HISTORIETA › ETCHENIKE, EN UNA MAGISTRAL ADAPTACION
Sencillamente, es imposible soltarlo: las dos primeras historias imaginadas por Juan Sasturain para su detective, la adaptación del uruguayo Rodolfo Santullo y el impactante trabajo del ilustrador Lisandro Estherren se combinan para un volumen ineludible.
› Por Andrés Valenzuela
Lisandro Estherren saca imágenes de la oscuridad. No conviene definir lo suyo como el acto de dibujar líneas o contornos. Más bien, sus trazos de blanco revelan formas en el fondo negro. Como quien alumbra una habitación con una linterna humilde para descubrir algunos rasgos, algún borde, el brillo sosegado de una pistola, unas sombras inquietas. Al cabo, lo de Estherren –quien también tiene nombre de policial a lo Hammett o a lo Chandler– es como lo de cualquier policial negro: unas páginas que iluminan para revelar la oscuridad. El oriundo de Paraná, Entre Ríos, arranca luz a lo largo de las más de 150 páginas de Etchenike, la novela gráfica en la que adaptó junto al guionista uruguayo Rodolfo Santullo los dos tomos de Manual de perdedores, de Juan Sasturain, y que impulsó y publicó la editorial Pictus.
Estherren se come el libro. Su trabajo es tan bueno que hace olvidar el enorme trabajo de desmalezamiento que hizo Santullo sobre las dos novelas de Sasturain y obliga a ver ambos relatos bajo una luz (o una sombra) nueva. La adaptación es muy buena. Toma lo esencial de cada historia, lo que las une, y avanza a toda marcha. Santullo identificó lo sustancial de la primera gran aventura de “Etchenaik” (porque así suena más gringo, se sabe) y lo hiló en una trama que no da cuartel ni permite recuperar el aliento. Cada página avanza irreductiblemente en la trama. Es difícil encontrar puntos en los que se pueda decir “freno para tomarme una ginebra, como el personaje”. Cuando algún cambio de escenario puede sugerir la posibilidad de dejar el libro a un lado, vuelve Estherren.
Cuando el lector quiere aflojarse el nudo de la corbata, el dibujante entrerriano lo agarra del cuello del saco. Lleva, seguramente, varias páginas mostrándole un laburo gráfico excepcional, obligándole a prestar atención a cada escena, a no perderse detalle del clima sórdido que consigue con sus pincelazos de blanco sobre negro. Pero cuando el lector cree que va a soltarse, Estherren le recuerda con pura narrativa que hay otra escena por descubrir en la página siguiente, y que mejor apurar el paso, no sea cosa que los de la pesada, los narcos o el despechado de turno se rajen de la historia con sus cuentas sin pagar. Porque en la narrativa, ese arte de ordenar los cuadritos para que la historieta no pueda abandonarse, el muchacho también se impone.
Manual de perdedores cuenta cómo Etchenike, un ex policía y jubilado municipal, larga todo y se alquila una oficinita desde la que oficia de detective privado. Convence al Gallego, un mozo, que largue el bar y se calce el fierro a la cintura para ayudarlo. En esta primera historia, investiga el destino final de un cantor de tangos. En Manual de perdedores II, la desaparición de un pibe de familia bien. Claro, ambos relatos están insospechadamente ligados a través de negocios sucios, un culebrón familiar, comisarías y matones. Así las cosas, algunos personajes de la primera terminan cobrándose la cuenta, propina incluida, para el final de la siguiente.
Este es el relato que Santullo ordena y propone contar con imágenes que se explican con diálogos. Es el mismo relato que ilustra Estherren con paciencia de artesano. Sasturain dedicó otras dos novelas a su personaje: Arena en los zapatos y Pagaría por no verte. ¿Se adaptarán también? ¿Investigará nuevos casos? Preguntas para que responda el viejo.
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