Mar 26.11.2013
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HISTORIETA  › SAN LUIS COMICCON, TRES DíAS DE CULTURA POP

Zombies en medio de las sierras

La segunda edición de la convención que se realizó en el complejo Arenas de La Punta mostró toda la parafernalia afín al universo de las viñetas, pero se distinguió por el ambiente no convencional en el que se desarrolló.

› Por Andrés Valenzuela

Desde La Punta, San Luis

Entrar al baño de un shopping y encontrar un zombi es una experiencia, cuando menos, particular. Hay una inmediata sensación a estar metido en una peli de George Romero. Sin embargo, tranquiliza bastante rápido notar que no se abalanza sobre uno al grito de “¡¡cerebros!!” ni quiere morder cuellos ni arañar ni ninguna otra de las múltiples causas que llevan a que el infortunado paseante termine llevado a la no vida. Tranquiliza más darse cuenta de que el muerto caminante no es tal, sino que es un simple adolescente subido a la zombimanía que recorre cada evento dedicado a una u otra artista de la cultura pop, a caballito del éxito televisivo de The Walking Dead.

La escena ocurrió el último fin de semana en el complejo Arenas de La Punta, a un par de kilómetros de esa ciudad de la provincia de San Luis, donde entre el viernes y el domingo se realizó la segunda edición de San Luis ComicCon. La dinámica de esta convención es distinta a la de otros festivales dedicados a la historieta. Desde luego, ésta también dedica un amplio espacio a la parafernalia afín al universo de las viñetas: cosplay, videojuegos, esculturas, vicios lúdicos de distinto tipo (cartas coleccionables, juegos de mesa) y merchandising variopinto. Lo que la distingue es lo que genera el hecho mismo de hacerse en un complejo que combina un hotel cinco estrellas, un casino, un shopping y un hipódromo anclado básicamente en el medio de las sierras, pero lejos de los barrios de La Punta.

La primera consecuencia es una mezcla notoria de públicos. Hay muchos grupos de adolescentes, tanto pibes “del palo” como meros curiosos, también se encuentran parejas de veintipocos, familias que visitan circunstancialmente el shopping y aprovechan la excursión al área de juegos para caminar entre dibujantes, cosplayers y madres con sus niños más pequeños (hay más madres solas que padres). Ese eclecticismo se refleja también en el tono de las charlas y la conducción del escenario por parte de la gente del evento, capaz de alternar el cosplay infantil con comentarios del tipo “éste está más duro que Justin Bieber”, cuando sube a recibir los aplausos uno disfrazado de personaje de Minecraft.

No faltan tampoco los puntanos adultos que miran extrañados el desfile de adolescentes con los trajes de sus personajes favoritos. Esto último lo confirma a Página/12 una mesera del patio de comidas del shopping. “Como es una vez al año, acá a mucha gente le choca”, explica. “Algunos los miran raro a los chicos, porque no están acostumbrados a verlos como quizá pasa en otras ciudades que tienen eventos más seguido.” Sin embargo, rescata la joven, hasta el momento ninguno de sus comensales se quejó de compartir espacio con el mundo de la historieta y a ella y sus compañeros les “divierte mucho” el cambio de color que la movida imprime al pacato espacio puntano. Ejemplos sobran: mientras se escribían estas líneas, un joven alto y delgado vestido de una suerte de ninja de videojuego le pidió una silla a un hombre en una mesa cercana. Camisa de manga corta a cuadros pequeños, el hombre accedió con un gesto y observó al ninja retirarse mirándolo fijo y en prudente silencio.

“En realidad yo vine por trabajo”, explica Priscila, que acompaña las acciones de marketing de un diario local, “pero como a él le gusta tanto leer insistió en venir y se compró un libro”. Matheo tiene 8 años y “rompió el chanchito” para pagar los 50 pesos del libro que eligió, tras dudar un rato. Trajo la plata en una bolsita de nylon, entre billetes chicos y monedas que la madre contó con una sonrisa imposible. “¡Y si no me gusta pido reembolso!”, exclamó luego Matheo.

Ninguno de los dos había venido a la convención el año pasado y son un exponente de cómo el evento se gana un nombre en la provincia y va llegando a más gente, un poco por la publicidad (se anuncia en la TV local, en las radios y los diarios regionales), otro poco por ese encuentro fortuito de quienes llegan al shopping a jugar a los fichines, ver el partido de Boca o aprovechar la tarde antes de que la brisa se transforme en tormenta, como ocurrió el domingo. La distribución de las actividades del festival motiva también una circulación del público, pues al salón principal donde están los principales stands y el escenario central hay que sumar las salas de conferencias del hipódromo, el subsuelo y el patio de comidas, donde una mesa de dibujantes atrae miradas inmediatamente por esa magia del lápiz creando en vivo.

Además, el festival favoreció la llegada de editoriales porteñas, facilitando la instalación de stands como la distribuidora Districomix, la revista Terminus o el sello Dead Pop. En el primero se vendieron muy bien los libros de varios de los invitados oficiales de la convención, como Luciano Saracino, que firmaba ejemplares a cada uno que se los pasara, e incluso papeles sueltos a una parejita joven que en otra ocasión había comprado un libro suyo, para que lo pegaran allí. Tomás Coggiola, que presentaba en San Luis los últimos cuatro títulos de su proyecto editorial, explicó a este diario que en general la mayoría de los compradores se interesaron por los clásicos, con El Eternauta, Alberto Breccia y Dago a la cabeza.

En el debe hay que contar cierta desprolijidad en la organización de las charlas, que en ningún momento cumplieron con el cronograma oficial y algún problema de señalización que mantuvo con poco público a los stands del subsuelo. Tampoco estaría mal dar mayor visibilidad a las muestras de historieta, que pierden atractivo por su distribución y el lugar más preponderante que ganan las de esculturas fantásticas.

Más allá de esto, se advierte el entusiasmo de un público ávido de eventos culturales de cualquier tipo, y que encuentra en San Luis ComicCon una buena excusa para pasear un fin de semana.

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