Sábado, 4 de mayo de 2013 | Hoy
HISTORIETA › LA MUESTRA CARICATURA FRANCESA DEL SIGLO XIX, EN EL MUSEO DEL HUMOR
Basta echar un vistazo a los trabajos que pueblan las paredes del predio frente al río para advertir su influencia en la sátira política de los años que siguieron. La muestra presenta imágenes que impactan por el mensaje, pero también por la técnica.
Por Andrés Valenzuela
En la imagen hay seis diputados durmiendo. Están en sus bancas con las cabezas ladeadas y las bocas entreabiertas, o algo inclinados y con la cabeza cayendo entre sus hombros. Pero no es la foto que circula en Internet cada vez que se vota una decisión polémica en el Congreso nacional (y que ni siquiera es de parlamentarios argentinos), ni la foto de Francisco de Narváez o de Mauricio Macri rendidos en plena sesión. La imagen en cuestión es una caricatura y tiene 163 años. La dibujó Honoré Daumier en 1850 y salió en una de las tantas revistas de la época. “25 francos por día, así los bienes llegan durmiendo”, ironizaba el artista francés, figura clave de la primera explosión del género en su país.
Es fuerte encontrarse con ese y otros trabajos y comprender que, de 1850 a hoy, ciertas percepciones sobre la cosa pública no han cambiado mucho, ni en Francia ni en ningún otro lado. Esa página de Daumier se exhibe en la muestra Caricatura francesa del siglo XIX, en el Museo del Humor (MuHu) porteño (en Avenida de los Italianos 851, frente al río, en la vieja cervecería Munich de la Costanera Sur). En otra imagen, de Marius Monniers, en 1902, se ve a un candidato a diputado, “el Camaleón” avanzando por las calles de París y regalando vino para conseguir votantes.
Caricatura francesa del siglo XIX reúne originales de litografías y grabados publicados en medios franceses. Hay obras aparecidas en La Caricature, Le Charivari y L’Assiotte au Beurre, centrales en la época, pero también otras como Le Papillote, Don Qichotte, L’Actualité o L’Eclipse. Hay litografías coloreadas a mano y otros dibujos coloreados mecánicamente en la época, con enorme vivacidad. Hay obras de Philipon, Toulouse-Lautrec, Juan Gris, Jean Ignace Gérard (más conocido como J. J. Grandville), André Gill, E. D., y un grabado en metal de Gustav Doré (con Huyot) de un grado de detalle que deja pasmado a cualquiera.
La exposición tiene una suerte de apéndice, un homenaje a la revista El Mosquito, pionera del humor gráfico argentino, que en mayo cumple 150 años. No es casual que así sea. La caricatura política apareció con fuerza en Inglaterra durante el siglo XVIII, pero no fue hasta que los franceses se apropiaron del incipiente género que tomó la forma actual, como parte integral de diarios y revistas. En la Francia de Napoleón Bonaparte, los dibujos satíricos dejaron de ser hojas sueltas o volúmenes encuadernados y se incorporaron a la prensa. Y de allí los franceses se encargaron de llevar la idea a todos lados. A la Argentina la trajo Henri Stein al fundar El Mosquito. Y aunque al tiempo se tomó el buque (literalmente, pero de vuelta a Europa), su revista siguió en pie un tiempo más y abrió el camino para cuantas vinieron detrás. Hoy las páginas de muchos diarios lucirían bien distintas si las caricaturas francesas no hubieran existido.
Como otros colegas ilustradores en todas partes del mundo, también esos franceses enfrentaron censuras, presiones e incluso la cárcel por dibujar a tal o cual rey como una pera, aludiendo a la expresión gala que asocia esa fruta al tedio insoportable. Esto no se trasluce inmediatamente de la muestra, pero no está de más saberlo. Permite entender la osadía que hay en esas páginas en las que se satiriza el presupuesto de la república o los avatares de la política francesa. Y allí, otra vez, escenas conocidas: un funcionario sindicado de Judas por traicionar a sus compañeros de gobierno. Esa página, Le baiser de Judas, de Marvis, tiene además un trabajo de coloreado con una intensidad que más de una publicación actual envidiaría.
Tres obras destacan sobre el resto. Fameux jury de peinture, de Clément Pruche, es de 1841 y se advierte enseguida su vanguardismo: Pruche se adelanta décadas al dadaísmo y al surrealismo. Su reunión de hombres con objetos en lugar de cabezas es uno de los antecedentes de los movimientos vanguardistas de comienzos del siglo XX. La segunda es Le Grand-Prix de Paris, suerte de caricatura de ciencia ficción que representa una carrera de globos aerostáticos. De 1901, es un grabado de bellos colores. Y finalmente, el modo en que Alfred Le Petif aborda Le procés de L’Internationale y plasma en una sola imagen las dificultades de la reunión comunista.
La muestra cuenta con un modesto apéndice en la Feria del Libro. En una de las paredes del Pabellón Ocre hay algunos originales más, tanto de las publicaciones europeas como del homenaje a El Mosquito. Dentro del propio Museo, en tanto, acompaña la exposición permanente del MuHu, que recorre 200 años de historieta y humor gráfico argentino. En ambos casos, el dibujo funciona como registro de época. Pero también como advertencia. Trátese del presupuesto, de diputados dormilones, de inundaciones o de políticos acomodaticios, algo funciona mal si 20, 100 o 150 años después las preocupaciones son las mismas. En el MuHu están los trabajos de unos tipos que prefirieron denunciarlo a sus contemporáneos a través del dibujo, convencidos de que el humor siempre ayuda.
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