Viernes, 30 de agosto de 2013 | Hoy
HISTORIETA › HISTORIETA REABRIO EL MUSEO DE LA CARICATURA SEVERO VACCARO
En su sede de Lima 1035, el museo atesora unos 450 originales, incluidos algunos de Walt Disney, Landrú y Ramón Columba, entre otros. La reapertura es motorizada por dos jóvenes, que planean ampliar las actividades para que no sea sólo de interés de los dibujantes.
Por Andrés Valenzuela
En una ocasión, Walt Disney caracterizó a su famoso Mickey Mouse como un gaucho. No es una fantasía chauvinista ni un delirio lisérgico. El creador del conglomerado mediático norteamericano trazó así a su personaje en 1941, mientras estaba de visita con una comitiva de su entonces creciente empresa. Entre los ilustradores, ese viaje tiene resonancias míticas: el mismísimo Walt Disney se lanzó a recorrer América latina y paró tres meses en Buenos Aires. Hay múltiples registros en los archivos de la época, pero el Mickey Gaucho se encuentra en un solo lugar, en el barrio de Constitución, a metros nomás de una de las entradas a la autopista: en el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro (Lima 1035), que reabrió hace poco.
El Severo Vaccaro tuvo varias sedes y múltiples tropiezos a lo largo de su historia. Abrió, cerró y volvió a reabrir en muchas ocasiones. En 2010 lo vencieron los problemas edilicios, cerró sus puertas y sus coordinadores culturales dieron un paso al costado para enfocarse en otros proyectos (que a la postre trajeron buenas nuevas, como los Premios Banda Dibujada). En 2012, dos jóvenes decidieron sacarles el polvo a los originales que se aburrían en las paredes y ponerlos nuevamente a disposición del público.
Gonzalo Piñeiro y Juan Tristán parecen una yunta improbable para el Museo. El primero, administrador de empresas, asumió como director de la institución. El segundo, cineasta, su coordinación cultural. Se conocieron de pibes y la amistad los empujó a sostener proyectos en conjunto. “Tenemos una editorial que se llama Chuquisaca Talleres y la primera opción que se nos ocurrió para financiarnos fue dar talleres y organizar actividades”, cuenta Piñeiro. El plan derivó pronto en una casa de la cultura. “De chico yo venía acá a estudiar dibujo y sabía que estaba cerrado, así que me acerqué a la gente de la fundación que lo tiene”, continúa su explicación y señala que bastó presentar un proyecto cultural para recibir las llaves del Museo. Un año poniendo a punto el edificio, lamentando las obras arruinadas y ordenando las salas permitió reabrir el espacio. “Nuestro objetivo es que quede abierto a lo largo del tiempo”, propone el director, esperando gambetear el destino de cierres recurrentes del Severo Vaccaro. Por el momento sólo abre los viernes por la tarde y en ocasiones da talleres y ciclos de charlas.
El “nuevo” Vaccaro se presenta con una propuesta interdisciplinaria, advierte su coordinador cultural. Sin descuidar el espacio dedicado al humor gráfico, aspira a abrirse a otras disciplinas “como la fotografía, la literatura, la música o el arte en general”. Cuando termine la muestra que hay ahora (de Federico Parodi), será reemplazada por una que ponga a dialogar caricatura y fotografía. “También queremos que el Museo ayude a generar obra, por eso en la próxima muestra tres dibujantes van a trabajar a partir de una propuesta nuestra”, explica Tristán.
Los talleres están guiados por un grupo de humoristas gráficos surgidos de los viejos talleres del Museo (que dictaba Cilencio) y –el literario– por Juan Diego Incardona. “Buscamos que el Museo funcione como casa de la cultura, no como una cosa cerrada y muerta donde uno viene sólo a ver las obras y buscar información; queremos que tenga un abanico cultural que pueda seducir a la gente”, interviene Piñeiro. “Antes el Museo era de dibujantes para dibujantes, por lo cual nosotros pensamos en actividades más abiertas, en buscar el abanico más grande y luego ya con el equipo de trabajo más delineado, entonces sí ahondar en el dibujo”, plantea el director.
El Severo Vaccaro tiene en su patrimonio 450 obras, incluyendo cantidad de tapas de Caras y Caretas, muchísimos originales de Landrú, colecciones de la Segunda Guerra Mundial, de personalidades de la cultura y de políticos (firmados por Ramón Columba, quien trabajó en el Congreso y retrataba a diputados y senadores). También hay originales de Mayol, de Eduardo Alvarez y muchos otros que fueron ingresando al museo como donaciones. “Pero cuando llegamos en estas tres salas estaban colgadas unas 400 obras de las 450 del Museo”, cuenta Piñeiro. “Sólo en esta sala debía haber ciento y pico”, abarca con su brazo el espacio Caras y Caretas dedicado a la muestra permanente. “Entrabas y se te venían las obras encima, siempre encontrabas una que no habías visto antes porque era imposible ver todo”, recuerda. El salón central tiene una muestra pensada para niños, entre cuyos trabajos se incluyen dos originales de Disney: el del Mickey Gaucho y otro explicando cómo dibujar, dedicado al nieto del fundador del Museo.
Desde su último cierre, en 2010, muchas cosas sucedieron en el mundillo de la historieta y el humor gráfico. En lo que hace a espacios de exposición, quizás el dato más importante sea la apertura del Museo del Humor (MuHu) bajo la órbita del gobierno porteño. “La diferencia que encontramos nosotros es que es un espacio que cuenta con el valor tiempo, con el que no cuentan los otros”, evalúa Tristán. “Este Museo siempre fue un referente cultural”, destaca y critica la iniciativa de la Ciudad: “Nosotros consideramos que este gobierno de la Ciudad y la cultura son términos contradictorios; no hay tal cosa como una política cultural del gobierno de la Ciudad”.
Además, señala, confían en capitalizar su juventud. “Queremos hacer una síntesis entre lo viejo y lo nuevo, ambos tenemos 26 años ahora y quienes nos ayudan también son jóvenes, ahí hay un punto de inflexión sobre la propuesta habitual de los museos, que normalmente son gestionados por el Estado o por gente con años al lomo. Nosotros queremos una propuesta actual y dinámica desarrollada por gente joven, aunque incluya lo histórico.”
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