HISTORIETA › EN ANGOULÊME, UNA MUESTRA DEDICADA A LAS REVISTAS METAL HURLANT Y (A SUIVRE)
La exposición en el Musée de la BD tributa a las dos míticas publicaciones que, entre 1975 y 1997, cambiaron el paradigma del historietista, que pasó a ser considerado como “autor” y “artista”. Hay originales de Moebius, Pratt, Manara y Muñoz, entre otros.
› Por Andrés Valenzuela
Desde Angoulême
Es muy difícil ver las portadas de Métal Hurlant y (A suivre) en la exposición que les dedica el Musée de la BD (Museo de la Historieta) de Angoulême, Francia, a las dos revistas que revolucionaron la historieta entre 1975 y 1997. Y no es que sea difícil verlas porque están mal ubicadas o mal iluminadas (todo lo contrario). Se complica el asunto porque al entrar en grupo, hay serias posibilidades de encontrarse de frente con un original a color de Moebius. Así, sin anestesia ni aviso previo, un encuentro directo con la perfección hecha historieta. Es imposible escuchar al curador de la exposición, o a su asistente, o a cualquier colega de los que comparten la visita para prensa una tarde calurosa del verano boreal. Moebius a color pone el tiempo en suspenso.
Tras ese shock inicial, siguen varias salas y un largo pasillo con un nivel autoral que no tiene que avergonzarse por compartir cartel con el creador de Arzach. Hay 150 originales de 43 autores de ambas publicaciones, incluyendo a próceres como Hugo Pratt, Phillipe Druillet, Milo Manara, Jacques Tardi, Nicolas de Crecy, Enki Bilal o el argentino José Muñoz. Todos “nombres de calle”: en Angoulême, donde la principal rue comercial se llama Hergé, en homenaje al creador de Tintin, la expresión es más válida que nunca.
“Nos propusimos que fueran todas obras originales”, comentan en el museo, aunque a último momento un pedido de la viuda de Moebius frustró la intención. Cuatro de los originales de su marido que se incluyen en la muestra fueron retirados y reemplazados por reproducciones facsimilares. La muestra conserva otros, incluyendo el color del comienzo de esta nota. Página/12 tuvo la fortuna de llegar a ver esos originales antes del cambio, con una excepción: una página mítica de Silver Surfer que Moebius realizó junto al norteamericano Stan Lee.
Métal Hurlant / (A suivre) está organizada de un modo sutilmente sencillo que propone tres posibles recorridos: se puede ver primero el ala izquierda dedicada a Métal Hurlant, que inició el movimiento, o explorar el ala derecha, consagrada a (A suivre). Y también se puede ir saltando de un lado a otro, pues los trabajos de cada publicación se dividen en períodos separados por salas, lo que permite comparar cómo marchaba la “revolución” historietística que generaban ambos títulos no sólo en el mercado francobelga, sino en el mundo entero. El impacto de las obras allí publicadas alcanzó a cada país de buena tradición comiquera (Argentina no fue la excepción), pero también a otras disciplinas, como el cine.
Los conocedores de la bande-desinée podrían señalar que en la época había una tercera revista de alto nivel, Pilote. Sin embargo, desde la curaduría consideraron “que la auténtica revolución ocurrió en el mundo de la historieta adulta” y por eso no incluyeron esa publicación. “Es en Métal Hurlant donde Giraud explota como Moebius”, señalaron. Moebius fue uno de los fundadores de Métal Hurlant. Lo interesante de este primer período de la revista es que él no era la estrella de la publicación. Ese lugar lo ocupaba Druillet, de quien hay originales enormes (120 x 85 centímetros) con un grado de potencia y detalle pasmosos.
El caso de (A suivre), que empezó su andadura unos años después (1978) y sobreviviría a su par por diez años, es curioso. (A suivre) no nació como un proyecto autoral, sino de Casterman, la editorial que por entonces publicaba a Tintin y El Corto Maltés, pero todavía no era un sello especialmente reconocido por su trabajo con la historieta. En esos últimos años de la década del ’70, mencionar Casterman significaba pensar en textos escolares y religiosos. De ese perfil conservador, saltó a una revista prácticamente sin filtros temáticos, de altísima calidad y que, además, pagó “muy bien” a sus autores.
“(A suivre) era internacional: tenía belgas, italianos, polacos y argentinos, además de franceses, así que para la editorial era un acto de apertura total respecto de su historia previa”, confían en el museo. Aún más, allí aparecería un cambio central de la época: “Con Muñoz y (Carlos) Sampayo se mete la política en la historieta, encontramos entre muchos otros temas sociales, críticas a la intervención militar en Vietnam, la situación de los negros en Estados Unidos”. Las dos publicaciones suman una revolución adicional que excede la puramente artística. Cambiaron el paradigma de la concepción del historietista, que pasó a ser considerado como autor y artista. Además de pagar bien, los autores empezaron a cobrar derechos de autor. Paradoja: mientras esta exposición sigue su curso, en Angoulême y toda Francia los autores ven retroceder sus derechos y conquistas históricas, e incluso se rumorean acciones de protesta durante el próximo festival en esa ciudad, en enero del año próximo.
¿Eran buenos viejos tiempos, los de las revistas? Quizás, pero el curador de la muestra prefiere hablar de “etapas”. Es que “hubo varias eras de oro”, justifica y se suma a la preocupación generalizada del mercado por la sobreproducción: “no sé si ahora, que se publican tantos libros, revistas de esta calidad conseguirían hacerse ver”.
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