Mar 10.03.2015
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HISTORIETA  › DIEGO AGRIMBAU Y LA EDICIóN LOCAL DE LOS AUTóMATAS DEL DESIERTO

Católicos, judíos, musulmanes... y nazis

La obra realizada junto al dibujante Fernando Baldó nació como aporte a un concurso español. Finalmente la crisis hizo su trabajo y terminó editándose aquí. Pero eso no le resta interés a una historia en la que la aventura lleva un pulso altamente atractivo.

› Por Andrés Valenzuela

En el desierto hay una ciudad que camina. Una ciudad regida por un consejo de sabios que jamás dejan de discutir y administrada por autómatas. Una ciudad donde el rey español Alfonso X todavía talla el destino de católicos, judíos y musulmanes. Una ciudad que intenta entender el mundo y enfrenta una invasión nazi en el frente africano de la Segunda Guerra Mundial. Esa es la premisa de la novela gráfica Los autómatas del desierto, de Diego Agrimbau y Fernando Baldó, publicada recientemente por Historieteca Editorial.

A diferencia de otros trabajos del guionista, pensados para el lector argentino pero disfrutados primero en Europa, con esta novela sucedió lo contrario: la planeó para un concurso español –que ganó– y la crisis económica europea frustró su publicación hasta que apareció un editor en estas tierras. “Había que hacer una historia con el concepto de las tres culturas, que es la unión del catolicismo, el judaísmo y el mundo musulmán que existió en Andalucía, al sur de España, que pese a los conflictos, se las arregló lo suficientemente bien como para que el Al Andalus funcionara como faro de la ciencia y las artes”, explica. Inspirado en la época en que España traducía los adelantos técnicos orientales y su visita al Magreb, pergeñó una aventura donde los simbolismos y la posibilidad de concretar una sociedad a partir del conocimiento están a la orden del día.

Como autor, Agrimbau es un habitué de la ciencia ficción. Cualquiera podría pensar que la idea de los autómatas surgió de la obra de Phillip K. Dick o algún otro colega. Pero no. Según explica, “ya los relojeros y mecánicos de esa época se las ingeniaban para armar autómatas que iban a buscar agua al río”. Estos robots de madera agitaron su imaginación y la de su dibujante. “Me encantó su diseño, porque es atractivo y práctico: por los tiempos de producción, si ganábamos no podía estar un siglo dibujando hasta el último remachito de cada autómata”, admite.

Leído desde la óptica de las tres culturas, sorprende la inclusión de los nazis. Leído desde una mirada más “a la Indiana Jones”, resultan de lo más naturales. “Es que era mi pedido de nazixploitation”, bromea, aunque reconoce una cuestión práctica: “Había que buscar un malo en común para las tres culturas”. Además, agrega, tiene un interés de larga data sobre la Segunda Guerra Mundial y en particular por el frente africano. A sus lecturas y documentales vistos sobre el tema se suma el trabajo de investigación que paralelamente realizaba para Edén Hotel, otra novela gráfica publicada en Francia y en la revista Fierro (ver recuadro). “Con el frente africano se unía todo, incluida la región geográfica, que tenía que ser el Mediterráneo”, puntualiza.

Sin embargo, aunque la excusa son las unidades alemanas en conflicto, aquí no rondan los lugares comunes de las tropelías nazis. Son más una excusa práctica para movilizar el relato, que tiene su eje en otro lado. “Yo ya había estudiado el período del rey Alfonso, la Escuela de Toledo, las traducciones del árabe al castellano que habilitan el acceso de los avances de Oriente, que estaba mucho más adelantado, a Occidente, y los avances que van a derivar en el Renacimiento. Siempre me interesó porque es la cuna de la auténtica civilización occidental moderna. Rescatan a los griegos y Oriente y posibilitan la era moderna acá.”

Además del anclaje histórico, la dupla hace un trabajo notable con la aparición de la iconografía de época y los simbolismos culturales, tanto en las imágenes seleccionadas como en la misma composición de muchas páginas. Abundan los símbolos religiosos, pero también las ideas en imágenes, como ruedas y relojes de arena. “Hay mucho concepto en imágenes, que es algo que me gusta trabajar en mis guiones y enseñar en mis talleres”, reconoce Agrimbau, quien destaca en su uso a los guionistas ingleses como Alan Moore o Neil Gaiman. “Vos tenés una estructura dramática, que mal o bien desa-rrollamos todos, pero lo que yo encuentro en las buenas historias es que hay una estructura conceptual: ideas, símbolos, imágenes, conceptos, y ésa es una estructura que me interesa trabajar tanto o más que la dramática, porque está menos explorada.” En el caso de Los autómatas del desierto, este edificio simbólico se sostiene, claro, en las tres culturas. “Me tenía que hacer cargo de ese mundo de imágenes y más que eso, aprovecharlo.”

En este punto, Agrimbau menciona la influencia del dibujante argentino Quique Alcatena. “Me encanta cómo reversiona las estéticas que él conoce, como la época victoriana, el hinduismo o los samurais, se las apropia y hace una cosa delirante, surrealista, nueva, que es totalmente de él.” En el dibujo de Baldó el guionista advierte esa impronta. “Hay una búsqueda suya de estetizar y crear fantasía a partir de la documentación de una época”, considera.

Además, Los autómatas... avanza en una dirección narrativa que Agrimbau comenzó largo tiempo atrás. De algún modo, muchas de sus obras de ciencia ficción enfocan distintos modos de constitución del Estado: la industria en La burbuja de Bertold, el arte en El gran lienzo, la ciencia en este caso, por no contar otros como Cieloalto o Planeta Extra, algunos de ellos ganadores de premios locales e internacionales. “Uno de los intereses mayores que me da la historieta es la creación de sociedades. A mí me gusta el concepto de imaginación sociológica, que es la posibilidad del ciudadano de imaginar su sociedad diferente”, elabora. “Es el tipo de imaginación que más me atrae, ver cómo podría ser de otra manera, y es también la inquietud que más aparece en la ciencia ficción, que es lo que más hago.”

A la hora de plantear sus propias sociedades, Agrimbau asegura que intenta reducir las fuerzas a su mínima expresión, “sacar el esqueleto” detrás de las tensiones de cualquier sociedad. “Creo que una de las falsedades en las que se incurre a menudo es pensar todas las cosas en políticas de derecha o de izquierda. Yo lo que veo es que la tensión es más entre individuo y especie”, analiza. “La verdadera tensión es si privilegiás al individuo, a sus libertades y derechos por sobre sus obligaciones o si vas a privilegiar al colectivo social, al entero. En ese caso tenés que hacer hincapié en las obligaciones de cada uno. Según el momento histórico, el contexto económico, quedará en la muñeca del que esté de turno gobernando de ir hacia un lado u otro. Por eso no me importa tanto el signo político de quien gobierna. Lo que me importa es verificar en la práctica qué está haciendo. Qué leyes saca, qué decisiones toma, más allá de la ideología que se supone que hay detrás.”

Narrada a pura aventura, Los autómatas del desierto es una de esas historietas ideales para leer dos veces. Una, a pura peripecia. La segunda, explorando todas las ideas que entremezclan los autores, que aprovechan la gran virtud de la historieta: contar historias con imágenes que importan.

El Edén Hotel y el padre del Che

“Leyendo de la vida del Che Guevara descubrí unos episodios de la Segunda Guerra Mundial y la participación de su padre en algo que se llamaba Asociación Argentina, que era básicamente de espionaje a las actividades alemanas nazis en Argentina, que había muchas y muy extensas”, explica Diego Agrimbau la génesis de Edén Hotel, que apareció primero en Francia, luego fue serializada en la revista Fierro que acompaña a Página/12 y en 2015 volverá al país en forma de libro. “Esta asociación, financiada por EE.UU. y los aliados, ocupa distintos lugares del país donde había enclaves alemanes. Uno de los más importantes era Córdoba, por la cantidad de colonias que había. En Alta Gracia, donde en ese momento vivía la familia Guevara, el padre hacía muchas actividades y lo acompañaba su hijo Ernesto, que cuando empieza la guerra tendría 10, 11 años. El Che acompañaba a su padre mientras éste recababa información. Investigué el tema porque me pareció que daba para hacer algo de ficción histórica.” A Carlos Trillo, su mentor, la idea le encantó y lo animó a convertirla en libro. “A los franceses le va a encantar”, vaticinó (acertadamente) el veterano.

“Gabriel Ippóliti se interesó de inmediato y nos fuimos de vacaciones a La Falda, donde transcurre la historia, al Hotel Edén, que hoy es una atracción turística, y empiezo a recabar información que era bastante esquiva. Tuve que comprar libros extrañísimos que sólo se vendían allá, ediciones de autor de investigadores del lugar, fui a ver los catastros para ver cómo era la estancia original, montones de cosas, pero como me gusta esa faceta del trabajo, no lo sufro, al contrario, me tengo que poner una dieta y decir hasta acá.”

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