Mayo. Se trata, entonces, de dos series ejemplares que marcan a fuego la búsqueda de la publicación dirigida por Juan Sasturain.

La edición 59 se completa, además, con inspiradísimas rarezas como “Novelas infinitamente breves”, de Jorge Zentner (guión) y Kráneo (dibujo); “Freak City”, de El Tomi; “Las veinte verdades”, de Max Aguirre; junto al “Humor idiota” de Max Cachimba, el delirante “Té de nuez” de Lucas Nine, y la ya clásica tira de El Niño Rodríguez llamada “Lucha Peluche”. Capítulo aparte merece “Manoblanca”, escrita por Mariano Buscaglia y dibujada por Patricia Breccia que, entrando en la recta final, vuelven a contar las misteriosas aventuras en una pensión porteña donde la tarotista Blanca debe ayudar a viejo escritor a recuperar sus originales.

Sin embargo, el premio mayor sin duda se encontrará en las últimas ocho páginas de la revista. Es que la dupla formada por Lucas Varela (dibujo) y Diego Agrimbau (guión) vuelve a sorprender con sus experimentaciones formales en “Agnosia”, retrato gráfico que muestra cómo ciertos trastornos neurológicos alteran la percepción en aquellos que sufren esas enfermedades. La nueva historia se suma a “Claustrofobia” y “Afasia”, que ya pudieron disfrutar los lectores de Fierro.

Con un Lucas Varela decidido a desafiar su propia obra (“Gustavino”, “Sasha”, “Paolo Pinoccio”) y un Agrimbau dispuesto a reflexionar sobre los mecanismos visuales y narrativos de la historieta, “Agnosia” exige al lector un compromiso visual, ya que la imposibilidad de decir (la palabra atrapada por fallas neuronales) de los personajes es el disparador de estas historias que rozan la locura. Por su trabajo en Fierro, la dupla fue invitada a participar de la residencia artística francesa que propone La Cité Internationale de la Bande Dessinée et de la Image (Cidbi). Instalados desde hace meses en La Maison des Auteurs, en Angoulême, Varela-Agrimbau exportaron a Francia las ideas expuestas en la revista.

El dibujante fue invitado por Lewis Throndheim, uno de los autores franceses más importantes, tras un contacto en Canadá: “Supongo que andar curioseando por el mundo, mostrando tus trabajos y dando la cara es mejor que bombardear con mails a diestra y siniestra desde la comodidad de tu hogar”, dice Varela. El guionista, por su parte, se enteró de la residencia cuando estuvo en el Festival de Angoulême en 2010: “Ahí me explicaron el funcionamiento de la Maison. Un día hablé con Lucas sobre el tema y nos pareció que las dos historias publicadas en Fierro podían ser parte de un libro de historias experimentales, y que sería un buen proyecto para presentar. Así es que este viaje comenzó en las páginas de la revista”.

–Las tres historias parecen poner el acento en la dificultosa conexión que existe entre palabra e imagen. ¿Eso permite reflexionar sobre el lenguaje de la historieta?

Diego Agrimbau: –Hay mucho de eso. La historieta nunca deja de ser un arte visual, por más que se la trate de disfrazar como una forma de literatura. La palabra escrita siempre tiene que pedir permiso al dibujo. Siempre. Es el último recurso del historietista. Nunca el primero. Por eso, cada palabra que uno pone debe estar muy bien escogida, tiene que ganarse su espacio a fuerza de inevitabilidad, de ritmo, de belleza.

–¿Cómo es eso de retratar/adivinar un mundo donde la imaginación se mueve libremente en un estado de enfermedad?

Lucas Varela: –Se puede tomar la lucha contra la locura como una aventura épica. Es un gran monstruo invisible que el héroe debe combatir. En los últimos años he estado trabajando en historias de este tipo, como las de “Guastavino” y “Sasha”. Y ahora se suman éstas. Al parecer, los escritores me ven como un experto en locura o algo así.

D. A.: –Me gusta pensar que la imaginación no sólo debe aplicarse a la historia que vamos a contar, a sus vericuetos argumentales, personajes y escenarios, sino también a la forma en que vamos a contarla. No es únicamente una decisión formal de cantidades de cuadros por página o si usamos o no voz en off; es una cuestión sumamente creativa. Los fenómenos neurológicos como la afasia, la agnosia o la sinestesia sorprenden porque modifican nuestra percepción del mundo. Y muchas veces son enfermedades terribles, pero también pueden ser dones únicos, como se explica en un libro genial, muy importante para mi documentación, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, del neurólogo Oliver Sacks.

–¿Abordar estas enfermedades como tema exige la transgresión del lenguaje de la historieta?

L. V.: –Tengo mis conflictos a la hora de transgredir deliberadamente el lenguaje del comic. Siempre he preferido historias donde la narración fluya, que sea invisible y que te sumerja inmediatamente en el mundo que propone. Por eso las historias que estamos haciendo, al exponer en primer plano los hilos del mecanismo del lenguaje de la historieta, significan un doble desafío para mí. Lo rico y lo que más me atrajo al proyecto es el espacio para la experimentación. Por eso encaré gráficamente cada historia de distintas maneras, por eso hay saltos de estilos de una a otra. Mi lucha es contra la sensación de disconformidad constante, la que puede desmoralizar mucho. Así que las historias cortas me dan respiro entre un cambio y otro. En otros autores no quiero pensar más. Mis ojos ya están quemados de ver y leer. Trato de hacer directamente lo que me sale dejando ya de disimular tanto los errores. En cuanto a “Agnosia”, tuvo una realización un tanto caótica. Hubo idas y venidas y cambios de timón, que afortunadamente subrayaron más el estado de confusión de la protagonista.

D. A.: –Hay cuestiones que no puedo explicar solamente con la descripción de un guión normal y tenía que dibujarle a Lucas lo que me imaginaba. Después él lo reinterpretaba y lo modificaba. Acá, en Angoulême, más de una vez terminamos bocetando juntos sobre una misma hoja para terminar de redondear una idea o un sistema narrativo. En el caso de “Agnosia”, por ejemplo, cuando vi lo que había hecho Lucas en base a los bocetos que habíamos creado juntos, luego de muchas idas y venidas, decidí sacar la mayoría de los textos: explicar menos y que se entienda lo que se entienda.

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